Número de atrevidos lectores:

martes, 13 de octubre de 2009

Nos lo merecemos.

Desde el salta la reja, almonteño de Carrero Blanco, hace ya... buf... casi cuarenta años, vengo siendo bombardeado -nunca mejor dicho- con los crímenes de ETA. Toda mi vida, casi, he sido obligado a contemplar -a diario- la carrera desquiciante de ese reducto españolísimo que se echó a perder a finales de los sesenta como se echa a perder el que entra en una secta, se pone una túnica celeste y se cree a pies juntillas que vendrán de Saturno a recogerlo media hora antes del Apocalipsis: me refiero al País Vasco.

He escrito que son españolísimos porque son los únicos españoles que ya estaban aquí antes de los fenicios y de los romanos; de los árabes y de los godos; antes de los Austrias y de los Borbones. Fueron la columna vertebral de las guerras carlistas (más españoles, imposible) y los creadores de los requetés, poco después tan afectos al Franquismo. Sin ir más lejos, Sabino Arana, carlista acérrimo, evolucionó dos pasos esta ideología y fundó el PNV con sus despojos. La ikurriña no es otra cosa que una mezcla de la cruz carlista con la bandera del Reino Unido, nación tan querida por los vascos a finales del XIX.

Decía que llevo toda la vida escuchando hablar de una región enferma, cuyos virus esporádicamente han matado, en estas últimas décadas, a un millar de personas, la mayoría de ellas ajenas a los devaneos de la secta etarra. Conozco sus argucias, sus devaneos a la hora de condenar cada atentado; reconozco la estética carcelaria abertzale, con esos pelados broncos sin flequillo, como de refugiados esperando a Sión; capto enseguida esos silencios repentinos al entrar en un bar de Guipúzcoa; me repugna esa actitud pedante que cada comunicado independentista ha tenido estos últimos treinta años, pedantería imbuida de la seriedad que le confiere -claro!- una pistola encima de la mesa.

He visto furgonetas de la Guardia Civil ardiendo; cuerpos destrozados derramándose por las calles de Bilbao; autobuses calcinados a diario; cajeros automáticos ennegrecidos; secuestrados recién puestos en libertad, expuestos a la luz del día y al terror de la propia supervivencia tras meses de tortura; edificios destruidos; negocios esquilmados; exiliados vascos renegando de su patria chica; políticos acobardados; policías resignados; jueces dejando inexplicablemente en libertad a asesinos confesos; víctimas andaluzas; viudas extremeñas; huérfanos castellanos; funerales madrileños; lendakaris con cara de póker dejándose rozar la cara por los pies de un espatadantzari vestido de blanco impoluto, sabiéndose, ambos, a salvo de peligro.

Llevo cuarenta años, casi, escuchando lo enfermo que está el País Vasco; viendo la enfermedad en la cara de sus representantes políticos; reconociendo la psicosis en el gesto de los lendakaris, la enfermedad en el rostro de sus parlamentarios, el dolor en el de las víctimas -silenciadas desde la máquina del PNV.

Llevamos casi cuarenta años (como con Franco se llevaron mis padres) sometidos a un bombardeo de información diario acerca de los vaivenes emocionales de un grupo de ultracatetos con megaboinas. Y ahora que parecen estar mejorándose las cosas, no hay ni una noticia de los vascos.

Joder! Pues me encantaría saber algo del enfermo! La verdad es que me interesa su salud: si resulta que después de 36 años por fin se le aplica la única medicina (la Democracia verdadera) que puede sacarle del cretinismo profundo al que ha estado sometido, me encantaría tener noticias suyas! Sobre todo porque le estamos pagando el tratamiento desde hace cuatro décadas sin que se le haya aplicado hasta ahora! Y no sólo lo hemos pagado con nuestros impuestos, sino también -y sobre todo- con nuestras lágrimas y con la sangre de nuestros familiares, de nuestros policías, nuestros guardias civiles, militares, políticos y demás gente de a pie; con nuestras lágrimas y nuestra rabia contenida. Y con nuestras manos, ya para siempre blancas desde Miguel Ángel Blanco hasta hoy.

Tenemos derecho a ser bombardeados ahora con un millar de partes médicos en donde se nos cuente cómo anda el enfermo. Estamos en condiciones de exigírselo a los medios de comunicación. Creo que nos lo merecemos.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Pago yo.

Es evidente que la mayoría de nosotros estamos fuera del foro en el que se cuecen los dineros. No me refiero a los dineros que resultan de montar un negocio de trajes de novia o abrir un restaurante; ni siquiera a los pingües beneficios que supone dedicarse al pop -aún- bajo los auspicios, claro, de alguna discográfica internacional (que ya son dineros). No. Los dineros de los que hablo son los que se derivan de las grandes operaciones comerciales; aquéllos cuyas cifras se me antojan astronómicas: los de las petroleras; los de los grandes bancos; los que se manejan con la connivencia de los despachos estatales. De esos foros, digo, estamos excluidos la mayoría de los mortales.

