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jueves, 16 de diciembre de 2010

Satisfecho.



Los cuatro cadáveres de Olot, asesinados a tiros por Pere Puig Puntí, un albañil de 57 años, son algo más que el terrible resultado de una crónica negra. Porque no son cadáveres cualesquiera, no, sino símbolos: nada menos que dos constructores y dos empleados de banco; un padre y su hijo, dueños de una constructora, y el subdirector de una oficina de la Caja de Ahorros del Mediterráneo ("Para facilitarte la vida"), amén de una empleada de la misma. Cuatro cadáveres que, desgarradoramente, encarnan la Construcción y la Banca.

La Construcción y la Banca, como alegorías belle époque rodeadas de tules lascivos, flotando en el Parnaso inalcanzable al que nuestras heridas manos no llegan, han sido ajusticiadas sanguinariamente, domésticamente, impíamente por un albañil de 57 años, cuyas iniciales, P.P.P., evocan el monótono latir de un monitor de la UCI.

Los verdaderos artífices de la Gran Crisis del XXI, que no han sido otros que las constructoras y los bancos, mamporreramente aliviados por el Estado y la Bolsa (y cuyos astronómicos beneficios siguen estando íntimamente ligados a esta bárbara manera de respirar el Mundo a la que el Gran Capital ha venido a parar), han sido linchados simbólicamente en los cuerpos exangües de estas cuatro personas. Y cuando digo simbólicamente no eludo que hay cuatro cadáveres verdaderos, cuatro seres humanos que han perdido la oportunidad de congraciarse consigo mismos antes de morir, cuatro ataúdes rellenos de vida recentísima, cuatro personas reales, cuatro muertos de pueblo.

Lo simbólico es que pertenezcan, por pares, al Gran Par Motor formado por lo que vulgarmente se conoce como el ladrillo y las finanzas, las dos estructuras íntima y visceralmente entrelazadas sin las cuales jamás habríamos llegado a donde por desgracia estamos empezando a llegar: a una profunda depresión; una depresión social, más aún que económica.

Los españoles, cuyo gentilicio es ya tan difuso (qué es, ya, ser español?) sentimos -según una recentísima encuesta a nivel nacional- que somos impotentes, desmañados, incapaces de frenar este runrún salvaje que diariamente nos escupe a nuestras mestizas caras -desde la tribuna incontestable del Telediario- que no llegamos; que nos embargan; que, junto a los laxos griegos, a los indolentes irlandeses y a los portugueses suaves, nos tienen que rescatar (rescatar de qué? De dónde?); sentimos que de nada han servido tantos años de trabajo; que los sacrificios y las apreturas por lo de Maastricht fueron en balde.

Quién se ha quedado tánto dinero? En qué cueva irreal guardan esos alibabás las ilusiones, en forma de hipotecas y créditos, de tántos españoles carrefourianos? Dónde está la energía en que, sin más remedio, se ha transformado todo el trabajo de los profesores, de los médicos, de los taxistas, de las cajeras del supermercado de abajo? Quiénes han malogrado tántos años de poner en práctica siete u ocho de los Diez Mandamientos? Sin ningún género de duda, ellos: las constructoras y los bancos.

Las constructoras, sobornando concejales; los ayuntamientos, conchabados con los bancos, aceptando el órdago; los altos directivos de la Banca, promoviendo riesgos sin miedo a que estallase la vejiga del pez. Congresos de financieras, amamantando putas de lujo, reventando las alacenas de los chefs de la nouvelle cuisine, descorchando Möet-Chandon sobre alfombras tejidas con la patética ilusión de nuestros limitadísimos sueldos.

Han sido muchos años de derroche; mucho, el dinero que ha pasado de nuestras manos a las suyas. Y dónde está ahora? Cómo que han quebrado las constructoras? Cómo que la Banca se declara insolvente? Qué habéis hecho con el pan de mis hijos? Dónde dilapidásteis el fruto de mi renuncia a comprarme un abrigo largo?

Un albañil (nada menos) de 57 años lleva cinco meses sin cobrar; su jefe - que lo es desde hace 20 años-, pese a no haberse declarado en quiebra, no le paga. En la Caja de Ahorros del Mediterráneo ("Para facilitarte la vida") le notifican que, como no está pagando su hipoteca, le van a embargar el piso en donde vive con su padre octogenario. Aficionado a la caza, hombre soltero y reservado, Pere Puig Puntí abre al amanecer el armario donde guarda las cananas; saca la escopeta, la revisa, la limpia y la guarda en el maletero del coche. Entra en el bar donde desayunan su jefe y el hijo de éste; les descerraja un tiro a cada uno; con su ojo cazador, los da por muertos (porque lo están); se sube al coche y se va al banco; apunta al subdirector que le quiere quitar el piso, lo ve suplicar por un instante, afianza la culata en el hombro y lo fulmina; luego, a la de la ventanilla, Dios sabe por qué.

"Estoy satisfecho", ha dicho. Y por todos los infiernos que lo está.

lunes, 26 de julio de 2010

Malnacidos


Han terminado las oposiciones a profesor de Conservatorio. Me he quedado, literalmente, a una centésima de aprobarlas (un 4.99 me han puesto), entre otras razones porque presenté la Programación con un interlineado de 1.5 en vez del que se especificaba en la convocatoria (interlineado sencillo: 1.0) y me la han invalidado. No me quejo: asumo mi responsabilidad.

Pero no voy a hablar de mis oposiciones, sino de las chicas y de los chicos de la Administración; de aquéllos cuyo trabajo consiste, entre otras funciones, en colgar en la página de la Junta de Andalucía las notas, los puntos de la baremación, los destinos provisionales y cualquier otra información que para ellos (y para la mayoría de ustedes) es trivial y para alguno de nosotros es crucial.

El viernes pasado, 23 de Julio de 2010, debían haberse publicado los puntos de la baremación definitiva de los opositores a Enseñanzas de Música. Los que reclamamos hace una semana por los muchísimos errores de baremación cometidos, tuvimos sólo un par de días para hacerlo, un estrechísimo margen que la propia Administración nos impone a fin de agilizar la publicación definitiva de estos baremos.

Saben ustedes? Yo nunca había estudiado más o menos en serio para unas oposiciones. Y en esta ocasión lo he hecho y he conocido de cerca el desgaste personal, emocional, económico y hasta familiar que supone prepararse para una contienda así. Y cuando digo contienda no me refiero a competir contra mis colegas músicos o profesores de música, sino contra la Administración y sus exigencias y estilo decimonónicos: fotocopias compulsadas; escopiafieldeloriginal hasta en las encías; encuadernaciones con una sangría específica sin la cual se despierta el Leviatán; interlineados exigidos por un Júpiter tonante que lanza rayos y te da en el baremo; instancias reclamatorias dirigidas al baremador, en las que, en un lenguaje de Pérez Galdós, hay que besarle los pies al inepto que ha considerado que tu Título de Profesor no está relacionado con tus estudios y por ello no te lo ha baremado. Y así podría seguir varios párrafos más.

Mi pareja ha hecho estas mismas oposiciones, pero en otra especialidad instrumental. Pese a toda suerte de complicaciones, ha obtenido unas calificaciones tan altas que, en principio, ha conseguido una plaza de profesora. Pero hasta que no se publique el baremo definitivo (el que tenía que haber salido a la luz de internet el viernes pasado) no puede celebrarlo. Ni celebrarlo ni lamentarse (en caso de que algo extraño hubiera ocurrido, siendo extraño un calificativo que ya no tiene cabida en las oposiciones andaluzas desde hace decenios).

