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lunes, 11 de enero de 2010

Matadme ya, por Alá!

Hace unos pocos años, atravesar el aeropuerto de Heathrow era ya una pesadilla: controles constantes; cámaras que conseguían fotografiarte con aspecto carcelario; cinturones fuera, cinturones dentro; monedas, reloj, móvil para arriba; monedas, reloj, móvil para abajo…

Se recrudeció, sin embargo, hace ahora un año; y en el mismo aeropuerto de San Pablo, el de Sevilla, me echaron para atrás un bote de fijador. Tan tajante fue la comedieta que viví, con una mujer policía como partenaire, que ella misma me recomendó echar un pegote de fijador en una servilleta del bar del aeropuerto y guardar el engrudo, a fin de poder peinarme cuando llegara a mi destino a media mañana. Y allá fui yo, volando sobre la piel de España, con un pegote de Giorgi Extra Fuerte enfangando tres servilletas superpuestas, dentro de mi neceser, amenazando con pringar todo mi equipaje. Por fortuna, y gracias a que la mujer policía se quedó mi bote de fijador nuevo y enterito, el avión se libró de estallar en pleno vuelo.

Ahora, gracias al enfermo mental que intentaba meterse fuego en las babuchas para destruir el mundo, ese grandísimo hijo de puta cuyo inquietante nombre es Tarik Raja, las cosas se han puesto de un color caoba insufrible. Ya se frotan las manos los fabricantes de escáneres con Rayos X, y hay que limpiarles la baba que anega las mesas de sus despachos, pues ven venir mugiendo las vacas gordas desde Sri Lanka. Nos van a desnudar sin quitarnos la ropa; vamos a mostrar las mollas para nuestra vergüenza; y además, habrá que renunciar a llevar vinos, botes de perfume, el indispensable fijador para los que tenemos el pelo de los cinco Jackson Five juntos; hay que decir adiós a las cremas de queso o a cualquier producto líquido o untuoso. Ítem más: habrá igualmente que deshacerse por unos momentos de las monedas, el móvil, las llaves, las gafas, el riñón artificial, la prótesis de cadera y, si uno forma parte del equipo directivo de la Delegación Cultura de la Junta de Andalucía, el alargador de pene.

Merece la pena este calvario? Porque lo que está claro es que Occidente no se va a convertir al Islam de hoy para mañana, pese a la política sacrificial de Zapatero (ahora, para nuestro bochorno, Presidente de la Unión Europea: Dios mío, qué vergüenza; ahora sí que vamos a ser la rechifla de Europa!), dispuesto sin arrepentimiento alguno a convertirnos en corderos silenciosos que estiren el gaznate sin poner pegas para celebrar un Ramadán sin límites.

No: no nos vamos a convertir al Islam. Cómo vamos a hacer algo así? Si no somos ni para ir a misa los domingos! Si la Misa del Gallo es ya una cosa de catequistas! Si estamos iniciando el camino a la libertad interior, por fin: cómo vamos a convertirnos al Islam? Porque no debemos olvidar que el objetivo de los fundamentalistas no es otro que ése: o nos convierten, o nos aniquilan. No lo digo yo, sino Alcaeda (disculpen que lo escriba en castellano: la q, seguida de a, no me acaba de cuadrar; especialmente viviendo cerca de Alcalá, habiendo ahorrado de pequeño en una alcancía y pudiendo comprar alcachofas en el mercado de abastos o en la misma Alcaicería).

Y si es evidente que no nos vamos a convertir al Islam, y cada viaje en avión (y pronto en tren; y luego en barco: ya lo verán) va a suponer un suplicio, un retraso de tres horas, un temor constante a ser descubiertos sin tener nada que ocultar; si cada embarque va a suponer decir adiós a mis afeites, a mis vinos, a mis quesos de pasta blanda; si además de convertirme en un nuevo Houdini (quítate el cinturón sin soltar el abrigo, póntelo, vuélvetelo a quitar, pon ahí tus objetos, corre, que se va la bandeja, dónde cojones están mis gafas), tengo que acabar enseñando mis vergüenzas a tres funcionarios uniformados, pues qué quieren que les diga: prefiero correr el riesgo de estallar por los aires.

Aunque, viendo el derrotero que está tomando esta guerra mundial encubierta; y sabiendo –como sé- que todo es susceptible de empeorar, me imagino un futuro inminente en el que subirse a los autubuses urbanos supondrá un suplicio parecido, lleno de pantalones cayéndose y mollas a la vista de todos; coger el Metro (aunque sea el de Sevilla, que es como el de los clicks de Famóbil) para ir desde Mairena del Aljarafe hasta Plaza de Cuba supondrá un calvario de tres horas como sospechoso habitual y trece minutos de recorrido real. Las empresas de seguridad fomentarán la construcción de mezquitas, y desplazarse será un martirio que ríase usted del de San Sebastián; empezarán a crearse movimientos sociales que decidan ir desnudos para tardar menos en sus desplazamientos, y empresas que alquilarán capotes grandes que los usuarios más pudibundos dejarán a pie de autobús; las farmacéuticas desarrollarán unos medicamentos que nos harán más resistentes a los nocivos efectos de los Rayos X, y las muertes producidas por los terroristas islámicos se aceptarán como se aceptan hoy los accidentes de tráfico.

No quiero vivir así, de rodillas, enseñando mis partes nobles, abandonando mi fijador y mis botellas de rioja a la rapiña de los funcionarios de los aeropuertos; no quiero vivir con tanto miedo a estos enfermos mentales que ocultan el cuerpo y castran la espontaneidad de sus mujeres. Prefiero, hasta que estallen las próximas babuchas conectadas a un explosivo, vivir en libertad. Y si en pleno corazón de Occidente ya no se puede aspirar a eso, desde este momento les grito a estos desgraciados que acaben ya conmigo.

Matadme ya, por Alá!


Eduardo Maestre.

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