Hace unos pocos años -cuatro o cinco- las bolsas marcaban máximos históricos cada diez días; las constructoras, con la aquiescencia de los ayuntamientos, no daban abasto; se construía hasta encima del agua. Yo he conocido a más de un albañil que estaba ingresando, de tanto trabajo que había, seis mil y hasta ocho mil euros mensuales (en su mayor parte, en dinero negro); me preguntaba cuánto cobraría entonces un capataz; y, sobre todo, qué beneficios tendrían los constructores. E imaginando la sideral cifra de estos dineros cósmicos, tutelados por los bancos, me aterrorizaba apocalípticamente cuando pensaba en el volumen de negocios bursátiles que estaríamos alcanzando, la mayoría de ellos cocinados desde la rama cabalística hipercafeinada que supone el acorbatado gremio de los brokers.

Llovió algo más de lo esperado, un arroyito corrió insistentemente entre los pies de barro del Golem hipertrófico en que se había convertido la economía occidental, y éstos se quebraron, dando al traste con el monstruo. El 11 de Septiembre de 2008 (día fatídico, y de nuevo en Yankilandia) quebró el banco Lehmann Brothers, símbolo de estas dudosas y oscuras ingenierías paraeconómicas, jodiendo la economía mundial en pocas semanas. Lo demás, ya lo saben ustedes: quiebras en cadena; cierre masivo de empresas y negocios (pequeños y medianos, que son los verdaderamente fundamentales); descenso en picado del consumo; y destrucción masiva de puestos de trabajo.

Aquí, en España, nuestro particular folclore coloreó la situación otorgándole tintes de verbena. El Gobierno, tras negar la evidencia durante meses, reaccionó tarde y mal. Cuando lo hizo, fue a través de inyecciones brutales de capital (nuestro capital) a los bancos y cajas, principales responsables de la crisis; y luego, perdonando y condonando a las constructoras, y contratando a mansalva a los otros corresponsables e instaurando el tristísimo Plan E, que consiste en abrir zanjas por las mañanas para volverlas a cerrar por las tardes, convirtiendo a cada albañil en una insospechada Penélope, esperando a un Ulises que no llegará jamás.

Y una vez invertida -y esquilmada- una parte importante de las arcas del Estado en salvar de la quema a los bancos y a las constructoras (los verdaderos malos de la película), nuestro Gobierno decide que los dineros que les faltan para cuadrar el balance de esta ruina, provocada por su imprevisión y su debilidad, los va a sacar subiéndonos los impuestos a los que nada hemos tenido que ver con estas prácticas -los excluidos de los grandes beneficios- hasta cifras leoninas. Yo ya pago el 25% de mi sueldo en impuestos directos; pago impuestos indirectos por haber llenado el depósito de gasoil de mi coche para ir a trabajar, durante años, de una ciudad a otra; y por fumador (que lo he dejado hace mes y medio), he pagado millones en impuestos; y por vivir en Sevilla, la Ciudad de los Impuestos; y por tener un coche viejo; y por ser propietario (jajajaja... Propietario!) de un piso pequeño. En definitiva: pago impuestos por vivir.

Pero, por lo que se ve, no han sido suficientes los impuestos que he pagado; no hemos contribuido lo necesario como para que el Estado creara y mantuviera un cuerpo específico de vigilancia que nos defendiera de los grupos macroeconómicos y sus piratas; una Policía Económica que nos salvaguardara de los desmanes de la Banca, las constructoras y los tahúres de la Bolsa, cuya lujuria desenfrenada, tras permitirles amasar fortunas cósmicas, cifras irreales, nos ha sumido a todos en esta tristeza de pequeños locales de barrio cerrados y colas soviéticas ante las puertas del INEM.

Ahora, además de pagarles a estos cabrones la juerga, la coca, las putas y el champán, hay que pagarles la resaca y el ibuprofeno. No importa; guárdense sus carteras, queridos especuladores: pago yo.

martes, 8 de septiembre de 2009

Hemos ganado.

Anoche vi un reportaje magnífico del ya modélico programa Documentos TV: La Revolución Sexual en China. Me ha emocionado. Todos esos chinos pasando por la euforia que hace 30 años pasamos los españoles: primero, en la Apertura del Franquismo; y luego, en la Movida de los Ochenta, que no fue otra cosa que sexo, sexo y más sexo, al fin!