Ni risas ni lágrimas. Ni alegría ni dolor. Ni celebración ni duelo: así estamos desde hace tres días y tres noches. Y todo ello después de haber pasado un par de meses de los nervios y concretamente las cuatro últimas semanas viajando sin haber dormido, malcomiendo, con diarreas prolongadas y siempre al límite de lo imposible. Después de esta vorágine de ansiedad, nos apuntillan con un retraso de tres días -inscrito en un fin de semana de 44º de temperatura- en el que no acertamos a saber si estamos vivos o estamos muertos.

Nos han convertido, con este impás infame, en unos no-sferatu con los pelos descompuestos. A ella, por haberla sumergido en esta instantánea del péndulo detenido en un extremo; a mí, por empatía y porque no quiero verla así. Y del mismo modo están todos aquellos que han aprobado con buena nota y esperan sólo la confirmación de la Administración para celebrarlo, para saltar por el salón de sus casas como un Iker Casillas triunfante.

Pero no podemos hacerlo. No nos dejan. No nos lo han permitido aquéllos que deberían haber hecho su trabajo antes del viernes pasado. Porque en vez de meter todos los resultados en la página en su momento, se han dedicado a aquello que hacen siempre: a irse a desayunar media con jamón al bar de enfrente de la Delegación; y luego, a eso de la una, a tomarse una cervecita con gambas de Huelva; y más tarde, al cortinglés de Nervión, que se van a llevar el pareo que vi el otro día. Y así, todos los días; todos los medios días de nueve a dos, desplazándose por entre los marmóreos pasillos pulidos con un folio en la mano, languideciendo, corvadas las espaldas ellos, Tamara de Lempicka ellas, mataharis administrativas que eluden sus obligaciones funcionariales, que prolongan la publicación de los baremos, de las notas, de los destinos provisionales, de la amnistía general o la pena de muerte sin recurso posible de los reos/opositores.

Tres días añadidos de silencio, de duda, de espanto mudo. Tres días de dolor o de alegría reprimida por culpa de estos miserables haraganes. Tres días añadidos de ansiedad y de temor. Malditos sean ellos, ellas y sus descendientes hasta la cuarta generación! Maldita sea la leche en sus cafés! Maldito su jamón a media mañana! Hez de la tierra! Asnos inauditos!

Malnacidos!

martes, 20 de julio de 2010

Hiyab, Nicab, Burka, Chador.


Realmente, no deberíamos estar hablando acerca de si respetar o no una religión; de si permitir una costumbre o un rito; la brutal situación que nadie parece alcanzar a ver es que estamos siendo testigos mudos, cómplices silenciosos acaso, de un genocidio mundial sobre el Género Femenino.
Vamos por delante, en Occidente, en los asuntos que competen a la constitución de una sociedad más justa; los Derechos Humanos y la lucha por su aplicación son una conquista de Occidente. Esta aspiración sienta las bases -con todas sus injusticias- de nuestra estructura social, económica y política. Occidente respira por haber sabido gestionar las estructuras que propician su propia Libertad; y, si bien es cierto que no respira bien del todo, sí lo es que sus instituciones, sus ciudadanos, sus estructuras administrativas y sus celebraciones están construidas en torno a la libertad del individuo y a la igualdad entre los géneros. Al menos, por tales conceptos luchamos todos.

Esta complejísima red estructural-emocional es la que permite dar cabida en su seno a ciudadanos de otras culturas y otras costumbres, incluidos aquéllos cuya procedencia y costumbres parecen desmentir las bases político-sociales de los países occidentales que los acogen con toda suerte de garantías; garantías de las que carecen en aquellos estados de los que proceden y de los que, evidentemente, huyen para sobrevivir.

No se trata de discutir sobre la bondad o no de la ablación; ni de si la lapidación de una viuda que ha mantenido una pudorosa relación años después de perder a su marido tiene aún sentido en determinadas zonas geográficas. No hay zona geográfica en el Planeta lo suficientemente al margen de la Inteligencia que pueda dar por buena la tortura, la castración, la muerte a pedradas o la ocultación sistemática de la propia personalidad bajo unos harapos denigrantes por el hecho de haber nacido mujer.

Aquéllos que ocultan a sus mujeres, que les tapan la cara, que les ocultan el pelo, los brazos y hasta los ojos deben ser perseguidos por el Derecho Internacional, juzgados por malos tratos y genocidio; y, acto seguido, ser encerrados en centros especiales de reeducación en donde, tras los años que sean necesarios, alcancen a comprender la barbaridad que han cometido contra su propia estirpe en particular y contra la Especie Humana en general.

En los países en donde el Islam usurpa el sitio que debería ocupar la Política (no digo ya la Democracia) se está desarrollando a diario un genocidio vergonzante en el que los malos tratos sistemáticos están ya bajo la piel de las propias mujeres que los padecen, las cuales, al igual que todas las desgraciadas víctimas de malos tratos, defienden aterrorizadas a sus verdugos, padeciendo ya un síndrome de Estocolmo de tal calibre que resulta evidente la necesidad de cuidados psicológicos y rehabilitación emocional.

Ni el petróleo, ni el terrorismo de Al-Qaeda, ni la situación estratégica en Oriente Medio, ni la implantación de la Democracia son razones suficientes para emprender una guerra contra estas naciones, pues sería una Guerra Mundial de consecuencias imprevisibles, y moriríamos por defender cuestiones que, en el fondo, ocultan intereses vicarios. Pero la liberación de los ochocientos millones de mujeres que están bajo el pie de hierro del Islam sí sería un motivo verdaderamente digno como para lanzar una ofensiva liberadora. No digo que hubiera que hacerlo, pero sí afirmo que ése sí me parece un motivo lo suficientemente contundente como para declarar una guerra. Aunque -ya lo sabemos- las guerras son infinitamente peores que los motivos que las encienden: habremos de esperar a que estos torturadores empiecen a ver la luz.

Mientras tanto, millones de mujeres sufren. Y no sólo por las prendas, que son símbolos; sino por aquello que simbolizan. Porque no sólo el burka es una tortura terrorífica que hunde a la mujer en los abismos de la tristeza y el dolor; también lo son el chador, el nicab y hasta el hiyab; porque el problema, el insulto, el espanto no radica en ponerse un pañuelo en la cabeza o en llevar un velo que oculte el rostro, sino en el motivo inexorable por el que estas pobres mujeres están obligadas a ponérselo: por obediencia estricta. Pero -y peor aún- no por obediencia a su marido, que ya sería incompatible con la propia dignidad de la mujer, sino por obediencia a un rito religioso cuya máxima preocupación parece ser la de evitar por todos los medios que la mujer se exprese, que la mujer ejecute, que la mujer se adueñe de su propia vida.

Lo siento: no puedo llamar hombres a aquéllos que temen tanto a sus propias mujeres que han decidido organizarse para hacerlas callar, para enterrarlas en vida, para sacrificarlas, para lapidarlas, para, en definitiva, destruirlas como seres humanos desde el momento en que nacen. No puedo, no quiero llamarles hombres porque no lo son; desde el momento en que renuncian al desarrollo y la contemplación embriagada de la Mujer, pierden la categoría de hombres para abrazar la de homínidos: homínidos ridículos y vergonzantes; chusma carente de integridad emocional; bastardos aterrorizados, cobardes, temerosos de enfrentarse a su propia contingencia.

