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lunes, 12 de abril de 2010

Día del Orgullo Inteligente


Estoy harto de que en la cola del supermercado me pidan "la vez", como si ese concepto pudiera uno entregarlo graciosamente sin tener en cuenta al que venga detrás del parásito que lo solicita y que se marcha por la cara, cargándote de una responsabilidad que no has tenido tiempo de declinar.
Estoy, igualmente, hasta las narices de escuchar cómo se destroza la Sintaxis (que es lo mismo que destrozar la Inteligencia) en las entrevistas, en las ruedas de prensa, en los programas de radio y televisión supuestamente serios. Me restallan como látigos las expresiones descoyuntadas, los solecismos, las series tipo naranja+manzana+pera+trópico, que salen indemnes de la boca indemne de cualquier busto parlante.

Me repatea el discurso fragmentario de Zapatero, con esas pausas que desconectan unos conceptos de otros y terminan desarticulando el mensaje general y desquiciando mis sinapsis neuronales, que buscan, corren, olfatean, ladran y finalmente aúllan por haber perdido el hilo que ensartara esas perlas manidas que desparrama el Gran Aburrido sobre los pupitres altos en los que apoya su aburrimiento congénito. Me subleva el discurso masticado y estomagante de Rajoy, con su pipipipí y su pupupupú, sus próxima-parada:sensación-aplauso.

Peor es no llamar a las cosas por su nombre; me aburren las perífrasis temerosas de molestar; me enfadan los eufemismos: nadie dice ciego, inválido, negro o insoportable; sino invidente, disminuido, afroamericano o hiperactivo. Nadie dice viejos, ni canija, ni terroristas; sino mayores, anoréxica y peneuvistas.

Esto, en cuanto a la utilización vicaria del lenguaje. Pero esto no es todo; lo peor son los excesos permitidos en nombre de la Tolerancia. Llevo años aguantando gente tibia de corazón, neutrales indefinidos que con su actitud bienintencionada y su no intervención en asuntos de evidente injusticia favorecen que los malos se salgan con la suya. Me repugnan, de entre los cobardes, los eufemistas, que no se atreven a llamar por su nombre ni a las personas ni a los hechos que las definen, y que acaban como Fernanda del Carpio en Cien Años de Soledad, que por no atreverse a llamar a las cosas por su nombre, se despertó una mañana con una cicatriz que le llegaba desde la ingle al esternón, producida por los médicos invisibles, que no habían sido informados convenientemente por la paciente a causa de esa manía de Fernanda de eludir términos como vagina, ovarios o vulva.

Llevo toda la vida soportando libertadores a la fuerza: éstos que, sin tener en cuenta la complejidad de las circunstancias de cada uno, se empeñan en liberarte de lo que a ellos les parece una manía o trauma; y te ponen en situaciones de alta tensión que no sólo no resuelven el supuesto problema, sino que impiden que se solucione para los restos.
Me ponen enfermo los que te preguntan y vuelven a preguntarte mientras les estás respondiendo; los que no siguen un orden lógico de comunicación; los que, habiendo un moderador que otorga un turno de intervención, se lo pasan una y otra vez por el forro; los que se encuentran un sobre cerrado en la calle, con la dirección ya escrita, y la abren, en vez de echarla a un buzón para que siga su destino.

Me joden los que me culpan de las masacres de los conquistadores españoles en América del Sur. Pero me joden más aún los que ceden a este chantaje superlativo y, sin serlo, se sienten culpables de estos hechos históricos, dando la razón a los fanáticos revisionistas de la Historia, como si la Historia fuera una sucesión de hechos encadenados en los que hubiéramos intervenido los vivos de hoy.
Hasta las narices estoy de que me culpen del hambre que azota al Planeta; y de los que en las reuniones de los bares me incluyen entre los que miramos hacia otro sitio en vez de abandonar de inmediato la copa de rioja y la tapa de ensaladilla de gambas para hacer un macuto y marcharme a Etiopía a combatir la desorganización y el caos que allí son endémicos.

Pero sobre todo, me tienen hasta las narices los que, ante cualquier manifestación de interés por la Humanidad, expresada en forma de tema a debatir, me han coaccionado siempre y de manera radical con la consabida frase "yo no me como tanto el coco", tirando por tierra cualquier atisbo de percepción inteligente, arrastrando por el fango de su incapacidad mi curiosidad por los entresijos del Mundo y el Hombre. Éstos son legión: patinan sobre la epidermis de lo cotidiano sin un mínimo interés por las capas profundas que lo sustentan; vuelven la cabeza con una sonrisa de lástima por el que se pregunta en voz alta sobre el origen de los conflictos.