Yo considero que Occidente se caracteriza con claridad por unos pocos aspectos: el primero de ellos -pero no el más definitivo- es el sustento de la Democracia como forma -ya natural- de gobernarnos (salvo en el País Vasco hasta hace poco, y en Andalucía desde hace lustros); y en el otro ángulo de la casa, la posibilidad de disfrutar de una libertad sexual que va desde el actual neopuritanismo yankee hasta la absoluta licencia para follar (y gracias sean dadas a los dioses) que tenemos en España.

Los países que no pertenecen a ese extremadamente delicado concepto que es Occidente no son aquéllos cuyos gobiernos no son democráticos; los últimos acontecimientos en Honduras, las filípicas del hermano de Fidel en Cuba, o las manifestaciones andropáusicas del cacique Hugo Chaves son realidades desalentadoras en este sentido. Pero siento a estos países como parte de Occidente, pues en ellos, y pese a la coexistencia paralela de tradiciones más o menos mojigatas, existe una natural libertad sexual: no se oculta el rostro de la mujer; no se las sepulta en vida con un sudario; la mujer tiene libertad de acción y decisión con respecto a su propio cuerpo. Esto es fundamental para distinguir Occidente del resto del planeta.

El maravilloso reportaje que vi anoche acerca de la revolución sexual en China enendió una luz de esperanza en mi cabeza. Si los chinos, que son nada menos que 1.300 millones de seres humanos, han comenzado su imparable liberación sexual (porque tal conquista no hay quien la pare, y no tiene vuelta atrás), está cantado el final del autoritarismo postmaoísta. Con suerte, de aquí a pocos años veremos las primeras elecciones democráticas en el gigante asiático; probablemente sean las últimas como China, antes de su desintegración en países menores, como ocurrió con la Unión Soviética. Pero habrán conquistado su completa libertad.

Desde hace unos años, la tímida apertura política y -sobre todo- la enorme eclosión económica de China me hacía contemplar este país como un aspirante al entorno occidental. Pero desde anoche, y visto lo visto, considero a China, con todas sus rémoras sociales (que acabarán desapareciendo) como Occidente.

Impactado por tal descubrimiento, agarré papel y lápiz y me puse a sumar, con la Wikipedia por delante, los habitantes que conformamos lo que considero Occidente: 803 millones de europeos; 927 millones de americanos; 35 millones de australianos (qué pocos!); 350 millones de exsoviéticos (rusos, georgianos, ucranianos, etc.); 130 millones de japoneses (que son más occidentales que la Reina de Inglaterra)... Y 1.300 millones de chinos! La suma total es de más de 3.500 millones de seres humanos dentro de la órbita occidental. La población mundial, a finales de 2008, era de 6.671 millones de almas. Es decir: en mi cábala y con mis cuentas de la vieja, somos algo más de la mitad del planeta los que nos debatimos con nuestra propia capacidad de elegir; somos ya más de la mitad los que no tenemos más remedio que plantearnos cada día cómo vivir nuestra propia libertad, con toda la complejidad que tal situación nos plantea.

Somos más de la mitad. Un proceso así, es imposible de detener; salvo que haya alguna catástrofe cósmica. Pero si el siglo XXI se desarrolla sin cataclismos que asolen al Género Humano, considero que la guerra contra los fundamentalismos, las atrocidades, los credos castradores y el victorianismo está decidida. La batalla por la capacidad para decidir si uno quiere -o no- ser un infeliz, está decantada.

Para mí, desde que anoche vi esas discotecas chinas, esas fiestas de almohadas de las adolescentes, esos jóvenes chinos reclamando con serena expresión su libertad para cepillarse a -y ser cepillados por- sus compatriotas, la guerra por la Libertad y la Dignidad Humana se ha decantado ya por Occidente.

Para mí, ya hemos ganado.

jueves, 27 de agosto de 2009

Un país de performers.



Viendo los sanfermines, y sufriendo el despliegue de medios nacionales e internacionales prestando toda su atención a semejante partida de catetos con chapela; comprobando que se retransmiten en directo, cada mañana, por la televisión pública, las carreras desaforadas de doscientos paletos navarros, periódico en mano, uno se pregunta a quiénes tiene por compatriotas. Pero luego llega la tomatina de Buñol, y uno contempla con estupor cómo 40.000 personas bailan a ciegas en un baño de sangre, rogando a sus convecinos que los rieguen con agua por Dios para quitarse los miles de litros de tomate aplastado que llevan en sus poros. Y aún no han acabado de limpiarse de rojo las calles cuando sale en la tele la merenguina, en Lliria, que es lo mismo que la tomatina pero con merengues pegajosos. O la nit del alba, en donde se lanzan cohetes desde los balcones de las viviendas, y luego toda la noche aguantando petardos. O el toro de la vega, pobre animal alanceado por los catetos de Valladolid... Y ¿cómo se llama el pueblo ése que celebra el fin de año en agosto, desde hace poco? Sí, hombre: que salen en la tele, con serpentinas y pelucas doradas tomando uvas y bebiendo champán caliente y chorreando de sudor en pleno verano... Valientes gilipollas!

