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jueves, 23 de junio de 2011

No alcanzo a ser español.



No sé qué quieren los acampados ex acampados del 15 M. No sé bien lo que les indigna que no me indigne a mí. No sé qué fluido glacial les levanta el culo del asiento para ponerse a caminar en masa por las calles de Madrid, Barcelona o Sevilla. No sé qué gente forma esa masa.

Pero sí sé que no son los perroflautas ni los melendis ni los abertzales euskaldunos o terralliures; ni los Obloquegalegos con las rastas por la plaza del Obradoiro comiendo fuego. No son éstos: éstos son viejas glorias del vandalismo; son los herederos de los bárbaros del norte; se comen los hígados de sus víctimas, brindan con chacolí y reciben subvenciones cuando los del PNV tienen el Poder. No: éstos no son los del 15 M.

La otra noche me desperté a eso de las 5 de la mañana soñando en voz alta y diciendo que "lo siguiente es la Universidad y los conservatorios". Mi amada María dice que soy pedante hasta soñando, y puede que tenga razón. Soy pedante, sí, pero me preocupa tanto el asunto del Movimiento del 15 de Mayo que no puedo desprenderme de todo lo que me sugiere.

Soy lector acérrimo de Ortega y Gasset; su preocupación por Europa, por ser europeo a través de llegar a ser español es una preocupación trasladada a mi pobre universo personal. Para Ortega, ser español no es tarea sencilla, como no lo fue (según él) llegar a ser alemán para los alemanes. Según el genial madrileño, los alemanes estuvieron más de 50 años pugnando por llegar a ser alemanes; y esa tarea, en el primer cuarto del siglo XX, aún no estaba realizada en España.

Luego, con la división ideológica y la Guerra Civil (y esto es de mi cosecha: no se culpe a Ortega de esta opinión) se echó a perder la oportunidad de ser español. Los 40 años de franquismo nos llevaron al otro polo de la españolidad, a mi entender. Restaurada la Democracia, el sentimiento de culpabilidad y el prurito de debilidad por los nacionalismos impidieron sentar las bases para comenzar a españolizar España, llegando a extremos insufribles como lo son el terrorismo vasco -apoyado y financiado por las instituciones autonómicas de Euskadi-, la insolidaridad catalana, y, ya en última instancia, el Gran Desastre Económico, cuyo responsable último, en mi opinión, es el Partido Socialista Obrero Español con Zapatero, Blanco y Rubalcaba a la cabeza, triunvirato que pasará a la Historia de la Política Internacional como la peor combinación posible de miopes sociales que dio al traste con una gran nación como lo podía haber sido España.

No me han dejado ser español desde que nací: vine al mundo en la etapa última del franquismo; canté el Cara al Sol en el polideportivo Chapina, con 6 añitos y vestido con calzonas negras y camiseta amarilla de tirantas junto a cinco mil niños más, atemorizado y perdido entre profesores temblorosos porque a lo lejos, en un catafalco como el que le ponen al Papa, estaba Franco, que resultó ser un puntito blanco sobre un fondo oscuro.

Luego, con 15 años y granos en la cara, vino la Democracia acompañada del terrorismo en la tele. Nos avergonzábamos de ser españoles en el instituto, en la facultad, en la tuna, en los bares, en el conservatorio. Nos acostumbramos a que los catalanes y los vascos nos escupieran sobre los textos cervantinos; nos hicieron creer desde el Gobierno que éstos del Norte tenían fuero juzgo, hechos diferenciales y deuda histórica. Como andaluz, sólo me quedó despotricar en los bares y pedir perdón por comerme las eses. Vi pasar la Expo 92 por mi lado, sin afectarme para nada de provecho salvo para ver subir los precios de la cerveza y las tapas; luego la vi ajarse poco a poco, y de lejos contemplé cómo la maleza se comía los edificios de esa isla ajena en donde algunos ganaron tanto dinero a mi costa.

Tengo casi 50 años (uf...) y nunca he podido ser español. No me han dejado los nacionalistas, ni los socialistas, ni los del PP, ni los de Izquierda Unida. En la Constitución Española hay cláusulas, letras pequeñas que mantienen desequilibrios flagrantes, injusticias históricas, desprecios manifiestos hacia una gran parte de mi Nación. Los tribunales no tienen vendas en los ojos, sino microscopios de alta precisión. La prensa, el Periodismo, es desde hace décadas un apéndice de los partidos políticos mejor organizados.

Siento que pronto llegaré al fin de mis días y que no habré podido realizar el sueño de Ortega y Gasset: llegar a ser español. Porque para ello debo sentir, saber, constatar que vivo en una Nación libre, en la que mi voto vale lo mismo que el de un vasco o un catalán; que mi Nación recauda los mismos impuestos en Sevilla que en Pamplona; que con mis impuestos no se va a premiar a los ejecutivos de la Banca que nos llevaron al Desastre; que puedo votar a representantes que conozca -aunque sea de oídas- sin someterme al hermetismo de las listas cerradas.

Los sindicatos y los partidos, en efecto, no me representan; pero no porque no me fíe de sus intenciones, sino porque, al estar instalados en el Poder desde hace tantos años, son un organismo al margen del devenir social real. Un buen día, la Vida se abrió paso al margen de éstos que negocian por mí en Bruselas tan torpemente. No siento que sintamos lo mismo. No me siento comprendido cuando deposito mi trozo de papel impreso en una urna. Sé, cada vez que voy a votar, que voy a morir sin ser español. Lo sé. Lo siento en mis entrañas, y me recorre una pena caliente, mezcla de reproche y cansancio.

