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lunes, 22 de junio de 2009

Una guerra civil pendiente.

Lo que hoy -a mediados de junio de 2009- está ocurriendo en Irán no es sólo por la sospecha-tufo que emana de que el Gobierno iraní haya amañado las elecciones; ni una simple algarada coordinada (como sabía que, tarde o temprano, dirían los fundamentalistas) por la CIA y sus afectos europeos. No es, ni siquiera, una protesta intelectual dirigida por los universitarios con móvil e internet redirigido desde un proxy extranjero; sino (ojalá) el inicio de un movimiento macrohistórico que guarda dentro el germen de lo que hace años llevo llamando, en los bares y en las cenas en casa de los amigos que me aguantan, una guerra civil pendiente.

Yo creo que los musulmanes tienen larvada desde hace décadas una guerra contra los fundamentalistas: su guerra; una revolución contra este extraño feudalismo del siglo XXI: su revolución; un paso de gigante que libere a sus mujeres del deshonor de tener que ocultar su pelo, su cara, sus opiniones e incluso todo su cuerpo. Los musulmanes tienen que dejar de mirar con recelo a Occidente y darse cuenta de que no es a los norteamericanos ni a sus aliados europeos a los que tienen que tirar piedras, sino a las aparatosas ventanas de sus señores feudales, a las torres insultantes de sus mezquitas rebozadas de sangre: pedradas contra el dolor de pelvis que produce la vergüenza de ocultar a sus mujeres; contra la ignominia de nacer, crecer, reproducirse y morir bajo la asfixiante mirada de unos iluminados que lo son porque sí.

Desde el imborrable espanto de la destrucción en directo de las Torres Gemelas mientras comíamos el último gazpacho de aquel verano de 2001, se inció en mi cabeza una búsqueda inmediata de explicación para todo aquello y lo que vino después. Y siempre he vuelto, como las moscas contra el cristal, a la misma respuesta: los musulmanes tienen una gran guerra civil pendiente, tras la cual -y sólo así- podrán respirar en libertad y recuperar la capacidad de construcción que tuvieron en su época dorada, en la que la Ciencia, la Medicina y la Matemática se refugiaban bajo los techos árabes, conformando un bastión último de Humanismo entre la barbarie ultracatólica que asolaba Europa.

Irán ha empezado por protestar contra unas elecciones probablemente trucadas, pero hay algo más profundo que empieza a moverse en los países islámicos; algo que, de prender en la mecha última de dignidad que les queda -como hombres y mujeres que son, antes que cualquier otro aspecto religioso-, puede incendiar toda esa farsa mediocre con olor a pies que representa el fundamentalismo, elevando una pira de libertad que se verá desde los confines de Europa hasta América.

Irán parece haber dicho ¡basta! Los talibán y toda su mugre castrante y llena de un profundo horror a la Vida con mayúsculas pueden empezar a temblar. Podría haber empezado una guerra: su guerra civil pendiente.