Qué forma de vida es ésta? Qué terror indefinido guardan estos maltratadores en su corazón? Es que vamos a permitirles que sigan oprimiendo a sus mujeres (a la Mujer, en general) ante nuestras occidentales narices? Acaso hay que filosofar mucho más para percatarse de que no se trata de dilucidar si es un rito o una costumbre? Pero qué costumbre ni qué narices? Esto es España! Esto es Europa! Los españoles hemos navegado por entre cuarenta años de indignidad, impidiendo que nuestras madres, nuestras novias, nuestras mujeres y nuestras hijas pudieran siquiera abrir un negocio sin la supervisión de sus maridos, como si las mujeres fueran disminuidas psíquicas! Hemos renunciado a la peor parte que teníamos y la hemos ahogado en el recuerdo para poder al fin llamarnos hombres y mujeres libres!

Cómo podemos entonces permitir que estas pobres mujeres, emigradas de países profundamente antidemocráticos, que vienen huyendo de ese dolor y esa vergüenza para dar una oportunidad a sus hijas, tengan que seguir sufriendo en nuestro entorno occidental la opresión, la tortura y la vergüenza de ser llamadas inútiles públicamente por sus maridos? Porque ese velo impuesto, ese chador obligatorio no es otra cosa que un tremendo insulto público: un insulto hacia la Mujer; un insulto hacia el Género Humano, del que la Mujer es, en mi opinión, la parte fundamental y la esencia última.

domingo, 30 de mayo de 2010

Una sucia barretina.


Yo veo el Festival de Eurovisión. Lo veo, si puedo. Me desagrada el sistema de votación (que tarde o temprano acabará abandonando la organización, por la injusticia manifiesta en el reparto de votos obligados que son, desde hace años, aburridísima moneda de cambio de la política territorial), pero el desarrollo del Festival me interesa en muchos sentidos; y no sólo en el sentido musical, que a menudo raya en el feísmo más kitsch, sino -y sobre todo- en el aspecto social: me asombra contemplar qué imagen quieren dar de sí mismos los países más alejados del primer plano de la política internacional; observo los progresos estéticos que se esfuerzan por hacer aquellos pequeños o grandes territorios que aún arrastran conflictos bélicos y extremas desigualdades sociales dentro de sí; me enternece ver cómo suben al escenario personajes inexplicables para la Europa oficial: campesinos tocando flautas autóctonas; danzarines con trajes regionales portando búcaros; tañedores de fídulas y demás instrumentos étnicos amplificados; personajes ataviados y listos para trashumar; señoras sobrealimentadas y en plena menopausia, haciendo gorgoritos más propios de una boda en Kazajistán que de una muestra pop... Esto es lo que me fascina del Festival de Eurovisión!

Casi nunca me gusta la canción que representa a España. En mi opinión, desde la maravillosa "Eres tú", de Juan Carlos Calderón -interpretada por Mocedades-, no ha habido nada igual en la escena de este concurso. Hemos llegado a presentar bodrios de una altura importante; adefesios que hacían pensar, y con razón, que los españoles nos estábamos cachondeando del Festival; incluso este mismo año hemos estado a punto de permitir que nos representara un personaje del lumpen de la prostitución emocional (vulgo: programas del corazón) como es Karmele Marchante: por fortuna, los legionarios de internet, en una movilización sin precedentes, no lo hemos permitido.

La canción "Algo pequeñito", que nos representaba este año, no es fea; a mí, desde la primera audición hace semanas, me recordaba esas baladas del pop inglés de los Sesenta, algo melancólicas pero inquietantes; y ese tres por cuatro en modo menor tras el cual se perciben algunas disonancias cercanas a lo siniestro me evocaba la banda sonora de la magistral película "La Huella", de Mankiewicz; de hecho, al ver a Daniel Diges en el escenario rodeado de soldaditos de plomo que cobran vida, arlequines maquillados a lo Blade Runner y bailarinas movidas con resorte, corroboré la primera impresión que dicha canción causó en mi machacado espíritu.

Desde que la oí, en ningún momento consideré la posibilidad remota de que España pudiera ganar el Festival de Eurovisión con esta canción. No sólo por nuestra situación geográfica, que nos priva de estar rodeado de países pequeños que nos voten por cuestiones socio-políticas; sino porque siempre he creído que una canción, para triunfar en Eurovisión, debe ser extrapolable a las discotecas de toda Europa; debe tener un ritmo contundente, una melodía alegre y pegadiza, un aire desenfadado. No, desde luego, un tres por cuatro en modo menor. Daniel Diges me cayó bien desde el primer momento; lo consideré un libertador que nos había quitado de encima a la Marchante y que podía subir con dignidad a las tablas europeas; pero nada más.

Sin embargo, lo que no podía imaginar era lo que ocurrió: de repente, y cuando aún no había transcurrido ni un minuto, apareció en el escenario un catalufo, un disminuido social; se metió entre Daniel y la bailarina que estaba en primer plano y se puso a canturrear como si fuera parte del espectáculo! Por fortuna, en menos de diez segundos aparecieron los de seguridad del Festival, y el cobarde catalufo salió por piernas de allí. Una vez abajo, flanqueada por dos seguratas que se lo llevaban, la silueta de su barretina se recortaba sobre la luz del escenario.

Pensé que era un independentista catalán que aprovechaba la retransmisión en directo a ciento veinte millones de espectadores para reivindicar su catalanidad impenitente. Luego, los medios de comunicación desmintieron este extremo y aclararon que era un gilipollas profesional, un imbécil especializado en reventar actos públicos: por lo visto siempre se ha paseado con la barretina en la cabeza a la hora de usurpar la atención prestada a otros con mucho más talento; le ha lanzado la bandera del Fútbol Club Barcelona -su equipo- a la cara a más de un jugador de talla internacional; le ha querido colocar en la cabeza la puta barretina nada menos que a Federer; se ha paseado en bolas, con la barretina de los cojones sobre sus cuernos, en eventos deportivos importantes... Enfín (todo junto y acentuado, sí): que, sin haber aprendido a ganarse el respeto de los demás, probablemente por haber tenido una infancia difícil, este catalán disminuido social ha decidido convertirse en el paradigma de lo parasitario cometiendo estos desmanes.

Sinceramente, yo no creo que este tipo esté al margen de la protesta independentista catalana. Es más: estoy convencido de que tiene su público en Cataluña; y mucho. Me imagino a los de Esquerra Republicana, en sus barretinizados pisos, celebrando la ocurrencia de su caganer de cabecera. Hoy,con toda seguridad, es el héroe de la mitad de los catalanes; y la vergüenza de la otra mitad, claro, pues allí hay un montón de gente -más de la mitad de la población- que se avergüenza de estas demostraciones de catetismo.

Me juego el cuello a que este tío no va a parar de hacer galas con la barretina a partir de hoy; le auguro un brillante futuro apareciendo en actos públicos del catalanismo. Estoy convencido de que Carod-Rovira y otros enfermos sociales lo van a adoptar como mascota para premiar lo mucho que nos jodió anoche al resto de los españoles que nos faltara el respeto un imbécil con barretina.

Los gestos no es que sean importantes: es que lo son todo. Lo único que nos distingue verdaderamente del resto de los animales es la capacidad de versificar, la de hacer música y la de simbolizar; los gestos son acciones simbólicas, y en ellos se concentra un precipitado de información, emociones y mensajes; el hecho de que el tarado éste (cuyo nombre me niego a difundir en mi blog) llevara una barretina, dice mucho de él. Y que los catalanes no hayan machacado ya, a estas horas, en los telediarios y en las noticias radiofónicas a este carajote; que los nacionalistas de Convergencia y Unión no lo repudien ipso facto, en menos de 12 horas (anoche mismo deberían haber salido a avergonzarlo públicamente), es un síntoma de que están conformes con el insulto.

