Número de atrevidos lectores:

martes, 13 de octubre de 2009

Nos lo merecemos.

Desde el salta la reja, almonteño de Carrero Blanco, hace ya... buf... casi cuarenta años, vengo siendo bombardeado -nunca mejor dicho- con los crímenes de ETA. Toda mi vida, casi, he sido obligado a contemplar -a diario- la carrera desquiciante de ese reducto españolísimo que se echó a perder a finales de los sesenta como se echa a perder el que entra en una secta, se pone una túnica celeste y se cree a pies juntillas que vendrán de Saturno a recogerlo media hora antes del Apocalipsis: me refiero al País Vasco.

He escrito que son españolísimos porque son los únicos españoles que ya estaban aquí antes de los fenicios y de los romanos; de los árabes y de los godos; antes de los Austrias y de los Borbones. Fueron la columna vertebral de las guerras carlistas (más españoles, imposible) y los creadores de los requetés, poco después tan afectos al Franquismo. Sin ir más lejos, Sabino Arana, carlista acérrimo, evolucionó dos pasos esta ideología y fundó el PNV con sus despojos. La ikurriña no es otra cosa que una mezcla de la cruz carlista con la bandera del Reino Unido, nación tan querida por los vascos a finales del XIX.

Decía que llevo toda la vida escuchando hablar de una región enferma, cuyos virus esporádicamente han matado, en estas últimas décadas, a un millar de personas, la mayoría de ellas ajenas a los devaneos de la secta etarra. Conozco sus argucias, sus devaneos a la hora de condenar cada atentado; reconozco la estética carcelaria abertzale, con esos pelados broncos sin flequillo, como de refugiados esperando a Sión; capto enseguida esos silencios repentinos al entrar en un bar de Guipúzcoa; me repugna esa actitud pedante que cada comunicado independentista ha tenido estos últimos treinta años, pedantería imbuida de la seriedad que le confiere -claro!- una pistola encima de la mesa.

He visto furgonetas de la Guardia Civil ardiendo; cuerpos destrozados derramándose por las calles de Bilbao; autobuses calcinados a diario; cajeros automáticos ennegrecidos; secuestrados recién puestos en libertad, expuestos a la luz del día y al terror de la propia supervivencia tras meses de tortura; edificios destruidos; negocios esquilmados; exiliados vascos renegando de su patria chica; políticos acobardados; policías resignados; jueces dejando inexplicablemente en libertad a asesinos confesos; víctimas andaluzas; viudas extremeñas; huérfanos castellanos; funerales madrileños; lendakaris con cara de póker dejándose rozar la cara por los pies de un espatadantzari vestido de blanco impoluto, sabiéndose, ambos, a salvo de peligro.

Llevo cuarenta años, casi, escuchando lo enfermo que está el País Vasco; viendo la enfermedad en la cara de sus representantes políticos; reconociendo la psicosis en el gesto de los lendakaris, la enfermedad en el rostro de sus parlamentarios, el dolor en el de las víctimas -silenciadas desde la máquina del PNV.

Llevamos casi cuarenta años (como con Franco se llevaron mis padres) sometidos a un bombardeo de información diario acerca de los vaivenes emocionales de un grupo de ultracatetos con megaboinas. Y ahora que parecen estar mejorándose las cosas, no hay ni una noticia de los vascos.

Joder! Pues me encantaría saber algo del enfermo! La verdad es que me interesa su salud: si resulta que después de 36 años por fin se le aplica la única medicina (la Democracia verdadera) que puede sacarle del cretinismo profundo al que ha estado sometido, me encantaría tener noticias suyas! Sobre todo porque le estamos pagando el tratamiento desde hace cuatro décadas sin que se le haya aplicado hasta ahora! Y no sólo lo hemos pagado con nuestros impuestos, sino también -y sobre todo- con nuestras lágrimas y con la sangre de nuestros familiares, de nuestros policías, nuestros guardias civiles, militares, políticos y demás gente de a pie; con nuestras lágrimas y nuestra rabia contenida. Y con nuestras manos, ya para siempre blancas desde Miguel Ángel Blanco hasta hoy.

Tenemos derecho a ser bombardeados ahora con un millar de partes médicos en donde se nos cuente cómo anda el enfermo. Estamos en condiciones de exigírselo a los medios de comunicación. Creo que nos lo merecemos.