Número de atrevidos lectores:

viernes, 10 de agosto de 2012

Enfermedad autoinmune





No sé por qué llamamos ola de calor africano a estas temperaturas que nos machacan periódicamente; puede que vengan del cielo de África, pero no las fabrican allí; y ni los Gobiernos africanos ni su sociedad civil tienen parte alguna de responsabilidad en que el Planeta genere sus sofocos en el aire y los mueva donde le plazca sin pagar aduanas ni aranceles, sin pedir permiso a la Merkel ni al Bundesbank. Enfín (todo junto y acentuado, sí): que yo le quitaría los colgajos geopolíticos y la dejaría en ola de calor tremendo.
Pues bien: no sé si será por esta ola de calor tremendo que asola los paisajes de Mairena del Aljarafe, aquí en Sevilla, o por el veranito que nos están dando nuestros representantes electos con su manía de aplicar medidas dictadas desde fuera de España, en esas ciudades pulcras y ajardinadas en donde desconocen estas olas de calor recurrentes; pero lo cierto es que, cada día que pasa, veo cómo nos encaminamos sin remisión hacia un conflicto internacional de proporciones imposibles de calibrar.

Tenemos la sensación (y cuando utilizo el plural es porque lo huelo a mi alrededor) de haber sido abandonados a nuestra suerte por los políticos que elegimos para que se hicieran cargo de nuestros problemas. Todos los políticos: Gobierno y oposición. Todos. No se les oye; no se les ve en la tele.
Acaso han desaparecido? Es de suponer que no! Pero pasan tanto tiempo en los pasillos de los altos hornos de Bruselas, de Berlín y de vaya usted a saber qué otro foro, que han descuidado la delicada tarea de asomarse a menudo al balcón de los medios de comunicación españoles para que sepamos que aún respiran.

Tengo la certeza de que están vueltos de espaldas; tan prendidos de los ojos de la Hidra, tan hipnotizados por los cantos de sirena del Euro que ningún bálsamo ni bebedizo podrá ya volverlos a la Soberanía que abandonaron. Estamos solos, navegando en el mar de los sargazos en el que la enfermedad autoinmune que le ha surgido al Capitalismo de toda la vida ha convertido nuestra Realidad.

Y es que, en mi opinión, los empresarios clásicos, los hombres de negocios de siempre, los verdaderos emprendedores, cuyo objetivo último en la vida ha sido desde siempre producir, manufacturar, urdir una red comercial que les permita crecer y extenderse están siendo barridos del mapa por una especie de enfermedad inesperada que le ha salido en las vísceras al Capitalismo. Ningún verdadero empresario habría vislumbrado, ni en su peor pesadilla, el exterminio de las clases medias y el subsecuente empobrecimiento del Pueblo; sencillamente porque las clases medias son y han sido desde hace cientos de años la madre nutricia del Comercio: para todo hombre de negocios, nuestro empobrecimiento es su suicidio.

Es por eso que yo, que no tengo la más remota idea de Economía, intuyo sin embargo que el triunfo planetario del Capitalismo, que se ha instalado cómodamente hace ya décadas (sin más resistencia que Estados anecdóticos como Corea del Norte o Cuba), lleva dentro su propia destrucción, su enfermedad autoinmune, cuyo nombre terrible es de todos conocido: la Ingeniería Financiera.

Y es que una cosa es el Comercio y otra bien distinta son las Finanzas. Montar una fábrica de ladrillos y procurar la mejor calidad y la máxima difusión del producto que allí se cuece (nunca mejor dicho) es una cosa; y otra bien distinta es lanzar la propia empresa a jugar en la Bolsa. Cualquier historiador sabe que la Bolsa es un invento de finales del Quattrocento que en el Cinquecento llegó a expandirse y a seducir a banqueros, burgueses acaudalados, terratenientes y gobernantes atrevidos. Tan es así, que las grandes bancarrotas de la Historia, antes impensables, comenzaron en el siglo XVI: recordemos a Nuestro Señor Don Felipe II y sus sucesivas quiebras generales, que llevaron el dinero de las Américas a manos de los banqueros genoveses y centroeuropeos dejando a España esquilmada y al Imperio Español a los pies de los caballos, ocasión que aprovecharon inmediatamente los por aquellos siglos mediocres países europeos (Francia, Italia, Alemania e Inglaterra) para tumbar al gigante español de una vez y para los restos.