Pues bien: yo soy español; la canción de Daniel Diges (que ha demostrado ser un profesional como un castillo manteniendo el tipo hasta el final, con la enorme tensión que debe ser para un cantante actuar en directo ante 120 millones de telespectadores) no era para ganar, pero me representaba a mí y a mi Nación; y no estoy dispuesto a permitir que un cateto nazi-onanista me falte al respeto a mí y a mi país, en público y ante 38 países más que participaban en Eurovisión.

O este tío va a la cárcel una temporada, y además salen Durán y Lérida y Arturo Mas, o Montilla y sus secuaces, inmediatamente, a desmarcarse oficialmente de este insulto a los españoles, o consideraré ese gorro fenicio una prenda infame, digna de ser llevada exclusivamente sobre cabezas como la del hijo de puta que anoche nos escupió a todos a la cara.

Espero una satisfacción por parte de los catalanes; si no, esa barretina se convertirá en mi imaginario, para los restos (y creo que en el de muchos españoles), en lo que fue anoche para vergüenza de todos: una barretina sucia y despreciable.

Eduardo Maestre.

jueves, 15 de abril de 2010

Quita de ahí!


El aburrimiento... No: el hastío... No: el asco; y luego el espanto son los sentimientos que desde hace meses me asaltan (ora en maitines, ora en laudes) y que poco a poco han ido conformando una extraña sensación que primero se me aparecía como una especie de ausencia repentina de mi propia identidad nacional; luego, como algo parecido al desnortamiento que a uno le produciría si de repente se despertara frente a la estatua del Condottiero Gattamelata sin haber viajado jamás a Italia; y, finalmente, ha ido tomando forma para acabar definiéndose como una desvinculación de todo aquello que actualmente se presenta como español y que dista mucho de parecerse al concepto de español que hasta hoy yo manejaba (y eso que era un concepto bastante ancho).

Es decir: que no me siento español tal y como ahora se presenta ser tal cosa. Veo la tele, escucho la radio, leo los periódicos y miro a mi alrededor, y a menudo contemplo las caras de mis conciudadanos como si fueran bosnios, o búlgaros, o greco-chipriotas. No me explico qué hace tanta gente gritando en todas las cadenas televisivas; ni alcanzo a comprender cómo han llegado los catalanes a copar todos los foros, arrogándose incluso la capacidad de reventar el Tribunal Constitucional. No comprendo las coordenadas y abscisas en las que se mueve la Cultura oficial; ni participo del Cine ni de la Literatura española (caso de que la hubiera).

No comulgo con el estofado simple y cerril que conforman dos partidos políticos que, a las claras, están muy por debajo de las exigencias emocionales, profesionales, económicas y, en definitiva, políticas de los ciudadanos, y cuyos representantes (todos: todos los parlamentarios, en su totalidad) embotan mis capacidades intelectivas en el preciso instante en que asoman la gaita por mi hermosísima pantalla Sony Bravia.

Me dan vergüenza ajena los de esto-lo-arreglamos-entre-todos (entre todos, menos el Gobierno, añadiría yo), porque esto, amigos míos, no tiene arreglo posible: aquél que cuando estalló la bomba en la T4, matando a dos personas y destrozando no sólo un edificio carísimo y emblemático y cientos de automóviles, sino también las esperanzas de los españoles, se refirió a ello como "un accidente" no puede ser menos que un verdadero imbécil. Sus debilidades, su catastrófica ausencia de carisma, su deslavazada sintaxis y, en suma, su incapacidad intelectiva son un obstáculo insalvable, desde hace ya años, para afrontar la que tenemos encima.

Una nación como España, que podría ser espejo de Europa, modelo de Suramérica y referencia de Occidente, ha sido desahuciada en poco más de cuatro años, desvalijada a base de derrochar sus fondos otorgando prebendas inútiles, desvinculada del tren del Progreso. España, que es mi nación, ha sido desactivada en sus capacidades creativas, desarticulada para ejercer sus posibilidades críticas; y ahora la veo marchar errabunda, desamparada y sin encontrar sus potencias por mor de no sé qué talante imperdonable que no es capaz de llamar a las cosas por su nombre.

Hemos entrado en una vorágine de eufemismos, perífrasis, circunloquios y retruécanos que no son más que humo, polvo, nada: cortinas de vergüenza casi palpables que no resisten el más ligero análisis. Nuestro foro político causa risa -cuando no estupor- en Occidente. Somos más débiles, más pobres, más tristes y más vulnerables que nunca antes. España no es ya ni siquiera una selección de fútbol, por mucho que ganáramos el Mundial (cosa que aún está por ver).

Los mercados, las bolsas, los negocios, las empresas, las tiendecitas del barrio y, en resumen, los emprendedores están todos a la espera de que se quite de en medio este pólipo infumable, esta excrecencia hipertrofiada por la Ineptitud, este abanderado de la Estupidez que tenemos como Presidente del Gobierno, y que pasará a la Historia de España como el peor presidente que hayamos tenido jamás; y de nada nos servirá que los historiadores lo pongan en su sitio, pues el daño que ha hecho no está aún auditado.

Este pobre hombre llegó al Poder gracias a un golpe de Estado que nos infligieron los fanáticos musulmanes y que tuvimos que tragarnos por no tener las suficientes agallas como para anular las Elecciones que se iban a celebrar tres días después del atentado de Madrid; y se marchará del Poder habiendo arruinado las arcas del Estado, destruido cualquier atisbo de creación de empleo, agotado los recursos sociales, masacrado la credibilidad política de todos y, en definitiva, arrasando una gran nación: arrasando mi nación.

Están todos los poderes económicos atemorizados, esperando a que se vaya; estamos todos, hasta sus inauditos votantes (que aún los tiene, pues la ceguera política es infinita, como el número de los tontos) esperando a que este escapista cierre el kiosko de desolación que sobre sí lleva; España se desangra mientras espera que este payaso infame se aparte de en medio y nos deje progresar, construir, crear, emprender, resolver, caminar e incluso amar. Es un alud en medio del camino, un accidente múltiple en el centro de la autopista, una piedra con púas dentro del zapato, un tumor sobre los ojos...

Por Dios, quita de ahí! Quítate ya de ahí!

lunes, 12 de abril de 2010

Día del Orgullo Inteligente


Estoy harto de que en la cola del supermercado me pidan "la vez", como si ese concepto pudiera uno entregarlo graciosamente sin tener en cuenta al que venga detrás del parásito que lo solicita y que se marcha por la cara, cargándote de una responsabilidad que no has tenido tiempo de declinar.
Estoy, igualmente, hasta las narices de escuchar cómo se destroza la Sintaxis (que es lo mismo que destrozar la Inteligencia) en las entrevistas, en las ruedas de prensa, en los programas de radio y televisión supuestamente serios. Me restallan como látigos las expresiones descoyuntadas, los solecismos, las series tipo naranja+manzana+pera+trópico, que salen indemnes de la boca indemne de cualquier busto parlante.

Me repatea el discurso fragmentario de Zapatero, con esas pausas que desconectan unos conceptos de otros y terminan desarticulando el mensaje general y desquiciando mis sinapsis neuronales, que buscan, corren, olfatean, ladran y finalmente aúllan por haber perdido el hilo que ensartara esas perlas manidas que desparrama el Gran Aburrido sobre los pupitres altos en los que apoya su aburrimiento congénito. Me subleva el discurso masticado y estomagante de Rajoy, con su pipipipí y su pupupupú, sus próxima-parada:sensación-aplauso.