Dios mío! En qué país he nacido? A qué se dedican mis propios paisanos, los ilustres sevillanos? Cuántos de ellos se visten de nazareno, o de costalero, o de flamenca, o de feriante con su caballo y todo, para contribuir a esta continua performance en que se ha convertido España? Parece como si cada ciudad, pueblo o villorrio de mala muerte tuviera que inventarse una sandez más grande aún que la anterior con tal de salir en la tele haciendo el panoli. ¿No pueden estarse tranquilos en sus casas, o en los bares? ¿Es necesario cortar el tráfico de la ciudad para dar rienda suelta a sus necesidades protagonistas?

Cualquier extranjero que visitara España hace más de un siglo, regresaba a su país impresionado, para bien o para mal, por la performance española por excelencia: la fiesta de los toros. Pero no podía tacharnos de aplastatomates, tiramerengues, pirómanos, suicidas a la carrera o subnormales sin calendario. Hoy día, la tauromaquia es ya lo de menos; mire uno por donde mire, vaya al pueblucho que vaya, siempre encontrará un grupo de catetos dispuestos a inventar una barbaridad más grande que la del pueblo de al lado con tal de salir en el telediario al menos un minuto.

Parece que ya no interesa la actividad individual y genuina. No, al menos, a los medios de comunicación. Lo que no es histriónico y chillón se confunde con lo aburrido. A los alcaldes y concejales, embotada su ética por los continuos tratos con las constructoras, no se les cae la cara de vergüenza de ninguna de las maneras, y permiten que sus conciudadanos hagan el imbécil con el apoyo económico e infraestructural del Ayuntamiento.

Somos, técnicamente, un país de chuflas. Los payasos del circo Ringling lo tienen cada vez más difícil con nosotros, porque España se ha convertido, en los últimos años, en un país de performers.

lunes, 22 de junio de 2009

Una guerra civil pendiente.

Lo que hoy -a mediados de junio de 2009- está ocurriendo en Irán no es sólo por la sospecha-tufo que emana de que el Gobierno iraní haya amañado las elecciones; ni una simple algarada coordinada (como sabía que, tarde o temprano, dirían los fundamentalistas) por la CIA y sus afectos europeos. No es, ni siquiera, una protesta intelectual dirigida por los universitarios con móvil e internet redirigido desde un proxy extranjero; sino (ojalá) el inicio de un movimiento macrohistórico que guarda dentro el germen de lo que hace años llevo llamando, en los bares y en las cenas en casa de los amigos que me aguantan, una guerra civil pendiente.

Yo creo que los musulmanes tienen larvada desde hace décadas una guerra contra los fundamentalistas: su guerra; una revolución contra este extraño feudalismo del siglo XXI: su revolución; un paso de gigante que libere a sus mujeres del deshonor de tener que ocultar su pelo, su cara, sus opiniones e incluso todo su cuerpo. Los musulmanes tienen que dejar de mirar con recelo a Occidente y darse cuenta de que no es a los norteamericanos ni a sus aliados europeos a los que tienen que tirar piedras, sino a las aparatosas ventanas de sus señores feudales, a las torres insultantes de sus mezquitas rebozadas de sangre: pedradas contra el dolor de pelvis que produce la vergüenza de ocultar a sus mujeres; contra la ignominia de nacer, crecer, reproducirse y morir bajo la asfixiante mirada de unos iluminados que lo son porque sí.

Desde el imborrable espanto de la destrucción en directo de las Torres Gemelas mientras comíamos el último gazpacho de aquel verano de 2001, se inció en mi cabeza una búsqueda inmediata de explicación para todo aquello y lo que vino después. Y siempre he vuelto, como las moscas contra el cristal, a la misma respuesta: los musulmanes tienen una gran guerra civil pendiente, tras la cual -y sólo así- podrán respirar en libertad y recuperar la capacidad de construcción que tuvieron en su época dorada, en la que la Ciencia, la Medicina y la Matemática se refugiaban bajo los techos árabes, conformando un bastión último de Humanismo entre la barbarie ultracatólica que asolaba Europa.

Irán ha empezado por protestar contra unas elecciones probablemente trucadas, pero hay algo más profundo que empieza a moverse en los países islámicos; algo que, de prender en la mecha última de dignidad que les queda -como hombres y mujeres que son, antes que cualquier otro aspecto religioso-, puede incendiar toda esa farsa mediocre con olor a pies que representa el fundamentalismo, elevando una pira de libertad que se verá desde los confines de Europa hasta América.

