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viernes, 15 de junio de 2012

Rumbera


Desde que me mudé al centro de Sevilla no cojo el coche así me maten; voy al trabajo en autobús; a la compra, a pie; y a determinados puntos de la ciudad, en bicicleta. Cuando ya la cosa se pone complicada, pillo un taxi y problema resuelto.
Ayer cogí un taxi a primera hora de la mañana -antes de las 9- para ir a un asunto. El taxista llevaba la radio puesta; en la pantalla digital del sintonizador se podía leer, en grandes letras, qué canal de radio estábamos escuchando: RUMBERA.

No sé si este canal se llama Rumbera Radio, Rumbera FM, Rumbera en la Onda o simplemente Rumbera; el caso es que la música que programaban aquella mañana era salsa: ondulantes sones apuntalados por el tumbao del bajo y salpimentados por una sección de metales que, por su dulce sonido, parecía extraída del mismísimo corazón de Glenn Miller.

Pasamos entre la estallante estatua del Cid y la antigua Tabacalera, que es desde hace décadas la Facultad de Derecho; había más tráfico del que últimamente suele haber, pero era fluido. El sol, desde esa temprana hora, ya estaba dando muestras de querer ser hijo adoptivo de Sevilla. Al pasar entre la Glorieta de Bécquer y el teatro Lope de Vega, por las ventanas abiertas del taxi entraba el aroma de los árboles exóticos del Parque: un aroma de un dulzor caníbal que, fijado en la nariz, me empujaba a contemplar el teatro como si fuera un templo medio oculto en algún rincón del Amazonas.

Luego, el taxi enfiló la avenida de La Palmera hacia el Campo del Betis, y toda la amanecida luz del río inundó el coche. Rumbera nos regaló una canción de Camela, ese familia desestructurada cuya voz femenina, prehumana, se empeña en hacer hiato en todos los diptongos: vïolencia; caüsaste; renïega. Algún coche de caballos iba en dirección contraria: hacia el barrio de Santa Cruz. Los motoristas, como un enjambre de cascos baratos, se empeñaban en tapar los semáforos.
Al pasar junto al Líbano, los barrenderos fluorescentes procuraban quitar del suelo los vasos de plástico, las bolsas de la botellona nocturna y las latas de cerveza baratas; Rumbera entraba en un éxtasis tonal entregándonos, desollada, a Gloria Estefan, cuya voz desgarradora pero amable nos aseguraba que su tierra era linda, que su tierra era bella. En las cercanías de la avenida Reina Mercedes, donde están situadas las Facultades de un buen número de carreras universitarias técnicas, pude ver cómo atravesaban de un lado a otro de la avenida jóvenes mujeres con carpetas grandes; barbudos muchachos con tubos en donde guardar planos, proyectos fin de carrera o fin de curso; universitarios con gafas y pantalones pirata; todos caminando hacia su Facultad, andando mientras se despertaban.

Y de repente me percaté de que algo pasaba; quiero decir: me di cuenta de que algo no pasaba; algo no estaba pasando desde hacía diez minutos. Iba en el taxi, por el medio de mi ciudad, y veía los bares abiertos, la gente yendo a sus trabajos, a sus oficinas, a sus colegios, a sus negocios; los universitarios caminando hacia las aulas de la Facultad; los barrenderos limpiando y los cocheros dejándose arrastrar por sus caballos en busca de turistas. Qué era esto? A qué venía esa sensación de actividad, de energía urbana, de ciudad reventando por vivir? Qué elemento nuevo venía a ponerme delante de las narices el brillo inexplicable de esta ciudad sin límites; la vida repentina de esta Sevilla tan vapuleada?

Buscando atropelladamente en la piel del cerebro, di con la clave! Este aluvión de sensaciones productivas era debido a la ausencia de las tertulias radiofónicas! La no presencia de los comentaristas económicos bastaba para poder disfrutar de la luz de la mañana! La radio que sonaba no era la SER, ni Onda Cero, ni la Cope, ni RNE. Era Rumbera! Rumbera, que acertaba en cada momento a colocar la canción más adecuada! Sólo música bailable! Nada complejo; nada denso: sólo música!

Hice la gestión para la que fui y, al regresar, cogí otro taxi. En éste, la radio hablaba de la economía europea, del euro y de la madre que lo parió. Los colores de la ciudad, al regresar, y pese a estar el sol más alto que antes de las 9, casi no lucían; las personas a nuestro alrededor carecían de actitud: se limitaban a desplazarse, como muñecos mecánicos. El Parque de María Luisa no olía a nada, y se hacía evidente que el caballo del Cid estaba hecho del más frío bronce.
Me bajé huyendo del taxi, casi sin recoger el cambio por no sufrir más esos análisis tremendos que hacían los contertulios radiofónicos de no sé qué cadena. Subí a mi casa y cogí el carrito de la compra para ir al mercado de la Puerta de la Carne, que está al lado de donde yo vivo (una suerte!). Le puse al móvil los cascos y, de camino al mercado, busqué y busqué Rumbera; no tuve mucho éxito al principio, pero en una de esas vueltas al dial de la radio del móvil ...la trinqué! Allí estaban la Encarni y la Toñi: Azúcar Moreno; cantando no sé qué nimiedades del amor.

Me dije: "Rumbera: ya te tengo!" Y, escuchando a Azúcar Moreno, entré en el mercado, en donde me esperaban los olores picantes de la carne adobada, la inminente fetidez del pescado, la dulzura del melón, la pregunta llena de prevención de las señoras mayores: "es usted el último?" Y, en suma, la vida productiva que no entiende de finanzas: la vida real, llena de olores, sabores y texturas. Rumbera señalándome los puestos llenos de frutas, de tomates, de lechugas-roble; la familia siciliana del enorme puesto de la recova mostrándome con una mirada de soslayo que hoy sí hay croquetas de cola de toro; Rumbera, que si esta tarde vi llover, vi gente correr y no estaba yo; la luz del glorioso mediodía sevillano entrando como rompimientos de Gloria por entre el armazón de Eiffel del techo del mercado; la vida entera viviéndose a sí misma; el tendero de las gafas de pasta, preguntándome si me voy a llevar hoy los chicharrones de Cádiz, que están para creer en Dios. Pues claro que me llevo los chicharrones! Porque quiero llevármelos! Porque Rumbera me lo permite! Porque Rumbera me deja vivir!


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Gracias, lector o lectora.


3 comentarios:

  1. A buscar Rumbera ahora mismo me voy... que es verdad que oyendo cada minutos las noticias que dan la televisión o la radio, las caras de circunstancia de los presentadores, de los ministros... de los economistas entrevistado-aterrados... Nos estamos volviendo un país emocionalmente deprimido. Y así no vamos a ninguna parte.

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  2. Hola, te leo desde hace poco, y tienes entradas estupendas, aunque a veces, un poco densas para mis ganas de pensar últimamente, pero ésta me ha enganchado mejor. Y me hace gracia, porque yo antes iba a un cine que me hiciera pensar, o sufrir, pero desde hace algún tiempo solo voy al cine si puedo reirme, porque para sufrir ya tenemos bastante con las noticias y lo mismo hago con la radio, ya solo escucho cadenas musicales, aunque sea música de cuando "reinaba Carolo", porque si escucho las otras me la pego con el coche, del nivel depresivo y mosqueado que alcanzo. La tele, pues ya no la veo, mejor me engancho a lo que me gusta en internet. Muchas gracias Eduardo

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  3. Pues nada, me parto el pecho con tus disertaciones que las comparto por completo. Un abrazo. Jesus

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