Peor es no llamar a las cosas por su nombre; me aburren las perífrasis temerosas de molestar; me enfadan los eufemismos: nadie dice ciego, inválido, negro o insoportable; sino invidente, disminuido, afroamericano o hiperactivo. Nadie dice viejos, ni canija, ni terroristas; sino mayores, anoréxica y peneuvistas.

Esto, en cuanto a la utilización vicaria del lenguaje. Pero esto no es todo; lo peor son los excesos permitidos en nombre de la Tolerancia. Llevo años aguantando gente tibia de corazón, neutrales indefinidos que con su actitud bienintencionada y su no intervención en asuntos de evidente injusticia favorecen que los malos se salgan con la suya. Me repugnan, de entre los cobardes, los eufemistas, que no se atreven a llamar por su nombre ni a las personas ni a los hechos que las definen, y que acaban como Fernanda del Carpio en Cien Años de Soledad, que por no atreverse a llamar a las cosas por su nombre, se despertó una mañana con una cicatriz que le llegaba desde la ingle al esternón, producida por los médicos invisibles, que no habían sido informados convenientemente por la paciente a causa de esa manía de Fernanda de eludir términos como vagina, ovarios o vulva.

Llevo toda la vida soportando libertadores a la fuerza: éstos que, sin tener en cuenta la complejidad de las circunstancias de cada uno, se empeñan en liberarte de lo que a ellos les parece una manía o trauma; y te ponen en situaciones de alta tensión que no sólo no resuelven el supuesto problema, sino que impiden que se solucione para los restos.
Me ponen enfermo los que te preguntan y vuelven a preguntarte mientras les estás respondiendo; los que no siguen un orden lógico de comunicación; los que, habiendo un moderador que otorga un turno de intervención, se lo pasan una y otra vez por el forro; los que se encuentran un sobre cerrado en la calle, con la dirección ya escrita, y la abren, en vez de echarla a un buzón para que siga su destino.

Me joden los que me culpan de las masacres de los conquistadores españoles en América del Sur. Pero me joden más aún los que ceden a este chantaje superlativo y, sin serlo, se sienten culpables de estos hechos históricos, dando la razón a los fanáticos revisionistas de la Historia, como si la Historia fuera una sucesión de hechos encadenados en los que hubiéramos intervenido los vivos de hoy.
Hasta las narices estoy de que me culpen del hambre que azota al Planeta; y de los que en las reuniones de los bares me incluyen entre los que miramos hacia otro sitio en vez de abandonar de inmediato la copa de rioja y la tapa de ensaladilla de gambas para hacer un macuto y marcharme a Etiopía a combatir la desorganización y el caos que allí son endémicos.

Pero sobre todo, me tienen hasta las narices los que, ante cualquier manifestación de interés por la Humanidad, expresada en forma de tema a debatir, me han coaccionado siempre y de manera radical con la consabida frase "yo no me como tanto el coco", tirando por tierra cualquier atisbo de percepción inteligente, arrastrando por el fango de su incapacidad mi curiosidad por los entresijos del Mundo y el Hombre. Éstos son legión: patinan sobre la epidermis de lo cotidiano sin un mínimo interés por las capas profundas que lo sustentan; vuelven la cabeza con una sonrisa de lástima por el que se pregunta en voz alta sobre el origen de los conflictos.

Por qué he de aguantar que la ineptitud de tantos imbéciles campe por sus respetos sin coto ni medida? Una cosa es que procuremos no andar todo el día poniendo de manifiesto las taras intelectivas de tanto capullo que por el éter pulula, y otra bien distinta es que, además, tengamos que agachar la cabeza por haber mostrado interés en asuntos de cierto calado. Por qué he de esconder mis lecturas? Por qué debo casi disculparme por sacar el tema de... No sé... La Inviabilidad de la Pareja como Estructura? Acaso puede haber una mayor muestra de amor por el Amor? Debo avergonzarme por sentir un inusitado interés por la Política, incluida la de Aristóteles? Tengo que permanecer impasible ante las intervenciones manifiestamente torpes -cuando no zorrunas- que contemplo en los claustros a los que ineludiblemente debo acudir? Debo avergonzarme por adivinar a dónde va a parar el deslavazado discurso de la imbécil teñida a mechas un cuarto de hora antes de que ella misma acabe de desestructurarlo?

Por qué he de sufrir que se deslegitime mi intuición? La intuición es la única herramienta de la que dispongo que casi nunca me ha fallado! En aras de qué o de quiénes debo achantarme y someter este regalo prístino que es la intuición y que, por el poco espíritu o la debilidad cognitiva de muchos, se ha convertido en una vergüenza que debo ocultar? Por qué debo dar explicaciones por disfrutar viendo uno de esos programas televisivos tan instructivos en los que se publicita la prostitución de lujo (y que llaman del corazón) y cuando acaba, leer el Ulises? Acaso hay mayor definición de Humanismo?

Nos rodean los tergiversadores, los demagogos, los que hablan sesgando la información, los buenistas, los bienintencionados, los tibios de corazón, los imbéciles ocurrentes (éstos son peligrosísimos), los eufemistas cobardes, los radicales de la liberación personal, los místicos que te hacen sentir que no te has duchado, los paralíticos emocionales, los fanáticos de la Culpa, los que revientan la Sintaxis y pretenden ser entendidos, los que no asumen sus responsabilidades pero mantienen el cargo, los que ridiculizan que tengamos ganas de saber quiénes somos...

Ya basta! Desde este instante, y para protestar organizadamente ante tanto abuso, propongo que se fije una fecha para recordar, a todos estos perfectos gilipollas, que por su actitud cercana al fascismo estamos sufriendo desde nuestra compleja infancia un continuado maltrato psicológico (cuando no físico); y que dicho maltrato queda impune constantemente. La fecha que propongo es el 28 de Agosto, día en que nació Johann Wolfgang von Goethe, uno de los hombres más lúcidos, inteligentes y ocurrentes que ha dado la Humanidad, cuya vida llena de encontronazos con la Estupidez, y cuya Obra monumental y extraordinaria demuestra que no hay que tener contemplaciones con los idiotas.

Propongo celebrar el Día del Orgullo Inteligente el próximo 28 de Agosto.

Ya está bien de pedir disculpas por las propias capacidades! Y de cargar con "la vez" de los imbéciles en el supermercado! Alguien lo tiene que decir: "la vez" no existe como ordinal; es un concepto; y además, intransferible!

Eduardo Maestre

viernes, 5 de marzo de 2010

Hugo.

No debo tomar más carne de curapallote en la cena: me hace mal; me da gases. Además, me meo encima. Dónde ha puesto Amadeo las gafas... Ah! Mira, las puse yo ahí en la cómoda. Si estas gafas dejaran pasar la verdadera intención del que me está hablando... Amigo! Amigo mío, si estas gafas me dejaran ver qué piensan los emeverristas, cabrones, que me dan cepillo y luego... Carajo con el curapallote! Dónde se esconde Amadeo? No más pide uno que lo dejen acostarse solo y -la puta de Apure!- van y se lo toman en serio! Bueno, me pongo las gotas yo, qué carajo! No sobreviví al golpe de los dos días por torpe! Me las sé poner! De cualquier manera, Amadeo debería estar para todo lo demás.