Irán parece haber dicho ¡basta! Los talibán y toda su mugre castrante y llena de un profundo horror a la Vida con mayúsculas pueden empezar a temblar. Podría haber empezado una guerra: su guerra civil pendiente.

lunes, 11 de mayo de 2009

Adiós, idiota!


En la Antigua Grecia, a aquellas personas que carecían del interés por los asuntos públicos y, de manera egoísta, se autoexcluían de los asuntos de la Polis, se les conocía como Íδιώτης (idiōtēs), palabra cuya raíz viene de Íδιος (idios), que significa de uno mismo. Era tánta la importancia que se le concedía a los asuntos de la Polis (la Política), que mantenerse al margen o desinteresarse por ellos sin más motivo que el puro egoísmo o la simple mismidad le valía a la persona en cuestión el calificativo de idiota; es decir: apolítico.

Este hombre enjuto, de rostro esculpido a cincelazos; que después de diez años cocinando a su antojo con harina de trigo en una región cuya población tiene un 50% de celíacos; este personaje jesuítico que habla de él mismo en tercera persona, como si hubiera recibido una transustanciación de uso privado; este hombre adusto cuyos discursos se construyen a base de espasmos verbales; este hombre que ya siempre guardaré en mi memoria como el lendakari Ibarreche, ha perdido las elecciones al Gobierno Vasco; y, dando patadas al atril de oradores y derramando el agua de la jarra, anuncia entre espasmos que se retira de la Política; que no piensa sentarse en los bancos de la Oposición. Es decir: ordena y manda; decreta y legisla; premia y castiga; si está en el Poder, lo ejerce; pero si tiene que ir unos años a la Oposición, se retira y se va a su casa enfurruñado, a balancearse en su mecedora con una manta sobre las piernas mientras mira ensimismado el cuadro de Sabino Arana que con seguridad hay encima de su chimenea. Es decir: asume el haz, pero no el envés de la carrera política.

Lamento decir que un verdadero político ha de bruñirse en la Oposición; luego, a la hora de ejercer el Poder, ceñirse la pluma y la espada y apretar los dientes; y más tarde, cuando haya que volver a la Oposición, ajustarse los machos y aguantar. Porque todo ello es Política. Pero no lo es comerse la yema y dejar la clara; no lo es estar a las maduras pero no a las duras. Ibarreche se ha criado entre los algodones del Poder; no ha conocido otra cosa que las acogedoras vísceras del PNV. Ahora que dejan de pintar bastos (por fin! Creí que no lo vería nunca!), se quita de en medio y abandona su partido, dejando a sus ciudadanos-feligreses sin su verbo a golpes, sin su jesuítico runrún.

A éste, en Grecia, se le tendría como lo que realmente ha demostrado ser: un hombre sin interés por los asuntos de la Polis; máxime, habiendo ejercido durante diez largos años la dulce tarea del ordeno y mando. Ahora que podría mejorarse a sí mismo y aplicar lo aprendido para en el futuro elevar la calidad de vida de sus ciudadanos, los abandona a su suerte. Practica, a las claras, el desprecio por los asuntos de la Polis; huye de la Política. Abraza, entre bufidos, la idiocia. En la Antigua Grecia, a éste ciclista aránico y sabínico se le conocería para los restos como un idiota.

Se marcha, destrozando el mobiliario, el lendakari Ibarreche.

Adiós, idiota!

lunes, 4 de mayo de 2009

Demokratzia?... Ahora sí: Democracia!

lolololololo..... esto no es una kanción/de alucinaciones mias,/son las kosas que pasan hoy,/ en esta puta vida./Son las ganas de llenar de plomo/vuestras mentes vacías,/son las ganas de reventar/las komisarías,/son las ganas de acabar/kon esta puta justicia,/son las ganas de giñarme/en la monarkía./¿Kuantos años llevamos,/con esta puta demokratzia?/y de ke nos ha servido,/esta puta demokratzia?,/represión y tortura/en esta demokratzia,/tantos años de kambio/y akí no ha kambiao nada/así es to...

El extraordinario texto que ustedes acaban de leer corresponde a una canción, un casi himno de la juventud vasca durante años. Los asombrosos autores pertenecen al grupo Piperrak, que Dios acoja en su seno.

Después de más de 30 años, los vascos van a poner en práctica, tímida, minusválidamente, la Democracia. El Régimen saliente, el monolítico PNV, cuyos vasos sanguíneos se confunden con las propias instituciones, haciendo que al arrancarse de éstas sufran una hemorragia jesuítica sin precedentes, está quemando las naves antes de retirarse a sus cuarteles de invierno. No van a permitir que se instaure la verdadera Democracia, la que el resto de los españoles disfrutamos (los andaluces, a medias; pero ése es tema de otro artículo), así como así. Son más de tres décadas de postfranquismo profundo; más de 30 años disculpando crímenes, promoviendo odios, inyectando dinero a espuertas en las herrikotabernas; más de tres décadas de enfermedad mental colectiva: demasiado dinero invertido en cloratita y lenguajes reinventados como para permitir que entre el aire fresco sin presentar batalla.

