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martes, 20 de julio de 2010

Hiyab, Nicab, Burka, Chador.


Realmente, no deberíamos estar hablando acerca de si respetar o no una religión; de si permitir una costumbre o un rito; la brutal situación que nadie parece alcanzar a ver es que estamos siendo testigos mudos, cómplices silenciosos acaso, de un genocidio mundial sobre el Género Femenino.
Vamos por delante, en Occidente, en los asuntos que competen a la constitución de una sociedad más justa; los Derechos Humanos y la lucha por su aplicación son una conquista de Occidente. Esta aspiración sienta las bases -con todas sus injusticias- de nuestra estructura social, económica y política. Occidente respira por haber sabido gestionar las estructuras que propician su propia Libertad; y, si bien es cierto que no respira bien del todo, sí lo es que sus instituciones, sus ciudadanos, sus estructuras administrativas y sus celebraciones están construidas en torno a la libertad del individuo y a la igualdad entre los géneros. Al menos, por tales conceptos luchamos todos.

Esta complejísima red estructural-emocional es la que permite dar cabida en su seno a ciudadanos de otras culturas y otras costumbres, incluidos aquéllos cuya procedencia y costumbres parecen desmentir las bases político-sociales de los países occidentales que los acogen con toda suerte de garantías; garantías de las que carecen en aquellos estados de los que proceden y de los que, evidentemente, huyen para sobrevivir.

No se trata de discutir sobre la bondad o no de la ablación; ni de si la lapidación de una viuda que ha mantenido una pudorosa relación años después de perder a su marido tiene aún sentido en determinadas zonas geográficas. No hay zona geográfica en el Planeta lo suficientemente al margen de la Inteligencia que pueda dar por buena la tortura, la castración, la muerte a pedradas o la ocultación sistemática de la propia personalidad bajo unos harapos denigrantes por el hecho de haber nacido mujer.

Aquéllos que ocultan a sus mujeres, que les tapan la cara, que les ocultan el pelo, los brazos y hasta los ojos deben ser perseguidos por el Derecho Internacional, juzgados por malos tratos y genocidio; y, acto seguido, ser encerrados en centros especiales de reeducación en donde, tras los años que sean necesarios, alcancen a comprender la barbaridad que han cometido contra su propia estirpe en particular y contra la Especie Humana en general.

En los países en donde el Islam usurpa el sitio que debería ocupar la Política (no digo ya la Democracia) se está desarrollando a diario un genocidio vergonzante en el que los malos tratos sistemáticos están ya bajo la piel de las propias mujeres que los padecen, las cuales, al igual que todas las desgraciadas víctimas de malos tratos, defienden aterrorizadas a sus verdugos, padeciendo ya un síndrome de Estocolmo de tal calibre que resulta evidente la necesidad de cuidados psicológicos y rehabilitación emocional.

Ni el petróleo, ni el terrorismo de Al-Qaeda, ni la situación estratégica en Oriente Medio, ni la implantación de la Democracia son razones suficientes para emprender una guerra contra estas naciones, pues sería una Guerra Mundial de consecuencias imprevisibles, y moriríamos por defender cuestiones que, en el fondo, ocultan intereses vicarios. Pero la liberación de los ochocientos millones de mujeres que están bajo el pie de hierro del Islam sí sería un motivo verdaderamente digno como para lanzar una ofensiva liberadora. No digo que hubiera que hacerlo, pero sí afirmo que ése sí me parece un motivo lo suficientemente contundente como para declarar una guerra. Aunque -ya lo sabemos- las guerras son infinitamente peores que los motivos que las encienden: habremos de esperar a que estos torturadores empiecen a ver la luz.

Mientras tanto, millones de mujeres sufren. Y no sólo por las prendas, que son símbolos; sino por aquello que simbolizan. Porque no sólo el burka es una tortura terrorífica que hunde a la mujer en los abismos de la tristeza y el dolor; también lo son el chador, el nicab y hasta el hiyab; porque el problema, el insulto, el espanto no radica en ponerse un pañuelo en la cabeza o en llevar un velo que oculte el rostro, sino en el motivo inexorable por el que estas pobres mujeres están obligadas a ponérselo: por obediencia estricta. Pero -y peor aún- no por obediencia a su marido, que ya sería incompatible con la propia dignidad de la mujer, sino por obediencia a un rito religioso cuya máxima preocupación parece ser la de evitar por todos los medios que la mujer se exprese, que la mujer ejecute, que la mujer se adueñe de su propia vida.