La Bolsa… Qué es la Bolsa sino virtualidad, chismorreo, humo? Qué tiene que ver la construcción de planchas de acero con la especulación bursátil? Cómo puede tener más influencia en el Comercio el nombramiento o el cese inminente de un ministro que los años de experiencia de un industrial en la fabricación de cocinas? Es impensable, no? Sin embargo, así es! Y la cuestión es ésta: el Comercio responde a la Vida Real mientras que la Bolsa es pura especulación, puro espejismo, pura posibilidad. Pero esta virtualidad se traduce en ganancias o pérdidas inmediatas de Capital: un juego crudísimo que destroza familias enteras o ensalza a auténticos patanes en un golpe de fortuna.

Siendo así, el Capitalismo ha llevado una vida expansiva desde el siglo XIV hasta antes de ayer; porque, conteniendo en sí mismo el germen de su propio dolor, ha sabido siempre poner coto a un exceso de virtualidad, logrando imponer la visión de la Realidad en todo momento. La única vez que se le fue de las manos y descuidó la producción para atender en exceso los juegos de azar fue en 1929; y ya saben ustedes lo que pasó: vino el Crack y luego la Gran Depresión, que afectó a los yankees -principales responsables de la debacle, como ahora- y luego asoló Europa, dando lugar a que la amargura y la impotencia de los ciudadanos, privados de repente de sus bienes, sus trabajos y sus costumbres, vieran con una enorme tolerancia la llegada y el ascenso de la chusma fascista, gentuza impresentable que si en los alegres Veinte eran motivo de burla y chanza en las fiestas, en los Treinta lo fueron de terror; y en los Cuarenta, de espanto y destrucción.

Sin embargo, ahora estamos ante una escalada mucho peor que la que provocó el Crack del 29. Ahora, viendo como se está viendo que países enteros están siendo asaltados por una extraña e inexplicable Voluntad Mercantil (los Mercados; la Bolsa; las agencias de rating); que sus gobiernos han sido depuestos sin necesidad de utilizar las armas (Islandia, Irlanda, Grecia, Portugal, Italia… y próximamente España); asistiendo diariamente a las consecuencias terribles de estos envites, la agresión continúa, inmisericordemente. La enfermedad autoinmune que asola Europa y que está dentro del Capitalismo, lo ataca inmisericordemente y está acabando con él.

Es lo que tienen las enfermedades autoinmunes: que son los mecanismos de defensa del propio organismo los que se atacan a sí mismos, pues no reconocen como propias determinadas proteínas; las creen un elemento invasor y se lanzan a su destrucción. Del mismo modo, los elementos financieros que durante siglos han convivido con el Capitalismo, y que fueron generados por éste para su crecimiento, su expansión y su defensa, se vuelven contra él: las agencias de rating definen un objetivo (un Estado! Con todos sus trabajadores, sus hijos lactantes y sus vendedores de zapatos!); lo marcan con una estrella de David; en la Bolsa se apartan de él como si fuera un apestado; sus valores virtuales caen en picado; piden ayuda –también virtual- a países no señalados por el dedo de Dios; éstos exigen medidas restrictivas a cambio. Y cuando ya no pueden más (porque no hay gobernante democrático que sea capaz de estrangular a sabiendas a su propio pueblo), han de ser sustituídos por un equipo técnico (los tecnócratas! Los hombres de negro!) que viene del Norte: hombres enjutos con gafas oscuras y sin gestos delatores; equipos directivos sin amigos ni conocidos en los estamentos del Poder; gestores que sólo han de rendir cuentas al Bundesbank; ni siquiera a la Merkel.