Los vascos no conocen aún la Democracia; no tienen ni idea de lo que realmente podrían ser si fueran libres. Lo único que han vivido ha sido el abyecto franquismo real y la parodia posterior plagada de muertos, secuestrados, maltratados y aterrorizados convecinos que han dado en llamar Demokratzia.

Mañana toma posesión del cargo de Lehendakari un socialista; un hombre valiente; un héroe, como los que le van a apoyar para que gobierne, los populares. Mañana va a abrir una rendija de luz entre tánta tiniebla un hombre que quiere ser libre: el primer vasco libre desde hace 70 años, Pachi López.

Mañana, treinta y tántos años después que el resto de los españoles, los vascos van a tener la oportunidad de arrancarse de los ojos las alambradas de kas, de zetas y de te equis que han asolado sus vidas. Y podrán asomarse al mundo de la Inteligencia, de la Libertad, que ya hace dos mil quinientos años fue vislumbrado por Grecia: la Democracia.

Quizás ya no haya más Demokratzia. Quizás haya llegado la Democracia, al fin.

En cualquier caso, y aunque tímidamente, llega la Libertad.

martes, 28 de abril de 2009

Bruni

Lo que me excita de la Primera Dama francesa no es su elegancia próxima al dolor; ni el ángulo tenso y terrible que produce su falda hacia el final inaudito de su talle; ni siquiera la caída descuidadamente perfecta de su melena, que oculta y muestra a la vez esos ojos que todo lo han visto. No se trata de su cuerpo, que es maravilloso. Lo que me altera de la Bruni es la conjunción perfecta entre hormonas y poder que ha despertado en Sarcozy, ese hombre bajito de 54 años.

El actual Presidente de la República Francesa me inspira, me seduce, me tiene en el bote también. Un hombre que, sin pensárselo mucho, se sube a un avión en París y se larga a Yamena, al Chad, para rescatar a unas azafatas españolas… Y lo consigue! Dios! Desde ese instante, comenzó a formar parte de la galería de mis héroes. Pero no sólo por la acción realizada, sino porque lo hizo él personalmente; no utilizó intermediarios. Como en los tiempos del Rey David, el símbolo y la carne mortal se unieron para realizar la hazaña.

Sarcozy miraba a los ojos a Bush y éste le apartaba la vista. Toca, e incluso soba a la Merkel; porque es un hombre carnal. Obama no le hace sombra. Dice que Zapatero no es muy inteligente (manera suavísima de decir lo que yo llevo diciendo desde antes de sufrir a éste como Presidente del Gobierno), y pocos días después viene a España y es recibido con amor hasta por el mismo Zapatero.

Qué tiene este hombre? Yo os lo voy a decir: este hombre tiene Amor, con mayúsculas. Porque la Bruni le ha restaurado las hormonas. El Presidente de la República Francesa huele a macho adulto, reconstituído y dispuesto; por las mañanas, satisfecho de su procacidad entre las sábanas de raso, retoma la sartén del Mundo; la compañía infinita de la Bruni le siembra de estrellas cegadoras su intenso corazón. Planea, discute, construye, destroza, cambia la faz del Planeta con la seguridad asombrosa que confiere la dopamina a los enamorados. Domina los misterios cortesanos; va dos leguas por delante de la Política, porque el Amor lo lleva en andas. Es un hombre de acción; no se pierde en discursos. Escandaliza su carnalidad, su hormonalidad, su peste salada de macho ahíto.

Vivir junto a una diosa; yacer entre las piernas del Olimpo; abandonarse durante horas a la contemplación del extraordinario vientre de la Bruni -como el que mira a los ojos de Medusa implorando una muerte inminente- confiere una disposición espiritual en la que se comprende el Universo, una serenidad cósmica en la que todo encaja. Porque Carla Bruni no es una cantante; ni una modelo de alto estandin; ni ha sido sólo la novia de Eric Clapton o de Mick Jagger. La Bruni ha acumulado en su magnífica piel todo el entramado cultural desde Yeats hasta Emily Dickinson, desde Coco Chanel hasta Emmanuel Ungaro; posee una rara luz que no se puede ocultar; una angulación en su columna, un rumor de sedas en su desplazarse de un salón a otro, un perfume de feromonas sacrílegas que todo lo envuelve. La Bruni es la destrucción de la voluntad, la suma perdición, la prístina esencia de la femme fatal, el túnel de luz iridiscente en el que quiere morir el propio genio.

Yo ya tenía interés por Sarkozy; pero nunca me había parado a observar en profundidad a su hembra. Ahora la he mirado detenidamente y creo haberla visto. Creo haberla percibido en toda su magnitud. He comprendido el alcance de sus gestos; la incandescencia de sus sueños. Ya puedo dormir tranquilo, porque sé que el Mundo está en manos de un hombre que no quiere morir; un hombre bajito y carnal, cuya máxima aspiración es que todos sigamos vivos para que constatemos su propia felicidad; un hombre cuyo último pensamiento, antes de dormirse, feliz, cada noche, es un sonido casi mineral que resume todo el placer de la tierra: Bruni.

miércoles, 22 de abril de 2009

Terramicina

Si te cepillas los dientes con Clisident, podrás tenerlos blancos como las actrices de Hollywood. Pero no lo conseguirás si de pequeño te dieron Terramicina, un antibiótico que nos decoloró los dientes a toda una generación para siempre jamás. Ya, por más que te cepilles con sosa cáustica, y aunque hayas dejado de fumar hace meses, no hay dios que los vuelva blancos: es, sencillamente, imposible. Porque la decoloración que la Terramicina nos legó no era superficial, sino que afectaba a la materia misma de la que están hechos los dientes, a la masa dental.
Tampoco es que uno vaya por ahí con los dientes grises; pero no puedo aspirar a tener la dentadura de Tom Cruise, con ese blanco nuclear sobrehumano. La Terramicina nos dejó su marca indeleble, fundiéndose con la esencia misma de nuestro organismo.

Así la LOGSE, que en tres lustros y poco más ha decolorado para los restos la esencia misma de la masa cerebral de mis alumnos del conservatorio; con el agravante de que ha creado co-dependencia en sus padres, a los que observo repanchingarse cómodamente en los difusos principios propsicologistas de la LOGSE, y cuando se les dice que el niño tiene que coger el instrumento a diario me espetan, delante del alumno, que tiene otras actividades y que hay que repartir el tiempo; o que el violoncello tiene su importancia, pero que hay otras cosas a las que el niño no va a renunciar.

Aplicando ese magma superprotector que lo único que ha conseguido en 15 años es bajar el nivel de autoexigencia hasta extremos asombrosos y tristísimos, estos padres jóvenes y estos hijos viejos me dan la sensación de que pasan por sus propias vidas de puntillas, como con fastidio: huyen del tiempo libre; en cuanto pueden, escapan de la ciudad en la que viven pero que no conocen; llenan sus tardes con programas de actividades efímeros; y en las vacaciones no saben qué hacer con sus hijos, ni éstos con sus padres.

El sistema educativo, desde la implantación de la LOGSE (técnicamente finiquitada, pero no realmente repudiada) ha arrancado de raíz el orgullo en las propias capacidades, la alegría del resultado tras el esfuerzo y, en definitiva, la fe en la propia Humanidad. Como con la Terramicina, al menos dos o tres generaciones han quedado estigmatizadas para los restos: sus circunvoluciones cerebrales adormecidas, vagas, inexpresivas y fláccidas.

La Terramicina que tomé me impide hoy tener los dientes blancos como Charlize Theron, pero los mantengo limpios y con un color marfil aceptable; y su funcionalidad al ciento por ciento. Pero los resultados de la aplicación sistemática de la LOGSE no sólo han conseguido decolorar la vida de estos pobres estudiantes, sino que también ha decolorado su futuro, y la posibilidad de asombrarse del presente.

Si me dieran a elegir entre ambas desdichas, de nuevo, y de manera consciente, tomaría la Terramicina. Es más: sabiendo que me libro de los efectos de la LOGSE, la tomaría en tortilla; con alegría. Y con mayonesa.

jueves, 16 de abril de 2009

El cuñado impresentable.

Desde el año 1990 ha sido Presidente de la Junta de Andalucía. Es decir: desde el siglo pasado. Diecinueve años de Presidente, y en estas casi dos décadas ha conseguido que sigamos siendo una de las regiones más pobres de Europa, pese a que pertenecemos a la octava potencia económica del planeta. En 19 años, hemos logrado reunir la mayor parte del paro que hay en toda Europa; los andaluces somos los adalides de la mínima producción: ni en el sector Primario, ni en el Terciario (no hablemos del Secundario, que ése casi no existe en España) tenemos nada que decir sin avergonzarnos.
Nuestra imagen ha sido vilipendiada en todas las series de televisión: las criadas, los chorizos, los chuflas, las putas, los tarados son siempre andaluces; y no hay manera de erradicar ese cliché injusto y anticuado. En 19 años no ha hecho nada por dignificarnos; no lo han hecho sus consejeros, ni sus asesores de imagen.
Ha convertido los dos canales de televisión andaluces (Canal Sur 1 y Canal Sur 2) en dos agujeros negros por donde se desangra a chorros el presupuesto de la comunidad, dilapidando cientos de millones de euros en programas-propaganda y en pura basura profolclorista infumable.