...Para todo lo demás. Que ahí está el Señor Presidente para enseñar a leer a los bobures y a los cabrones de los taparitas, que no se dejaban, carajo de indios! Ahí está el Señor Presidente para sacar la República adelante, contra los latifundistas y contra los fascistas de las petroleras. Ahí está el Señor Presidente para cantarle las del alba al mismísimo putito de Colombia en su cara de gringo, y ahora no aparece Amadeo por ninguna parte para que me ayude a ponerme las gotas de los ojos! Coño, qué estrecha me queda la camisa! O será cosa del curapallote, con los gases de mierda que me dan por las noches. Este huevón de Amadeo! Váyanse al carajo, gotas, que me las pongo yo!

...Otra vez me estoy meando, carajo? Para qué tánta alarma? Si luego voy y no saco gota, viejo!

Esta cama está más alta que anoche. A ver? Anoche y antesdeanoche estaba más baja, no? O me la han calzado, los cabrones, para hacerme ver que estoy más viejo y que menguo! No... No está más alta: está igual. Me cago en la puta de Apure con tanta desconfianza en los que tengo cerca! La abuelita Rosa, mi viejita Rosita, que me obligaba a desconfiar hasta de mis hermanos, carajo! Y cómo le cundió a la vieja, que luego no hubo en la Academia un chamo que me largara un billete chimbo! Y eso que me las andaba de bonche casi a diario! Venga y venga fiestas de pinga! Y qué bien me enseñó la abuelita Rosita, que no hubo luego ni una cuaima que me pudiera trajinar; ni una puta que me atascara las manos! Bien que aprendí a desconfiar, abuela! Aunque... Eso sí: no las vi venir cuando lo de Pedro Carmona... Cuando los cabrones... Cuando aquello de los dos malos días... Cabrones, hijos de puta: ahora estáis en Colombia; ahí os den por el culo, comemierdas! Que ya no entráis aquí ni aunque yo fuera con los pies por delante, carajo! Me querían negrear, como si fuera un choro, un malandro sin catecismos! Cabrones! Ya pueden pelar gajo, turcos de mierda, que no verán amanecer en Miraflores!

No me he puesto las gotas bien. Y ahora, con lo oscuro, me parece que veo como biselado. Me cago en la puta de Apure y en su descendencia! Hay que tener ojo pelao con la edad, hermano! Dónde carajo andará Amadeo? Ya no lo llamo. Ya no, que luego se echa los palos y se va de la lengua con que su Presidente se queja de vicio. No. Que luego se sabe todo y en público se te suben a la barba. O se te suben los que no deben. Como lo del Rey! Qué bien me caribeó, el sifrino del Rey! Oye! Y qué cojones le echó, el vale! Porque la verdad es que, al final, es el único, fíjense bien, el único que me gusta de esa corrala de españoles sin huevos, con ese zanahoria que tienen de Presidente, que no sabe más que sacar la piedra y venga a sacar la piedra con los jueces! Ande, carajo, con la puta de Caracas, y deles a los jueces putitos con la mano abierta en los ijares, hermano!

Y mañana, a torear de nuevo con los políticos españoles; venga a dar la matraca con la ETA. Y a mí me vienen con terrorismos! A mí, que me eché un pulso con la Muerte más de tres veces! A mí me va a venir un mameluco a pedir explanations... Anden a buscar otro perro que no sea tan listo! A mí me quiere el pueblo porque soy del pueblo! Yo soy el Pueblo! Llevo el alma de Bolívar en mis genes! Arrastro al Pueblo y se me llena de puro pueblo Aló Presidente todos los días! Váyanse, cabrones, con sus separaciones de Poder a jalar mecate a otro país, que en éste no encontrarán más que a hombres que se visten por los pies!

Pero... Qué?

...Otra vez me lo hago encima. Carajo, que no doy con la luz! La puta de Apure!

...Amadeo! Amadeo!

jueves, 25 de febrero de 2010

...Poor Teddy!


No me acuerdo en qué año, pero sí recuerdo que, cuando me llamaron para componer la música de un programa que se iba a emitir en Canal Sur (la de ellos), me dijeron que lo iba a presentar y dirigir Consuelo Berlanga, que se iba a llamar "Qué pasó con...", y que iba a emitirse, en prime time, los miércoles por la noche.
También me dijeron que la música debía ser nostálgica a la vez que inquietante; con un toque pop, pero algo siniestro, sin llegar a ser de miedo; algo, en resumen, "parecido a la banda sonora del Exorcista, pero más dulce" (cito las palabras textuales de quien me contrató por teléfono).

Me puse manos a la obra, todo ilusionado; para hacer esta música, conté con la ayuda técnica de mi entonces casi hermano José Manuel Vaquero, "el Pájaro", excelente músico, teclista y habilísimo con todo lo que supusiera soportes electrónicos. Cuando entregué el material sonoro, me pidieron, además de la cabecera, cortinillas para los anuncios y ráfagas para las entradas y salidas del programa; en definitiva: la rutina de la composición para televisión. Así lo hicimos, y la música plugo sobremanera a Consuelo Berlanga. Ya sólo faltaba que el programa tuviera éxito para empezar a recaudar las regalías (hoy conocidas como royalties) derivadas de tan suculento programa. Yo cobraría un 83% como compositor y el Pájaro, en concepto de técnico, el 17% restante. Esto es: nos íbamos a forrar!
Nos íbamos a forrar... Porque no sólo se emitía en prime time los miércoles, sino que era tal su éxito de audiencia que lo repetían los jueves por la mañana; para colmo de venturas, se exportó a la televisión extremeña; y finalmente a Telemadrid. Es decir: las cuentas que me salían entonces, hace casi 20 años, en que se pagaban entre 7 y 10 pesetas por segundo de música, eran cuentas millonarias. Porque no sólo me tenían que pagar regalías por la cabecera del programa y sus ráfagas, sino que, cada vez que lo anunciaban durante la semana (que era constantemente), también cobraba yo derechos de autor. Y si multiplicamos por la televisión de Extremadura y Telemadrid... Bueno, bueno... Millones de pesetas de los de hace casi 20 años! Millones!

Pero el primer año sólo cobramos 80.000 pesetas: el Pájaro, unas 10.000 pelas; y yo, menos de 70.000. Fui a reclamar a la SGAE; me atendieron muy cordialmente y me entrevisté con un abogado que me dijo que las televisiones públicas se negaban a pagar derechos de autor, y que estaban en juicio, pero... Que nos olvidáramos de cobrar, de momento.
Con el paso de los años, he ido recibiendo 25.000 pesetas una vez; 315 euros años después... Y nada más. Canal Sur (la de ellos), Telemadrid y la televisión extremeña me robaron el 90% de mis derechos de autor. Jamás los cobraré. Perdidos están, como se perdió Cuba.

Sin embargo, me alegra saber que Teddy Bautista, alto directivo y presidente de la SGAE desde el año 83 del siglo pasado, se puede retirar con un sueldo mensual de 24.500€. Unos 300.000€ anuales, más primas. 50 millones de pesetas al año; 4 millones y pico de pelas al mes. Una buena pensión, no creen ustedes? Y la verdad es que se la merece, porque un artista de su calibre, que se metió en el grupo Los Canarios, cuyo mayor aportación a la Historia de la Música fue ponerle hace 40 años una batería y un bajo eléctrico a Las Cuatro Estaciones de Vivaldi (que buena falta le hacían, porque estaban francamente mal compuestas: en qué estaría pensando Vivaldi cuando escribió estos conciertos?), y que luego hizo en Jesucristo Superstar el papel de Judas, que le venía como un guante, se merece esta pensioncita y mucho más!

