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miércoles, 22 de abril de 2009

Terramicina

Si te cepillas los dientes con Clisident, podrás tenerlos blancos como las actrices de Hollywood. Pero no lo conseguirás si de pequeño te dieron Terramicina, un antibiótico que nos decoloró los dientes a toda una generación para siempre jamás. Ya, por más que te cepilles con sosa cáustica, y aunque hayas dejado de fumar hace meses, no hay dios que los vuelva blancos: es, sencillamente, imposible. Porque la decoloración que la Terramicina nos legó no era superficial, sino que afectaba a la materia misma de la que están hechos los dientes, a la masa dental.
Tampoco es que uno vaya por ahí con los dientes grises; pero no puedo aspirar a tener la dentadura de Tom Cruise, con ese blanco nuclear sobrehumano. La Terramicina nos dejó su marca indeleble, fundiéndose con la esencia misma de nuestro organismo.

Así la LOGSE, que en tres lustros y poco más ha decolorado para los restos la esencia misma de la masa cerebral de mis alumnos del conservatorio; con el agravante de que ha creado co-dependencia en sus padres, a los que observo repanchingarse cómodamente en los difusos principios propsicologistas de la LOGSE, y cuando se les dice que el niño tiene que coger el instrumento a diario me espetan, delante del alumno, que tiene otras actividades y que hay que repartir el tiempo; o que el violoncello tiene su importancia, pero que hay otras cosas a las que el niño no va a renunciar.

Aplicando ese magma superprotector que lo único que ha conseguido en 15 años es bajar el nivel de autoexigencia hasta extremos asombrosos y tristísimos, estos padres jóvenes y estos hijos viejos me dan la sensación de que pasan por sus propias vidas de puntillas, como con fastidio: huyen del tiempo libre; en cuanto pueden, escapan de la ciudad en la que viven pero que no conocen; llenan sus tardes con programas de actividades efímeros; y en las vacaciones no saben qué hacer con sus hijos, ni éstos con sus padres.

El sistema educativo, desde la implantación de la LOGSE (técnicamente finiquitada, pero no realmente repudiada) ha arrancado de raíz el orgullo en las propias capacidades, la alegría del resultado tras el esfuerzo y, en definitiva, la fe en la propia Humanidad. Como con la Terramicina, al menos dos o tres generaciones han quedado estigmatizadas para los restos: sus circunvoluciones cerebrales adormecidas, vagas, inexpresivas y fláccidas.

La Terramicina que tomé me impide hoy tener los dientes blancos como Charlize Theron, pero los mantengo limpios y con un color marfil aceptable; y su funcionalidad al ciento por ciento. Pero los resultados de la aplicación sistemática de la LOGSE no sólo han conseguido decolorar la vida de estos pobres estudiantes, sino que también ha decolorado su futuro, y la posibilidad de asombrarse del presente.

Si me dieran a elegir entre ambas desdichas, de nuevo, y de manera consciente, tomaría la Terramicina. Es más: sabiendo que me libro de los efectos de la LOGSE, la tomaría en tortilla; con alegría. Y con mayonesa.

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