En todas las familias hay un cuñado impresentable que, en la navidad, siempre acaba metiendo la pata cuando habla en público. No tienen ustedes en mente algún cuñado o primo segundo, o tío carnal que cuando habla la caga?
Pues bien: durante años, cuando Manuel Chaves ha hablado en la radio o en la tele, no ha habido ocasión en que no me suban los colores hasta la raíz del pelo y me avergüence de tener un Presidente cuya sintaxis es un fiel reflejo de lo que hay bullendo dentro de su cabeza: el puro desorden; el Caos; la imposibilidad de captar la realidad (y por lo tanto, de modificarla para mejorar nuestra calidad de vida ciudadana). Es un hombre que ha conseguido que le creen un personaje cómico en los programas radiofónicos; un personaje que habla trabucándose y que dice "los minolles" en vez de "los millones".

Era nuestra vergüenza doméstica. La sufríamos en silencio, como las hemorroides. Pero ahora viene el otro que tal baila y lo convierte en Vicepresidente Tercero de no sé qué Narices Territoriales (Dios! No se sabe ni cuál es el cargo!), ocupación que le obligará a hablar en público a menudo ante toda España. Y ello va a hacer que me sienta como cuando el cuñado impresentable de rigor, enmedio de una entrega de premios a alguien de mi familia, se pone en pie y levanta su copa (la quinta que se ha metido para el cuerpo ya) y dice, entre el terror tácito de todos los que ya lo conocemos, "quiero decir unas palabras"...

Dios! El cuñado impresentable! Va a hablar!...

martes, 14 de abril de 2009

Doce latigazos.

A los forasteros que atentaban contra la vida o hacienda de los de la tribu, se les declaraba la guerra; a aquéllos que, dentro de la propia tribu, robaban o mataban a sus convecinos, se les castigaba públicamente. No sólo por resarcir, de alguna manera, el daño que habían cometido; sino -y sobre todo- como acto ejemplificador de una proposición: "el que la hace, la paga". De este modo, se evitaba que todos los demás miembros de la tribu pudieran repetir los mismos desmanes. Hasta hoy, no se ha encontrado una vacuna mejor para que el organismo social pueda sobrevivir y desarrollarse constructivamente.

Sin embargo, y después de casi un año oyendo hablar a diario de la crisis económica internacional, no veo por ninguna parte que se haya castigado de manera ejemplar a ninguno de los múltiples responsables de la misma. Y eso que todos sabemos quiénes han sido los agentes que han reventado la economía mundial; y la española, en particular. Los gobiernos lo saben. Lo sabemos los ciudadanos. Sin embargo, ahí están los responsables, paseándose libremente en sus automóviles de lujo, haciendo declaraciones públicas sin un ápice de arrepentimiento. Ni siquiera han pedido perdón.

Los banqueros, los constructores, los brokers, los políticos encargados de velar por la buena administración de los bienes del Estado: ésos son los delincuentes. No he visto hasta ahora que encarcelen a ninguno; ni siquiera que se les procese; o al menos que se les avergüence públicamente. Nada: han salido indemnes; sin un rasguño. Es más: el Estado les ha inyectado decenas de miles de millones de euros, en premio a la extraordinaria frivolidad de la que han hecho gala en estos últimos años. ¿Alguien ha visto castigar siquiera a uno de estos irresponsables?

Comprendo que el equilibrio financiero sea tan delicado como para que no puedan entrar los Gobiernos a saco y desmembrar el conglomerado de empresas financieras que se sustentan unas a otras y se adhieren como pólipos a nuestra realidad cotidiana. Lo comprendo; con dificultad, pero puedo hacerme una idea.

Sin embargo, debería aplicarse la costumbre ejemplificadora que tenemos desde tiempos inmemoriales en todas las tribus del planeta y que advierte a los demás de que quien la hace la paga. Hay muchas formas de hacerlo. Incluso ni siquiera es necesario encarcelar a tanta chusma de corbata: nos seguiría saliendo carísimo mantenerlos en la cárcel.

Muchos nos conformaríamos con ver cómo se les aplican una docena de latigazos en la espalda. No sé: elegir un par de banqueros, cinco constructores, tres brokers y dos políticos; y, tras una extensa campaña publicitaria en televisión, retransmitir en directo desde alguna plaza pública de Castilla-León (siempre impone más solemnidad lo castellano, en cuestión de escarmientos), para ejemplo de los ciudadanos y como símbolo de que no todo vale, el público castigo.

Una docena de latigazos a cada uno. Y bien dados.