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jueves, 2 de junio de 2011

Rubatero, Zapalcaba


Me cae bien Rubalcaba, no lo puedo negar. Me da la pinta de hombre de mundo, listo y con un sentido del humor profundamente desarrollado. No lo niego: me cae bien. Lo distingo claramente de Zapatero, ese hombre deshuesado cuyos trajes, siempre grandes, dejan ver a las claras que, como Agilulfo (el héroe de la novela de Calvino), no hay nadie dentro de él.

Los distingo aún a los dos; por la expresión de la cara: mientras que Zapatero permanece siempre en un rictus de hombre congelado por una glaciación repentina, Rubalcaba defiende su mentón mientras habla, agachando la testa como Lady Di, pero con la expresión prevenida de un Provincial de los Jesuitas que escuchara, escéptico, a un prelado del Opus Dei.

Zapatero fragmenta los discursos; sus pausas dentro de la sintaxis despiezan la información que pretende estar dando y llenan el púlpito de alas implumes, de molleja y vísceras vertidas, de muslos con la piel erizada, de pechugas atadas por la piel; de piezas descoyuntadas, inconexas, que, con mucho trabajo y echando mano de la Gestalt que todos llevamos dentro, aún dejan ver un pollo.

Rubalcaba tiene, usa, maneja una sintaxis enérgica, una imagen contundente; su velocidad de articulación permite agolpar los conceptos en un carnaval barroco de yuxtaposiciones potentes; cántabro, químico, rápido, esdrújulo.

Mi Gobierno (soy español, de momento) se está fundiendo como lo harían los temas comerciales en manos de un experto diyei (dj, para los más jóvenes; disc jockey, para los puristas; pinchadiscos, para los nostálgicos): una canción se está acabando, y en sus compases finales se mezcla con la siguiente; y, por unos segundos, emerge un cataclismo de tonalidades, pulsos y timbres que nos hace desear que se acabe ya de instaurar el nuevo corte para continuar el baile sin necesidad de detener la propia voluntad que nos hace bailar.

Zapatero se calvifica, condensa su discurso; Rubalcaba se estira y añade a su mirada una indefensión de alumna teresiana. Zapatero empieza a bajar el mentón y a unir las manos al hablar; Rubalcaba comienza a volcarse de pierna a pierna, un vuelco cada período de frase.

Zapatero se rubalquiza; Rubalcaba se zapatea. Ambos han asistido, impertérritos, al derroche sobrehumano que esquilmó las arcas del Estado, a la negación de la crisis denunciada por todos, a la resurrección de una ETA agonizante.

Rubatero se zabalquiza; Zapalcaba se rubatiene. Los dos han permitido que las constructoras nos desfonden, que los bancos nos esquilmen; ambos, fundidos en un crisol de debilidad, han premiado a los banqueros y animado después a los del ladrillo; han conseguido que la imagen de España sea cada día un punto más pequeño en el horizonte del olvido.

Rubatero se zapaltea; Zapalcaba se rubaturba. Ambos han bebido chacolí con los estomagantes de Sortu, con los hiperpaletos de Bildu; ambos han alentado a los jueces del terror a abrir las compuertas de la escoria, y ahora se empiezan a aterrorizar de la que se nos vendrá encima a los demás.

Rubatero? Zapalcaba? No veo ahora los límites de uno y los contornos del otro. Dos enormidades de Poder; dos caras de un Jano de parálisis; Pajín, Pajín, sigues ahí? Miembros y miembras, hombres y hombras... Sí: está; están los mismos; siempre están ellos y ellas; siempre Pajín; siempre Pepiño; siempre Chaves con su espanto.

El quince eme somos nosotros: Zapalcaba y Rubatero; Rubatero y Zapalcaba. España aguanta lo que le echen! Pueden con todo, estos españoles! Zapateémoslos! Rubalcabemos con ellos! A las zapatiestas! A las rubaldrías! Uuuuuh! Nadie sospechará que somos la misma dentadura, el mismo fungi-fungi, el mismo rechinar de dientes! A las urnas! A las casas! Zapalcaba! Rubatero! Rubicante! Zapalmundio! Zapachinche! Rubillanto! Zapatín! Rubín! ...Chimpún!

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