Número de atrevidos lectores:

martes, 8 de septiembre de 2009

Hemos ganado.

Anoche vi un reportaje magnífico del ya modélico programa Documentos TV: La Revolución Sexual en China. Me ha emocionado. Todos esos chinos pasando por la euforia que hace 30 años pasamos los españoles: primero, en la Apertura del Franquismo; y luego, en la Movida de los Ochenta, que no fue otra cosa que sexo, sexo y más sexo, al fin!

Yo considero que Occidente se caracteriza con claridad por unos pocos aspectos: el primero de ellos -pero no el más definitivo- es el sustento de la Democracia como forma -ya natural- de gobernarnos (salvo en el País Vasco hasta hace poco, y en Andalucía desde hace lustros); y en el otro ángulo de la casa, la posibilidad de disfrutar de una libertad sexual que va desde el actual neopuritanismo yankee hasta la absoluta licencia para follar (y gracias sean dadas a los dioses) que tenemos en España.

Los países que no pertenecen a ese extremadamente delicado concepto que es Occidente no son aquéllos cuyos gobiernos no son democráticos; los últimos acontecimientos en Honduras, las filípicas del hermano de Fidel en Cuba, o las manifestaciones andropáusicas del cacique Hugo Chaves son realidades desalentadoras en este sentido. Pero siento a estos países como parte de Occidente, pues en ellos, y pese a la coexistencia paralela de tradiciones más o menos mojigatas, existe una natural libertad sexual: no se oculta el rostro de la mujer; no se las sepulta en vida con un sudario; la mujer tiene libertad de acción y decisión con respecto a su propio cuerpo. Esto es fundamental para distinguir Occidente del resto del planeta.

El maravilloso reportaje que vi anoche acerca de la revolución sexual en China enendió una luz de esperanza en mi cabeza. Si los chinos, que son nada menos que 1.300 millones de seres humanos, han comenzado su imparable liberación sexual (porque tal conquista no hay quien la pare, y no tiene vuelta atrás), está cantado el final del autoritarismo postmaoísta. Con suerte, de aquí a pocos años veremos las primeras elecciones democráticas en el gigante asiático; probablemente sean las últimas como China, antes de su desintegración en países menores, como ocurrió con la Unión Soviética. Pero habrán conquistado su completa libertad.

Desde hace unos años, la tímida apertura política y -sobre todo- la enorme eclosión económica de China me hacía contemplar este país como un aspirante al entorno occidental. Pero desde anoche, y visto lo visto, considero a China, con todas sus rémoras sociales (que acabarán desapareciendo) como Occidente.

Impactado por tal descubrimiento, agarré papel y lápiz y me puse a sumar, con la Wikipedia por delante, los habitantes que conformamos lo que considero Occidente: 803 millones de europeos; 927 millones de americanos; 35 millones de australianos (qué pocos!); 350 millones de exsoviéticos (rusos, georgianos, ucranianos, etc.); 130 millones de japoneses (que son más occidentales que la Reina de Inglaterra)... Y 1.300 millones de chinos! La suma total es de más de 3.500 millones de seres humanos dentro de la órbita occidental. La población mundial, a finales de 2008, era de 6.671 millones de almas. Es decir: en mi cábala y con mis cuentas de la vieja, somos algo más de la mitad del planeta los que nos debatimos con nuestra propia capacidad de elegir; somos ya más de la mitad los que no tenemos más remedio que plantearnos cada día cómo vivir nuestra propia libertad, con toda la complejidad que tal situación nos plantea.

Somos más de la mitad. Un proceso así, es imposible de detener; salvo que haya alguna catástrofe cósmica. Pero si el siglo XXI se desarrolla sin cataclismos que asolen al Género Humano, considero que la guerra contra los fundamentalismos, las atrocidades, los credos castradores y el victorianismo está decidida. La batalla por la capacidad para decidir si uno quiere -o no- ser un infeliz, está decantada.

Para mí, desde que anoche vi esas discotecas chinas, esas fiestas de almohadas de las adolescentes, esos jóvenes chinos reclamando con serena expresión su libertad para cepillarse a -y ser cepillados por- sus compatriotas, la guerra por la Libertad y la Dignidad Humana se ha decantado ya por Occidente.

Para mí, ya hemos ganado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario