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jueves, 15 de abril de 2010

Quita de ahí!


El aburrimiento... No: el hastío... No: el asco; y luego el espanto son los sentimientos que desde hace meses me asaltan (ora en maitines, ora en laudes) y que poco a poco han ido conformando una extraña sensación que primero se me aparecía como una especie de ausencia repentina de mi propia identidad nacional; luego, como algo parecido al desnortamiento que a uno le produciría si de repente se despertara frente a la estatua del Condottiero Gattamelata sin haber viajado jamás a Italia; y, finalmente, ha ido tomando forma para acabar definiéndose como una desvinculación de todo aquello que actualmente se presenta como español y que dista mucho de parecerse al concepto de español que hasta hoy yo manejaba (y eso que era un concepto bastante ancho).

Es decir: que no me siento español tal y como ahora se presenta ser tal cosa. Veo la tele, escucho la radio, leo los periódicos y miro a mi alrededor, y a menudo contemplo las caras de mis conciudadanos como si fueran bosnios, o búlgaros, o greco-chipriotas. No me explico qué hace tanta gente gritando en todas las cadenas televisivas; ni alcanzo a comprender cómo han llegado los catalanes a copar todos los foros, arrogándose incluso la capacidad de reventar el Tribunal Constitucional. No comprendo las coordenadas y abscisas en las que se mueve la Cultura oficial; ni participo del Cine ni de la Literatura española (caso de que la hubiera).

No comulgo con el estofado simple y cerril que conforman dos partidos políticos que, a las claras, están muy por debajo de las exigencias emocionales, profesionales, económicas y, en definitiva, políticas de los ciudadanos, y cuyos representantes (todos: todos los parlamentarios, en su totalidad) embotan mis capacidades intelectivas en el preciso instante en que asoman la gaita por mi hermosísima pantalla Sony Bravia.

Me dan vergüenza ajena los de esto-lo-arreglamos-entre-todos (entre todos, menos el Gobierno, añadiría yo), porque esto, amigos míos, no tiene arreglo posible: aquél que cuando estalló la bomba en la T4, matando a dos personas y destrozando no sólo un edificio carísimo y emblemático y cientos de automóviles, sino también las esperanzas de los españoles, se refirió a ello como "un accidente" no puede ser menos que un verdadero imbécil. Sus debilidades, su catastrófica ausencia de carisma, su deslavazada sintaxis y, en suma, su incapacidad intelectiva son un obstáculo insalvable, desde hace ya años, para afrontar la que tenemos encima.

Una nación como España, que podría ser espejo de Europa, modelo de Suramérica y referencia de Occidente, ha sido desahuciada en poco más de cuatro años, desvalijada a base de derrochar sus fondos otorgando prebendas inútiles, desvinculada del tren del Progreso. España, que es mi nación, ha sido desactivada en sus capacidades creativas, desarticulada para ejercer sus posibilidades críticas; y ahora la veo marchar errabunda, desamparada y sin encontrar sus potencias por mor de no sé qué talante imperdonable que no es capaz de llamar a las cosas por su nombre.

Hemos entrado en una vorágine de eufemismos, perífrasis, circunloquios y retruécanos que no son más que humo, polvo, nada: cortinas de vergüenza casi palpables que no resisten el más ligero análisis. Nuestro foro político causa risa -cuando no estupor- en Occidente. Somos más débiles, más pobres, más tristes y más vulnerables que nunca antes. España no es ya ni siquiera una selección de fútbol, por mucho que ganáramos el Mundial (cosa que aún está por ver).

Los mercados, las bolsas, los negocios, las empresas, las tiendecitas del barrio y, en resumen, los emprendedores están todos a la espera de que se quite de en medio este pólipo infumable, esta excrecencia hipertrofiada por la Ineptitud, este abanderado de la Estupidez que tenemos como Presidente del Gobierno, y que pasará a la Historia de España como el peor presidente que hayamos tenido jamás; y de nada nos servirá que los historiadores lo pongan en su sitio, pues el daño que ha hecho no está aún auditado.

Este pobre hombre llegó al Poder gracias a un golpe de Estado que nos infligieron los fanáticos musulmanes y que tuvimos que tragarnos por no tener las suficientes agallas como para anular las Elecciones que se iban a celebrar tres días después del atentado de Madrid; y se marchará del Poder habiendo arruinado las arcas del Estado, destruido cualquier atisbo de creación de empleo, agotado los recursos sociales, masacrado la credibilidad política de todos y, en definitiva, arrasando una gran nación: arrasando mi nación.

Están todos los poderes económicos atemorizados, esperando a que se vaya; estamos todos, hasta sus inauditos votantes (que aún los tiene, pues la ceguera política es infinita, como el número de los tontos) esperando a que este escapista cierre el kiosko de desolación que sobre sí lleva; España se desangra mientras espera que este payaso infame se aparte de en medio y nos deje progresar, construir, crear, emprender, resolver, caminar e incluso amar. Es un alud en medio del camino, un accidente múltiple en el centro de la autopista, una piedra con púas dentro del zapato, un tumor sobre los ojos...

Por Dios, quita de ahí! Quítate ya de ahí!

2 comentarios:

  1. Parcialmente de acuerdo, como casi siempre. Pero no creo que nunca podamos llegar a ser un espejo para nadie. España es, como decía el gran IVÁ, un "país de moros". Y ese es nuestro principal obstáculo.

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  2. Son buenas para el corazón las gafas protectoras rayos internet of PC

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