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domingo, 11 de diciembre de 2011

Siente un banquero a su mesa.


Se empieza a enfriar el Sur de España; pero a enfriarse de verdad, no como en noviembre, ese mes en el que uno ve los telediarios y se admira de cómo en Ávila, en Huesca y en Logroño ya están con medio metro de nieve mientras que en Sevilla andamos con una rebequita y ya nos está sobrando a mediodía. No: ahora sí que se siente el frío aquí en el Sur.

Las mañanas cubren de una niebla húmeda y viscosa las hectáreas vacías y despobladas que las constructoras han dejado en barbecho especulativo. Puedo pasear a Aquiles, mi perraco -que es buenísimo-, dejándolo suelto por los solares baldíos de Bormujos; Aquiles salta feliz, corriendo sin temor a que lleguen los aparejadores, los capataces, las excavadoras, los encofradores ni los ferrallistas: en España, de momento, no se construye más.

Llega el frío verdadero; por lo tanto, se acerca la Navidad. Y pese a que la vienen anunciando, como ya es costumbre, desde principios de noviembre, no es hasta estos días fríos cuando empieza a olerse.

Ya queda poco para el sorteo de la Lotería del 22 de Diciembre, pistoletazo oficial e irreversible de las fiestas navideñas. El 22 de Diciembre, único día del año en que el telediario sólo da buenas noticias, relegando por un día la crónica de sucesos en que se han convertido ya, desde hace años, todos los informativos.

Suena la salmodia responsorial de los niños de San Ildefonso, esos niños que son como un crisma de Unicef: un chino, un negro y un latino, todos mirando de frente, cantando las cifras de la Lotería, que es como un introito a la Navidad, la gran fiesta católica que, por ello mismo, comienza como debe ser: con una adoración al dinero y a los bienes materiales en forma de chaparrón de millones.

Pero, ojo: que todos nos zambullamos en el espíritu verdadero de nuestra fiesta más querida y actuemos casi automáticamente (gastando al límite de lo que tenemos, y aún más allá de lo prudente; comiendo como si fuéramos a hibernar tres meses; bebiendo como si nos pudiéramos trasplantar el hígado a finales de enero); que en estas fechas, digo, nos abandonemos a una bacanal de adoración a la Materia en todas sus formas y a la Sensualidad en todas sus variantes no debe hacernos olvidar que hay gente que lo está pasando mal.

Sí, amigos: hay personas que lo están pasando muy mal desde hace ya mucho tiempo; y que tiemblan ante la inminente llegada de la Navidad, porque en estas fechas se acentúa su sufrimiento, se subraya su soledad. Son los marginados, los olvidados por la Gracia; son los prisioneros de las circunstancias económicas que, si de alguna manera a todos nos afectan, a ellos los han crucificado. Sí, amigos: son los banqueros.

No podemos volver la espalda a quienes, por haber confiado en muchos de nosotros concediéndonos unas hipotecas infladas mucho más allá de lo razonable, ahora se ven así; porque nuestros banqueros en ningún momento pensaron que estaban corriendo un riesgo. Fuimos nosotros, en cierto modo, los que, ladinamente, les ocultamos nuestra verdadera situación laboral y económica, haciéndoles creer que podríamos afrontar el pago no sólo de un piso, sino de la compra de un mobiliario nuevo y hasta de un coche; y todo ello dentro de la misma operación hipotecaria.

Les engañamos. Sí: les engañamos; y después, muchos de nosotros no hemos podido (o no hemos querido) cumplir con los compromisos adquiridos. Hemos dilapidado ese dinero (que es como decir su confianza) en gastos superfluos: irnos de copas; tomar tapas; ir al cine; comprarnos algún par de zapatos más de los estrictamente necesarios; empastarnos algún diente; incluso ha habido gente que se ha puesto fundas!!! Pero a dónde hemos llegado? Qué chorreo de dinero ha sido éste?

No, amigos; no podemos volver ahora la cara. Estas personas llevan ya casi tres años intentando achicar agua del heroico barco en el que viajan. Nuestro Estado español les ha inyectado cientos de miles de millones de euros en varias ocasiones; pero no ha sido suficiente. Y que nadie me diga que ése es nuestro dinero! Sí! ...Y qué? Es nuestro dinero el que el Gobierno ha entregado a estos banqueros; sí. Pero repito: y qué? Acaso lo habéis notado en vuestras nóminas? Acaso alguna vez habéis suspirado por ese 25% de nuestro salario bruto que durante años, mes a mes, llevamos entregando al Estado? No mintáis! Porque, pese a ser sustanciosa, nadie ha notado esa merma del salario en su día a día. No me vengáis ahora con que esos cientos de miles de millones de euros entregados a los bancos es dinero público! De acuerdo! Ya sé que esos cientos de miles de millones de euros son nuestros, sí; pero también los banqueros, en cierto modo, son parte de nosotros!

Acaso los banqueros no respiran? Acaso no beben agua para calmar su sed? Es que no aman, como nosotros? Es que no lloran en algún rincón oscuro de sus despachos cuando nadie los ve? Acaso alguien puede asegurar que los banqueros no sufren? Quién tendrá tan mala sangre como para no apiadarse ahora de estos hombres bienintencionados que confiaron en nosotros?

Amigos: no sólo el Estado español, sino el Banco Central Europeo ha vuelto a inyectarles sumas fabulosas; una y otra vez; una y otra vez, en una sangría interminable. Pero de nada sirve, porque los Mercados (que, al fin y al cabo, son también ciudadanos de a pie, como nosotros) no los dejan levantarse de la derrota a la que entre todos los hemos llevado.

Y ahí andan, hundidos, vagando por entre los pasillos alfombrados del Congreso, buscando quien los vuelva a ayudar; pagándose de su bolsillo costosísimos viajes a Bruselas; implorando a unos y otros; contemplando cómo todos les volvemos la cara y les rehuimos los ojos; pasan por nuestro lado, anhelantes, y notan con dolor cómo a su paso, repentinamente, cesan nuestras animadas conversaciones.

No puedo sufrir más esta ignominia! No puedo soportar más tan injusta situación! Esta Navidad, al menos en mi casa, va a ser una verdadera fiesta cristiana! Voy a sentar a mi mesa a un banquero! Y voy a procurar que no se sienta un invitado, sino uno más de la familia! Le pondré por delante dos raciones de pollo (ya no me da el sueldo de interino para cordero) y, para aliviar su sed, abriré cava extremeño (está a un precio magnífico y sabe igual que los cavas catalanes); freiré el doble de patatas congeladas! Y abriré la caja de mantecados del Lidl sólo para él. Porque mi conciencia no me permitiría pasar otra Navidad cerrando las puertas de mi casa y de mi corazón a quien hace pocos años confió en todos nosotros.

No voy a ser yo el que deje a los banqueros solos en Nochebuena. Voy a sentar a mi mesa al menos a uno; y mientras se bebe mi cava y se come mi pollo y mis polvorones, agradeceré al Niño Jesús la oportunidad que me da la Navidad de resarcir, de alguna manera, todo el daño que les hemos hecho.

Feliz Navidad!