Número de atrevidos lectores:

miércoles, 21 de agosto de 2013

Elysium: una oda a la Seguridad Social


Acabo de ver Elysium, la película de Matt Damon y Jodie Foster. Bueno, en realidad es de Neill Blomkamp, su director y guionista; pero los que no sabemos nada de cine acudimos a las salas si nos gustan los actores. A mí me gustan casi todas las películas en las que sale Matt Damon; y muchas de las de Jodie Foster; los efectos especiales me pirran; y las hipótesis futuristas o de sociología-ficción me encandilan. O sea...

Me veo obligado a contarles el argumento de dicha película y el final de la peli (que es muy previsible, todo sea dicho); si no, el título de este artículo sería incomprensible. Así que si algún lector quiere disfrutar de la película íntegramente, le conmino a que deje de leer en este preciso instante. Porque les voy a resumir Elysium en cinco párrafos. Procedo:

Elysium es una megaconstrucción espacial que orbita a poca distancia de la Tierra. Una especie de rueda gigantesca en cuyo círculo externo se han construido mansiones de lujo, jardines de ensueño, piscinas, barrios exclusivos, etc. Y todo ello dentro de una atmósfera artificial que permite vivir como se viviría en la Sierra de Guadarrama: aire limpio, hermosa luz del Sol y vida de ensueño. La directora general (ministra, la llaman en la película) de todo este complejo espacial es una terrible y durísima Jodie Foster, que no se anda con zapaterismos a la hora de proteger el estatus y los privilegios de los multimillonarios que allí viven.

La particularidad de Elysium, sin embargo, no es lo bien que viven sus afortunados habitantes; y es que allí, cada potentado (porque allí sólo tienen cabida los potentados) tiene en su casa una maquinita fantástica que, en cuestión de segundos, les cura el cáncer, les suelda las fracturas y hasta les reconstruye la cara en caso de politraumatismo facial severo!!! Esto es: los hace, técnicamente, inmortales.

Ni que decir tiene que en la Tierra lo están pasando canutas con la superpoblación, la miseria, las enfermedades y el tráfago terrible de una vida al límite. Corre el año 2154. Ciudades superpobladas, hospitales hasta las trancas, carencia de medicamentos, índice de paro real por las nubes y mala alimentación hacen de la Tierra un purgatorio cuando no un infierno. En ocasiones, parten hacia Elysium una especie de pateras aeroespaciales llenas de pobre gente que aspira a introducirse en las mansiones de los habitantes de la estación el tiempo suficiente como para tumbarse en la maquinita y curarse de sus males.

Matt Damon es un exconvicto rehabilitado que trabaja en una especie de fundición; por un cúmulo de despropósitos, se ve obligado a intentar llegar a Elysium para curarse de una muerte inminente. En su epopeya, el guionista y director nos da un paseo por el lumpen, por los hospitales públicos, por las fábricas y sus condiciones de contratación; pasa por las empobrecidas viviendas de la gente, por los mercados, por las inmensas zonas de chabolas. Y lo que presenta ante nuestros ojos no se diferencia prácticamente en nada de nuestra situación hoy día -especialmente en los barrios marginales de cualquier ciudad del mundo-, salvo en el sospechoso color del agua del grifo, la extrema falta de higiene en las calles y la impiedad de unos policías androides que ni entienden los juegos de palabras, ni están dispuestos a dejarse convencer.

Después de muchas vicisitudes, grandes dosis de violencia descarnada y unos efectos especiales maravillosos -qué puedo decir? Soy esclavo de los fuegos artificiales!-, Damon consigue reiniciar el sistema que da energía a Elysium, con la tremenda consecuencia siguiente: el programa que dirige la estación espacial para multimillonarios acaba por reconocer como ciudadanos de Elysium a toda la Humanidad. Acto seguido -y éste es el final de la película- se envían naves-hospital a la Tierra, con cientos de maquinitas milagrosas controladas por androides-médicos, para curarnos a todos. Sanidad pública!!! Gratis!!! Y de la más alta calidad!!!

Un escalofrío de pura catarsis recorrió mi cuerpo cuando, en la secuencia final, se abren las naves enviadas desde Elysium y se contemplan las hileras de máquinas curalotodo al servicio del pueblo. En serio: se me saltaron las lágrimas! Comprendí, en ese momento, que los asistentes a la proyección habíamos presenciado no una simple película de ciencia-ficción; no un film comercial más o menos engagé con el padecimiento de los desharrapados; no: habíamos sido los privilegiados espectadores de la Gran Oda a la Seguridad Social!!!

Neill Blomkamp ha compuesto, ha filmado un Canto General a la Sanidad Pública, un ditirambo al derecho que todos los seres humanos deberíamos tener a ser curados de nuestras enfermedades si hay medios técnicos para ello. En Elysium los había. Y de sobra! Por ello, la tesis de la película es que no hay razones para escatimar la curación a los enfermos. Max, interpretado por Matt Damon, es una suerte de Prometeo que sacrifica su vida a cambio de entregar a los hombres el fuego de los dioses. Comete hybris, y paga con su vida; pero libera a la Humanidad de las miserias de la enfermedad: entrega la luz a ésta; la libera de la Oscuridad.