Que su primera mujer vague por las calles de Madrid con una guitarra y rodeada de perros, pobre de solemnidad, y que se queje -todo por fastidiar al pobre Teddy- de que éste le pase sólo 350€ mensuales, son ganas de fastidiar la vejez de este artista, de este creador insuperable.

Yo me alegro de haber contribuido con el dineral que nunca cobré a mantener alta la cabeza plateada de este genio de la Música, que tanto ha velado desde hace casi 40 años para que los autores menos favorecidos por la mano de las musas podamos tener un rinconcito donde no caernos muertos.

Joder! Todavía estoy por abrir una cuenta solidaria y meter parte de mi sueldecito congelado para que Teddy no pase frío; para que no pase apuros; y, sobre todo, para que el genio siga creando como ha hecho siempre.

Joder! Pobre Teddy!

lunes, 15 de febrero de 2010

Máscaras en Canal Sur.



Desde hace años vengo viendo (primero con recelo, luego con interés y finalmente con pasión) los preliminares, las semifinales y la gran final del Concurso de Agrupaciones del Carnaval de Cádiz: la movida del Teatro Falla, para entendernos.
Aunque soy sevillano, y, por lo tanto, un completo ignorante de las profundidades del Carnaval, me entusiasman las Chirigotas; me emocionan intensamente las Comparsas; me admiro del trabajo de los Coros y busco entre las líneas de sus versos semirrimados el sentido oculto (a veces, explícito) de los Cuartetos. Pero en las cuatro fórmulas encuentro Arte. No sólo por la música, original en una gran parte o con arreglos interesantísimos a veces; ni por los tipos, que en muchas ocasiones son delirantes; sino, y sobre todo, por las letras; por las estrofas, que son como barrancos al final de los cuales se despeña inevitablemente el giro emocionante o ácido, dramático o descojonante que todas las agrupaciones se encargan de regalarnos cada año.

Pienso desde hace décadas (yo ya cuento mi vida por décadas) que la única forma de hacer posible el Arte consiste en mantener dos terribles aspectos enérgicamente vivos: a) ausencia de recompensas materiales; y b) ganas de gritar el propio dolor. En Cádiz, qué quieren ustedes que les diga, salvo alguna chirigota que dé tres o cuatro galas malpagadas, casi nadie saca beneficio económico significativo de estos afanes; algunos músicos viven algo mejor que antes por haberse dado a conocer como compositores o letristas a través del Carnaval, pero no viven del Carnaval. Al contrario: les cuesta una pasta hacerse esos disfraces, a veces sorprendentes. Y no sólo les cuesta dinero, sino, sobre todo, tiempo: tiempo robado a su familia, al sueño, a otras aficiones.
Y en cuanto a las ganas de gritar el propio dolor, no es ni momento ni lugar para reflexionar sobre los niveles de paro de la Ciudad de los Tres Mil Años, quizás los más altos de Europa; ni del cierre de Astilleros; ni de la especulación urbanística; ni de... enfín: de verdad quieren ustedes que hable de ello? No, verdad? Gracias! Sólo poner en claro que si alguna ciudad de España puede gritar con dolor, ésa es Cádiz.
De manera que los dos requisitos para que surja el Arte están presentes en Cádiz desde las Saturnales romanas hasta la actualidad, habiéndose sobrepuesto a todas las estúpidas prohibiciones y bandos en contra de su celebración por parte de las instituciones: la Iglesia y los políticos particularmente.

Tenemos, pues, una manifestación verdadera y genuínamente popular que no está sujeta a límites morales, que no tiene que arrodillarse ante un Ministerio del Carnaval que la subvencione y por lo tanto la conduzca (como sí pasa con el Cine) allí donde quieran los técnicos del Ministerio; la crítica mordaz, feroz a veces, que estos artistas muestran sin piedad desde las calles de Cádiz al escenario del Falla es inherente a la propia fiesta gaditana; sin ella, Cádiz sería como Tenerife, Río o Venecia: un simple baile de máscaras.

Pero no sólo es un baile de máscaras.

Un tesoro de este calibre no se encuentra, creo yo, en ningún otro rincón del Planeta. No existe en el mundo un crisol como éste, en el que se funden los sinsabores, las penurias económicas de los de infantería, el drama en la propia familia, la denuncia de lo ridículo, el espanto de la guerra, el dedo puesto en la llaga de la Política, el grito en voz alta de los abusos del Poder. En definitiva: aquí es donde realmente habla la Voz del Pueblo.
Y cómo lo trata la televisión pública andaluza? Aparentemente, con mimo. Desde que Canal Sur (la de ellos) retransmite en directo y en diferido las actuaciones de comparsas y chirigotas, ha crecido exponencialmente el interés del resto de los andaluces por esta fiesta gaditana; incluso en otras provincias se han creado coros y chirigotas con la pretensión de competir con los originales. Esto ha -digamos- universalizado a Cádiz, al mismo tiempo que ha convertido a los gaditanos en modelo expresivo a la hora de construir una chirigota o un coro.
Ahora los sevillanos podemos hablar del Selu, del Yuyu, del Vera, de Julio Pardo, del Sheriff; sabemos quién fue Paco Alba, cuándo las chirigotas empezaron a ser comparsas; nos resultan familiares el Tío la Tiza, la Tía Norica, la Caleta, Puerta Tierra y muchos rincones de Cádiz que ni siquiera hemos visto. En este sentido, Canal Sur (la de ellos) ha hecho mucho por el Carnaval. Mucho. Pero...

Yo creo que las agrupaciones se merecen un trato más serio. Me refiero a que, tras las bambalinas, los presentadores se dirigen a ellos como si fueran chuflas: les tiran de los flecos del disfraz; les hablan de tú; los tratan como a ganado. La televisión, desde siempre, ha desnaturalizado todo cuanto toca; pero hay actitudes que no pueden tolerarse: no se puede estar haciendo publicidad constantemente de los puñeteros politonos del móvil; especialmente si aún no ha terminado su actuación la chirigota que está cantando; no se puede presentar cada agrupación pretendiendo ser gracioso cuando no se tiene ni puta gracia; no son los presentadores quienes tienen que sorprendernos con sus ocurrencias, especialmente porque no suelen ser ocurrentes. Ítem más: la mayoría de los que nos muestran el Carnaval gaditano son personajillos del mundo de la Prostitución, también conocido como de los programas del corazón; les ofrecen el micro y el primer plano a gentuza que será estudiada en los libros de Sociología del futuro con extrañeza y asco pero que ahora gozan de privilegios sin límites.

Con quiénes se creen estos alfeñiques morales que están tratando? Cómo se atreven a flanquear al Vera, sudoroso tras la extraordinaria actuación de su chirigota, y minimizarlo con preguntas carentes de interés? Con qué derecho lo tratan como si fuera un chufla? Es que no ven que se encuentran ante la presencia de un genio?
Y qué cojones pinta Teófila, la alcaldesa -sin disfraz, para colmo-, en directo? Qué coño hace ahí el comecanapés de turno del PSOE, chupando cámara? Qué carajo hacen éstos de Canal Sur (la de ellos) prestando la Voz del Pueblo a los políticos, precisamente en Carnaval? Es que quieren hacernos creer que el Carnaval de Cádiz lo sustentan ellos? A qué viene este paternalismo? Es que no pueden quitarse de enmedio ni siquiera en carnaval? Qué coño pinta un político hablando de su puto partido mientras se recorta su anodina figura sobre el luminoso fondo del divino escenario del Falla? Dios, cuánto estómago agradecido! No puedo sufrir cómo los locutores dan un trato infamante al Selu (como si fueran de la misma especie que él!), mientras, por el contrario, le cepillan la caspa del hombro a la Consejera de Cultura!