No se dan cuenta de lo que está ocurriendo. Son una enfermedad autoinmune. Porque si se percataran de que están acabando con la Clase Media europea, la que les compra los televisores, los frigoríficos, los coches de alta gama; si se dieran cuenta de que empobreciendo al Sur de Europa están creando las condiciones óptimas para una revolución sangrienta, tengo la certeza de que estos devaneos financieros llevados adelante con la excusa de fortalecer el Euro cesarían de inmediato.

Pero no sólo no aflojan, sino que no cesan de apretar. Los grandes inversores, los súper capitalistas de siempre han dejado de venir a España en los últimos meses, porque están contemplando, aterrorizados, que esto se les está yendo de las manos. Nadie quiere invertir en un país estigmatizado por esos glóbulos blancos que antes servían para defendernos y ahora se han vuelto irresponsablemente contra el organismo que los sustenta.

El Capitalismo tiene una enfermedad autoinmune; lupus eritematoso o cualquier otra barabaridad: no soy médico, ni tengo idea alguna de cómo llamar a esto. Pero sí tengo las luces suficientes como para augurar la muerte inminente del Capitalismo clásico, que tan bien ha funcionado durante siete siglos (con sus luces y sus sombras, por supuesto). Más que muerte, es un suicidio. Y nuestros políticos, elegidos por el Pueblo para que nos gestionen la Soberanía, se han dado la vuelta y, como abducidos, se han convertido en parte esencial de esos glóbulos blancos que han perdido la capacidad de reconocernos como Su Organismo.

Si no ocurre un milagro civil (por descontado, una Revolución), estamos a punto de presenciar el Fin de Occidente; en nuestro lugar, en nuestras ciudades y en nuestros barrios emergerán costumbres y gentes extrañas que nos gobernarán: las de los pueblos que hasta ahora considerábamos tercermundistas. Adiós a la idea de Libertad. Adiós al concepto lineal de Progreso.

Es evidente que no sé nada de Economía; pero como no paralicemos la Bolsa, como no acabemos con las agencias de rating; como no seamos capaces de hacer algo que corte por lo sano (por lo poco sano que queda!) esta enfermedad autoinmune que está acabando con Europa, asistiremos estupefactos a nuestro propio funeral como Cultura. Y quienes irán dentro de la caja, entrelazadas sus manos, serán Europa y los Estados Unidos de América.


jueves, 9 de agosto de 2012

La cajera del Mercadona


En una esquina del exterior del supermercado, llorando, aterrorizada, contemplando incrédula lo que estaba pasándole a ella, a su supermercado, temblaba la cajera del Mercadona, el supermercado que estaban asaltando los del Sindicato Andaluz del Trabajador, el SAT. En su pómulo derecho, casi a la altura del ojo, se veía la huella infame de algún golpe recibido en la refriega.

Una mujer golpeada en la cara es una sentencia de muerte para cualquier Civilización. Estos sindicalistas eufóricos, jaleados por Juan Manuel Sánchez Gordillo -ese grano purulento en el culo de su propio partido, Izquierda Unida-, han golpeado a varias mujeres en el asalto.

Ay, Juan Manuel Sánchez Gordillo! Ay, Juan Manuel: tu nombre compuesto nos retrotrae por un momento al Conde Lucanor para luego arrojarnos en un tobogán psicotrópico de miseria personal que nos deja caer sin frenos en tu deplorable universo lleno de pósters del Ché Guevara, expropiaciones de fincas y subvenciones pagadas por todos nosotros para que tú, engendro postfranquista, convoques reuniones estalinistas en tu pueblo, ese erial de la inteligencia quemado y con olor a alcachofas: Marinaleda.

A dónde hemos llegado? Hasta qué escalón inmundo bajo el suelo de la permisividad general hemos conseguido bajar? Cómo es posible que un perfecto gilipollas como Juan Manuel Sánchez Gordillo (qué magnífico nombre para tan poca cosa!) haya llegado a obtener el Acta de Diputado que le permite salir indemne de cuantas tropelías se le ocurran cometer? Qué especie de Limbo sin Ley es Andalucía? Cómo se puede permitir que un individuo de este jaez campe a sus anchas por medio de la calle tras la agresión indefinible a estos supermercados?

Porque una cosa es un gesto simbólico y otra un saqueo en toda regla! Si este berraco hubiera llamado a los periodistas para sacar de Mercadona un paquete de arroz de un kilo, habría sido un acto simbólico verdadero: un kilo de arroz no alimenta a las miles de familias que están más allá del umbral de la pobreza, pero representa una acción; llama la atención acerca de un mal general como es el hambre, que ya nos atenaza a los españoles. Un kilo de arroz. Un kilo de lentejas. Una barra de pan: ésos son actos simbólicos.

Pero 13 carros de Mercadona llenos hasta las trancas... Por favor! Trece carros? Qué hay de simbólico en trece carros de supermercado? Eso es saqueo! Lo simbólico deja de serlo cuando es mayor el significante que el significado del símbolo! Es como si, en vez de poner una señal de tráfico con un adulto acompañando a un niño (paso de peatones con salida escolar), pusieran a cuarenta y seis madres y padres acompañando a cincuenta y dos niños con sus mochilas y sus babys, todos a tamaño real, y pasando realmente una y otra vez por el paso de cebra! Adiós al símbolo!

No: esto no ha sido un símbolo; esto ha sido una ocurrencia de este paniaguado por la Junta de Andalucía para hacerse propaganda; amparándose, además, en su Acta de Diputado para no temer represalia alguna por parte de la Ley. Una ocurrencia significativa, aprovechando la ruina que tenemos encima los andaluces; una ocurrencia demagógica, pues éstos jamás se atreverían a meterle mano a los presupuestos que ellos mismos acaban de firmar, con decenas de millones de euros empleados en estupideces supuestamente solidarias con otros países. Jamás se atreverían a renunciar a los cientos de miles de euros que el Estado les regala anualmente para sus cervecitas tras la manifestación de rigor y para sus enjuagues privados.

Se reúnen en un bar por la tarde; y cuando ya llevan varios vinos y cervezas con aceitunas, a uno se le ocurre la idea genial: vamos a asaltar el Mercadona! Risas, cachondeo y otro cigarrito (allí dejan fumar dentro de los bares!). La cosa va tomando forma: vosotros vais por allí y yo por acá; éste trinca un carro; tú, otro. Y si oponen resistencia, a hostias! Son mujeres! Y además, vamos a ir doscientos! Yo me llevo el megáfono! Viva Andalucía libre! Viva el comunismo! Pon cinco botellines más, Rafael!

Lleno de estupor, contemplo una y otra vez la cara de esa cajera del Mercadona que intentó resistirse al asalto de hombres fornidos, hombretones del campo, jayanes del Sindicato Andaluz del Trabajo, bestias inmundas que empujaron a las cajeras con sus brazos jornaleros sobrealimentados por el PER y los subsidios, animales sindicales llenos de megáfonos y erizados de mítines que no tuvieron empacho alguno en golpear la mejilla de esa mujer, dejando en ella y en su llanto aterrorizado la marca indeleble que sólo dejan los hombres cobardes.

Venid, sindicalistas; empujadme a mí, que peso más de 100 kilos; partidme a mí la cara si tenéis los cojones que creéis tener. Acercáos con el payaso del megáfono detrás, jaleando, escondido bajo vuestras espaldas de chicarrones del campo. Venid y empujadme como habéis hecho con esa pobre mujer a la que habéis aterrorizado con vuestras bravuconadas y vuestra poca hombría. Aquí os estoy esperando, con las gafas puestas, a que me las partáis. Venid, cabrones, maltratadores, eunucos.

Venid, sindicalistas de mierda. Que es un solo hombre el que os está esperando.