No somos franceses; ni alemanes; ni polacos. Pero tampoco somos españoles: no alcanzamos a serlo. No nos dejan serlo. Y no nos dejan alcanzar a ser españoles precisamente desde el Poder. Desde el Poder Legislativo no me dejan ser español; desde el Ejecutivo, menos aún; y no digamos ya desde el Judicial! Un sistema parlamentario trasnochado y lento, lleno de injusticias y desmanes, paraliza mi querencia, mi ansiedad vital por alcanzarme a mí mismo en mi españolidad!

Indignado? Confundido? Atrapado en una mole de mármol inmóvil? ...No sé cómo definir mis sensaciones cuando veo a las señoras mayores que abren el tupper con tortilla en las manifestaciones del 15 M; a los arquitectos de 40 años que han cerrado el estudio y se han echado a acampar con los demás; a los postuniversitarios de barba negra y florida como Carlomagno, que hablan con la serenidad de la resignación a los frívolos medios de comunicación para intentar expresar qué es lo que no quieren.

No sé qué me hace despertarme a las 5 de la mañana despotricando contra la Universidad y los centros de enseñanza, amenazante, profético, despeinado, advirtiéndoles de que van a ser los siguientes. Los siguientes? Es que acaso se ha conseguido algo antes?

No sé qué ocurrirá; sólo sé que aún no soy español. Y por más que no me quieran creer mis amigos portugueses, ingleses o italianos cuando se lo cuento, sé que moriré sin llegar a ser español; porque no me lo han permitido nunca en mi país.

jueves, 2 de junio de 2011

Rubatero, Zapalcaba


Me cae bien Rubalcaba, no lo puedo negar. Me da la pinta de hombre de mundo, listo y con un sentido del humor profundamente desarrollado. No lo niego: me cae bien. Lo distingo claramente de Zapatero, ese hombre deshuesado cuyos trajes, siempre grandes, dejan ver a las claras que, como Agilulfo (el héroe de la novela de Calvino), no hay nadie dentro de él.

Los distingo aún a los dos; por la expresión de la cara: mientras que Zapatero permanece siempre en un rictus de hombre congelado por una glaciación repentina, Rubalcaba defiende su mentón mientras habla, agachando la testa como Lady Di, pero con la expresión prevenida de un Provincial de los Jesuitas que escuchara, escéptico, a un prelado del Opus Dei.

Zapatero fragmenta los discursos; sus pausas dentro de la sintaxis despiezan la información que pretende estar dando y llenan el púlpito de alas implumes, de molleja y vísceras vertidas, de muslos con la piel erizada, de pechugas atadas por la piel; de piezas descoyuntadas, inconexas, que, con mucho trabajo y echando mano de la Gestalt que todos llevamos dentro, aún dejan ver un pollo.

Rubalcaba tiene, usa, maneja una sintaxis enérgica, una imagen contundente; su velocidad de articulación permite agolpar los conceptos en un carnaval barroco de yuxtaposiciones potentes; cántabro, químico, rápido, esdrújulo.

Mi Gobierno (soy español, de momento) se está fundiendo como lo harían los temas comerciales en manos de un experto diyei (dj, para los más jóvenes; disc jockey, para los puristas; pinchadiscos, para los nostálgicos): una canción se está acabando, y en sus compases finales se mezcla con la siguiente; y, por unos segundos, emerge un cataclismo de tonalidades, pulsos y timbres que nos hace desear que se acabe ya de instaurar el nuevo corte para continuar el baile sin necesidad de detener la propia voluntad que nos hace bailar.

Zapatero se calvifica, condensa su discurso; Rubalcaba se estira y añade a su mirada una indefensión de alumna teresiana. Zapatero empieza a bajar el mentón y a unir las manos al hablar; Rubalcaba comienza a volcarse de pierna a pierna, un vuelco cada período de frase.

Zapatero se rubalquiza; Rubalcaba se zapatea. Ambos han asistido, impertérritos, al derroche sobrehumano que esquilmó las arcas del Estado, a la negación de la crisis denunciada por todos, a la resurrección de una ETA agonizante.

Rubatero se zabalquiza; Zapalcaba se rubatiene. Los dos han permitido que las constructoras nos desfonden, que los bancos nos esquilmen; ambos, fundidos en un crisol de debilidad, han premiado a los banqueros y animado después a los del ladrillo; han conseguido que la imagen de España sea cada día un punto más pequeño en el horizonte del olvido.

Rubatero se zapaltea; Zapalcaba se rubaturba. Ambos han bebido chacolí con los estomagantes de Sortu, con los hiperpaletos de Bildu; ambos han alentado a los jueces del terror a abrir las compuertas de la escoria, y ahora se empiezan a aterrorizar de la que se nos vendrá encima a los demás.

Rubatero? Zapalcaba? No veo ahora los límites de uno y los contornos del otro. Dos enormidades de Poder; dos caras de un Jano de parálisis; Pajín, Pajín, sigues ahí? Miembros y miembras, hombres y hombras... Sí: está; están los mismos; siempre están ellos y ellas; siempre Pajín; siempre Pepiño; siempre Chaves con su espanto.

El quince eme somos nosotros: Zapalcaba y Rubatero; Rubatero y Zapalcaba. España aguanta lo que le echen! Pueden con todo, estos españoles! Zapateémoslos! Rubalcabemos con ellos! A las zapatiestas! A las rubaldrías! Uuuuuh! Nadie sospechará que somos la misma dentadura, el mismo fungi-fungi, el mismo rechinar de dientes! A las urnas! A las casas! Zapalcaba! Rubatero! Rubicante! Zapalmundio! Zapachinche! Rubillanto! Zapatín! Rubín! ...Chimpún!