Por qué he de aguantar que la ineptitud de tantos imbéciles campe por sus respetos sin coto ni medida? Una cosa es que procuremos no andar todo el día poniendo de manifiesto las taras intelectivas de tanto capullo que por el éter pulula, y otra bien distinta es que, además, tengamos que agachar la cabeza por haber mostrado interés en asuntos de cierto calado. Por qué he de esconder mis lecturas? Por qué debo casi disculparme por sacar el tema de... No sé... La Inviabilidad de la Pareja como Estructura? Acaso puede haber una mayor muestra de amor por el Amor? Debo avergonzarme por sentir un inusitado interés por la Política, incluida la de Aristóteles? Tengo que permanecer impasible ante las intervenciones manifiestamente torpes -cuando no zorrunas- que contemplo en los claustros a los que ineludiblemente debo acudir? Debo avergonzarme por adivinar a dónde va a parar el deslavazado discurso de la imbécil teñida a mechas un cuarto de hora antes de que ella misma acabe de desestructurarlo?

Por qué he de sufrir que se deslegitime mi intuición? La intuición es la única herramienta de la que dispongo que casi nunca me ha fallado! En aras de qué o de quiénes debo achantarme y someter este regalo prístino que es la intuición y que, por el poco espíritu o la debilidad cognitiva de muchos, se ha convertido en una vergüenza que debo ocultar? Por qué debo dar explicaciones por disfrutar viendo uno de esos programas televisivos tan instructivos en los que se publicita la prostitución de lujo (y que llaman del corazón) y cuando acaba, leer el Ulises? Acaso hay mayor definición de Humanismo?

Nos rodean los tergiversadores, los demagogos, los que hablan sesgando la información, los buenistas, los bienintencionados, los tibios de corazón, los imbéciles ocurrentes (éstos son peligrosísimos), los eufemistas cobardes, los radicales de la liberación personal, los místicos que te hacen sentir que no te has duchado, los paralíticos emocionales, los fanáticos de la Culpa, los que revientan la Sintaxis y pretenden ser entendidos, los que no asumen sus responsabilidades pero mantienen el cargo, los que ridiculizan que tengamos ganas de saber quiénes somos...

Ya basta! Desde este instante, y para protestar organizadamente ante tanto abuso, propongo que se fije una fecha para recordar, a todos estos perfectos gilipollas, que por su actitud cercana al fascismo estamos sufriendo desde nuestra compleja infancia un continuado maltrato psicológico (cuando no físico); y que dicho maltrato queda impune constantemente. La fecha que propongo es el 28 de Agosto, día en que nació Johann Wolfgang von Goethe, uno de los hombres más lúcidos, inteligentes y ocurrentes que ha dado la Humanidad, cuya vida llena de encontronazos con la Estupidez, y cuya Obra monumental y extraordinaria demuestra que no hay que tener contemplaciones con los idiotas.

Propongo celebrar el Día del Orgullo Inteligente el próximo 28 de Agosto.

Ya está bien de pedir disculpas por las propias capacidades! Y de cargar con "la vez" de los imbéciles en el supermercado! Alguien lo tiene que decir: "la vez" no existe como ordinal; es un concepto; y además, intransferible!

Eduardo Maestre

2 comentarios:

  1. Tras una serie de carambolas rebotadas desde "féisbuc" he acabado entrando en este su blog, D. Eduardo.

    Buenas noches.

    Lejos de querer abrir debate sobre la posibilidad de "dar" la vez -siendo "la vez" definida en su quinta acepción por el DRAE como: Lugar que a alguien le corresponde cuando varias personas han de actuar por turno. ¿Quién da la vez?- quizás debamos entender que el lenguaje es capaz de expresar una idea más allá de la netamente referida. Así, cualquier persona con reloj puede "darnos" la hora aunque no tengamos otro reloj donde guardarla.

    Al margen de eso, cuando se censura la falta de pulcritud en las formas de comunicación, creo que no es sólo necesario señalar la importancia de la sintaxis en nuestro lenguaje, sino también la de la ortografía. No está de más recordar que la lengua española dispone de signos para abrir tanto una interrogación como una exclamación.

    En cuanto a la idea que propones, me parece simpática. No tengo muy claro qué habría que hacer ese día y eso me recuerda una frase de Alfred Adler que reza: "Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos"; sin embargo creo tener claro que la inteligencia mantiene con el orgullo una distancia algo más que prudente.

    Es un placer volver a leerle después de tanto tiempo, Sr. Testículos Big-Bang. Espero que sus gónadas tarden en reventar y que mientras tanto siga esculpiendo la palabra para deleite de personas como yo.

    Un afectuoso saludo.

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  2. Es divertido verte intentando plagiar a Javier Marías,pero falto de su talento y con pobre y reiterativa redacción.
    Habrá Imbéciles, como tú los llamas, que caerán en el embauco y te adularán, pero no conseguirás sacudirte de encima la conciencia de tu inmensa mediocridad ¡oh gran calumniador orange!

    Ciertamente, como me anticipó tu ex-amigo del bigote, el artículo es de frenopático.

    A ver cuando nos regalas con tu magna obra " La Guarra y el Marrano", opereta en dos actos.
    Seguro será el epítome de tu talento creativo.
    Goethe se sentirá orgulloso de ti.

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