Lo siento: no puedo llamar hombres a aquéllos que temen tanto a sus propias mujeres que han decidido organizarse para hacerlas callar, para enterrarlas en vida, para sacrificarlas, para lapidarlas, para, en definitiva, destruirlas como seres humanos desde el momento en que nacen. No puedo, no quiero llamarles hombres porque no lo son; desde el momento en que renuncian al desarrollo y la contemplación embriagada de la Mujer, pierden la categoría de hombres para abrazar la de homínidos: homínidos ridículos y vergonzantes; chusma carente de integridad emocional; bastardos aterrorizados, cobardes, temerosos de enfrentarse a su propia contingencia.

Qué forma de vida es ésta? Qué terror indefinido guardan estos maltratadores en su corazón? Es que vamos a permitirles que sigan oprimiendo a sus mujeres (a la Mujer, en general) ante nuestras occidentales narices? Acaso hay que filosofar mucho más para percatarse de que no se trata de dilucidar si es un rito o una costumbre? Pero qué costumbre ni qué narices? Esto es España! Esto es Europa! Los españoles hemos navegado por entre cuarenta años de indignidad, impidiendo que nuestras madres, nuestras novias, nuestras mujeres y nuestras hijas pudieran siquiera abrir un negocio sin la supervisión de sus maridos, como si las mujeres fueran disminuidas psíquicas! Hemos renunciado a la peor parte que teníamos y la hemos ahogado en el recuerdo para poder al fin llamarnos hombres y mujeres libres!

Cómo podemos entonces permitir que estas pobres mujeres, emigradas de países profundamente antidemocráticos, que vienen huyendo de ese dolor y esa vergüenza para dar una oportunidad a sus hijas, tengan que seguir sufriendo en nuestro entorno occidental la opresión, la tortura y la vergüenza de ser llamadas inútiles públicamente por sus maridos? Porque ese velo impuesto, ese chador obligatorio no es otra cosa que un tremendo insulto público: un insulto hacia la Mujer; un insulto hacia el Género Humano, del que la Mujer es, en mi opinión, la parte fundamental y la esencia última.

2 comentarios:

  1. Magnífica exposición de lo que, sin duda es uno de las mayores, por no decir la mayor, amenaza que nos acosa en estos tiempos. Cuentan con el favor de los ciegos y el amparo de los idiotas, (que, en este pais, son legión).
    Por otra parte, debo confesar que tengo pendiente con estos fanáticos malnacidos una cuestión personal, que no es otra que haber conseguido que alguien como yo, que aborrece los prejuicios de cualquier clase por considerarlos fuente absoluta de injusticia, no pueda evitar sentir hacia los musulmanes, cuando menos, una cierta desconfianza. Esto no se lo perdonaré nunca a estos inquisidores de Alá.

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  2. Deberías informarte mas a la hora de "sentar cátedra" sobre un tema que creo q te viene un poco grande. Eres acaso especialista de islam, o de mujeres musulmanas? Es cierto que vivimos en un país donde cada uno, a causa de su libertad, puede opinar lo que desee, pero no hagas pública opiniones no debidamente contrastadas. Te has sentado alguna vez a hablar con una mujer con un chador? le has preguntado alguna vez cuales son las motivaciones?Sinceramente, salvando lo bien expresado que esta el texto, no hace mas que incrementar los tópicos que por desgracia se tienen en este país de tradición anti-musulmana, y por extensión en estos tiempos a una Europa antisemita. No pretendo justificar practicas como la ablación o lapidación, que debias haberte informado no pertenecen al islam, es como si dices que los toros vienen de la religion catolica, mas o menos es la misma equiparacion. La ablación es una costumbre de la África negra que posteriormente fue musulmana, y no es consecuencia de ese hecho, porque podrás observar, que en Arabia Saudi por ejemplo (icono máximo islámico) no se practica.
    El tema del velo, es un tema que aún esta encima de la mesa, en los debates islámicos, pero supeditar el uso de la prenda a que un hombre o marido como tu dices, lo obligue, eso no tiene ni pies ni cabeza. Evidentemente existen casos por desgracia con aberraciones del tipo que indicas, pero no debes hacer extenso a todo el área árabe o musulmana, que supongo que con lo bien informado que estás sabrás diferenciar.
    La inmigración y esto ya son temas de antropología que no es mi campo, no se debe únicamente a asuntos de libertad, cuando mas en su mayoría son económicos. En fin, podria re- redactar con mucho gusto e ilustrarte sobre todo esto, pero no quiero influenciar a la gente con mi opinión por muy bien informada que este cuando e smucho mas facil quedar al "moro" de chungo y a la "mora" de sumisa. Y te hablo con todo el conocimiento de causa.

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