También me ha parecido ver una parábola sobre el appartheid. No en vano, Blomkamp es sudafricano; de Johannesburgo. Con 34 añitos que tiene, habrá vivido situaciones muy intensas, imposibles de ocultar en la película. Es evidente que, pese a ser blanco y afrikáner, estamos ante un cineasta comprometido con las clases desfavorecidas, que en su país de origen llegaron a representar el epítome de los oprimidos.

Hasta aquí, la película. A partir de este punto, una reflexión.

Que un liberal miserable como yo sienta que se hace justicia en la secuencia final de la película es lo que me llamó la atención. Y es lo cierto: en todo momento, sentí como una repugnancia hacia los que vivían en Elysium; no tanto por haberse procurado un edén de pago fuera del alcance del resto de los habitantes de la Tierra como por impedir el acceso a esas máquinas extraordinarias capaces de curar una leucemia en estado terminal en cuestión de segundos, sin más gasto en electricidad que el que necesitaría un escáner para copiar un documento! Que un enemigo declarado del Estado-Padre-Intervencionista, como yo, considere de justicia la expropiación de esas máquinas para que todos -todos- tengan la oportunidad de curarse, me llevó a pensar que, poco a poco, se ha ido abriendo paso en la sociedad de nuestro tiempo una Idea hasta convertirse en una Creencia.

Ortega y Gasset distingue con claridad (qué no distingue con claridad este incomparable genio español?) entre ideas y creencias: las ideas son aquellos pensamientos formulados por individuos y que forman parte del conjunto de temas que se pueden discutir acaloradamente en un bar de copas; e incluso exponerse en sesudas conferencias; pero no constituyen todavía el corpus social. Las creencias, sin embargo, son conceptos no necesariamente religiosos -por lo general, no lo son- que están tan implícitos en la conducta humana en una época determinada, que ni siquiera son discutibles. Ejemplos de las primeras podrían ser la verdadera libertad de expresión, la igualdad de los hombres ante la Justicia, el reparto de los alimentos entre todos los pueblos de la Tierra: conceptos por los que algunas personas luchan denodadamente pero que por desgracia aún no están integrados en el ADN de la sociedad actual. Ejemplos de las segundas (en nuestra sociedad occidental de finales del siglo XX y principios del XXI) podrían ser la repugnancia por el canibalismo, el rechazo al incesto, el respeto a la inocencia en la infancia: violar cualquiera de estas creencias supone la muerte social inmediata del transgresor.

Las ideas son conceptos nuevos, plagados de aristas, que ruedan a lomos de la vanguardia social hasta que acaban por pulirse lo suficiente como para encajar en los usos y maneras de una sociedad determinada. Las creencias son el aire social en el que nos movemos, que no vemos pero respiramos; y son innegociables.

Que la Sanidad Pública sea un derecho universal ha pertenecido hasta ahora, con claridad, al universo de las Ideas; de las ideas socialistas. Y no me refiero a los socialistas que en España abrevan junto al resto de políticos en el pesebre obsoleto del afán mediático, sino al Socialismo prístino, completamente desvinculado hace décadas, para nuestra desgracia, de cualquier gran sacerdote de la progresía española.
Es la Sanidad gratuita un desiderátum que, en el programa de cualquier postulante de izquierda, debe formar parte del organigrama de puntos indiscutibles, pero que en la práctica aún está por implantar como una necesidad esencial a la vista de todos. El afán de ser atendido gratuitamente por profesionales de la Medicina cualificados, y a que pongan a nuestra disposición los últimos adelantos de la Ciencia, es un derecho que en la mayor parte del planeta aún está por aplicar: véase cualquier serie norteamericana (incluidos los Simpsons) para corroborar este extremo.

Pero si la Humanidad en su conjunto tiene pretensiones de navegar a otros planetas y expandirse a largo plazo (es decir: triunfar del Apocalipsis), ya va siendo hora de que aceptemos la salud como un derecho irrenunciable. Los distintos Estados han de aplicarse en corregir el gasto público hasta cubrir sin regateos la cobertura médica a todos los ciudadanos. Si ha habido dinero para pagar sueldazos a políticos, dietas millonarias, subvenciones a sindicatos, a partidos; si hay dinero para pagar Administraciones paralelas inútiles, los chalés de miles de cuñados insaciables, viajes y fiestas sin fin para los usurpadores de los cargos públicos, etc. etc. es que hay presupuesto de sobra para ofrecer una Sanidad infinitamente más digna a los ciudadanos.
Y es que recortar gastos en políticas superfluas, en administraciones paralelas, en fantasmas burocráticos inútiles se hace urgente; porque el pueblo llano, la masa común, la gran mayoría de los pequeños y medianos empresarios, y hasta las capas intelectuales han abierto ya sus poros más sensibles para asumir como una creencia lo que hasta hace poco ha sido una idea. Y gobernar contra las ideas es posible: de hecho, eso es lo que hacen todos los Gobiernos. Pero gobernar contra las creencias es, literalmente, un suicidio.

Y si yo, un liberal galopante, siento en lo más hondo de mis capas sociales internas que la sanidad gratuita no es una idea, sino una creencia; que no es la Luna a la que aspiramos, sino el aire que respiramos, es que claramente hemos roto una pared y empezamos a descubrir que, tras los cascotes caídos y el polvo que enrarece el aire, se empiezan a dibujar habitaciones que desconocíamos.

Deberíamos pasar a descubrirlas.