Qué asco, picha!

Ojalá tuviéramos en nuestra televisión pública (lo de pública es ya de risa) algún profesional que estuviera imbuido del espíritu del Periodismo en vez de tanta guarra y tanto futbolista borderline; ojalá los chuflas de la Consejería de Cultura nos tomaran en serio de una puta vez a los andaluces y nos trataran no ya con respeto, sino, en el caso de los autores del Carnaval de Cádiz, con veneración. De rodillas se tendrían que postrar! De rodillas, ante la presencia de un letrista, de un arreglista, de un compositor o de quienes diseñan los tipos! Porque un locutor de Canal Sur (la de ellos), siendo -como es- un paniaguado de la Junta de Andalucía, debería tomar conciencia de su triste y sumisa vida, y darse cuenta de que cuando entrevista a una agrupación de las que salen en el Falla, no está dirigiéndose solamente a albañiles, a pescadores o a parados de los Astilleros, sino que se encuentra ante la terrorífica, la espectral, la religiosa presencia del Arte.

viernes, 5 de febrero de 2010

Cletus, o el insulto habitual.


Desde muy pequeño he sido un extasiado telespectador. La televisión me encanta. Y cada vez que leo o escucho la injustísima expresión "la caja tonta" refiriéndose a la tele, me duele como si lo dijesen de una amiga o de una antigua y deliciosa amante. Cómo puede alguien llamar tonta a la televisión? Como si ese luminoso balcón que da al Universo fuese responsable de los parásitos que circunstancialmente lo habitan!

Aunque también, desde antes de que muriera Franco, estoy acostumbrado (en realidad, quiero decir que no me acostumbro) a contemplar con creciente indignación cómo todos los chorizos, las putas, los macarras, las mariconas de pluma loca, las chachas y los borderlines que aparecen en las series televisivas (españolas y norteamericanas) hablan con inconfundible acento andaluz.

Que las criadas o chachas hablaran andaluz fue un desgraciado pero innegable reflejo de la situación real que vivimos entre los 60 y los 90 en España: las andaluzas y extremeñas, emigradas junto a sus maridos a Cataluña, a Madrid o a cualquier punto del rico y mimado Norte español (Euskadi y Cataluña principalmente: los que han sabido extorsionar al Estado del que reniegan), se ponían a trabajar limpiando escaleras; o de chacha en las casas bien de la España favorecida por todos los regímenes desde Fernando VII hasta Felipe y Aznar (sin olvidar a su mayor benefactor: Franco, el personaje histórico que más ha hecho por Euskadi y Cataluña).

Ahora las chachas son ecuatorianas o bolivianas, amén de filipinas y otros exotismos, y no hablan con acento andaluz. Pero en el inconsciente colectivo queda nuestra habla andaluza como el acento adecuado para dotar de contenido superficial o tildar de prescindible a determinados personajillos que pululan por todas las series españolas, y que indefectiblemente son o el policía payaso o el maricón frívolo; o la puta repintada o el subnormal gracioso. De cualquier modo, nunca, jamás de los jamases hay un personaje principal, responsable y serio, que hable en andaluz: por lo visto, no sería creíble.

He detectado ya tantos de estos personajes, que no sabría cómo refrescar la memoria de ustedes. Pero en esta ocasión quiero hablar de Cletus, el paleto oficial de la extraordinaria serie Los Simpsons, que veo a diario aunque repitan los capítulos una y otra vez.

Cletus es una especie de campesino/pueblerino/paleto, zafio y sucio como él solo; está emparejado (dudo que casado) con Brandine, otra ceporra de mucho cuidado con la que ha tenido -eso parece- 26 hijos. Viven en una casa destartalada, sucia y miserable y se alimentan con basura y restos imposibles de contemplar como alimento. Carecen de una mínima educación básica; no saben leer ni escribir, ni falta que les hace; tratan a los hijos como bestias, siendo ellos mismos bestias. Digamos que, en el microuniverso que es Springfield, ocupan el peor de los estratos posibles: el más abyecto; el más bajo; están, digamos, más allá del límite de lo Humano.

Y cuál es el acento que tienen? Qué habla inconfundible los distingue del resto de los personajes? Qué color se les ha ocurrido a los directores de doblaje que sería el más indicado para caracterizarlos como lo que son: tarados? Pues, cómo no: el habla andaluza!

Se imaginan ustedes a estos mismos disminuídos psíquicos, a estos tarambanas sociales, hablando con acento catalán? O a Snake, el patibulario delincuente habitual de la misma serie, que siempre va con su escopeta de cañones recortados en ristre, farfullando frases en euskera? Por qué no? Los vascos, desde hace 40 años hasta hoy, no han destacado por su Arte o su Literatura, sino por los mil asesinatos y los cientos de secuestros; por los miles de extorsiones y los centenares de hazañas sangrientas y cobardes; no sería extraño entonces que Snake o el Actor Secundario Bob intercalaran en sus intervenciones algún "txakurra" o se citaran en la "herrikotaberna", o llamaran "gudari" a alguien de su entorno; o, enfín, utilizaran cualquier otro artificioso neologismo de los muchos que los vascos han inventado en los últimos 20 años junto a su impracticable idioma.

O que Montgomery Burns (uno de mis personajes favoritos) hablara en catalán o con un profundo acento catalán; sería maravilloso que le dijera a su ayudante mientras se asoma a la balconada de su central nuclear, mezclando catalán y castellano: "Smithers: nosaltres podem dominar el mundo!"

Por qué no exigir que estos personajes de ficción, estos que son carne de cárcel, o aquéllos otros que sirven de hazmerreír como secundarios; o las que salen como putas desquiciadas de los nervios; o los sinvergüenzas de oficina; o la gente del hampa en general, hablen con cualquiera de los otros acentos posibles que caracterizan a los españoles? Por qué no ejercer el derecho a exigir que en los próximos 30 años los doblen con la descoyuntada sintaxis vasca, con la melodía gallega o con la petulancia catalana? Si eso se hiciera... Ay, amigo mío, si empezaran a doblarse estos personajillos con deje catalán o vasco! Al día siguiente de la primera emisión del capítulo estaría Carod-Rovira, con su corona de espinas, metiéndole fuego a las empresas de doblaje! Y el lendakari que volvió al frío resurgiría de su sarcófago jesuítico para volver a hablarnos de él en una mística tercera persona diciendo que "el exlendakari no puede tolerar esta agresión al sentir vasco (sic)" y demás monsergas con espatadantzaris volando ante las propias narices.

Ya está bien de soportar estos insultos! Ya está bien de recibir a diario, en todos los canales, públicos y privados, la bofetada subliminal con la que nos recuerdan a los andaluces que somos el payaso tonto y que no tenemos derecho a quejarnos de recibirlas una y otra vez! Con qué político gilipollas hay que hablar en el Parlamento andaluz para que alguien con recursos y vía libre tome de inmediato cartas en el asunto? Hay que ir a Bruselas a quejarse de este insulto diario? A quién hay que avergonzar en los medios de comunicación para que se tomen medidas de inmediato contra este sapo con el que tenemos que desayunarnos cada día?

Ya tenemos bastante con que se nos obvie diariamente en las previsiones meteorológicas! Que cae nieve en un pueblo de Burgos y allá que van los equipos de reporteros como si en Burgos vieran la nieve por primera vez. Y si llueve en Barcelona... Dios de mi vida, si llueve en Barcelona! El despliegue técnico para comprobar que los barceloneses usan paraguas de Loewe es inmediato. Ahora bien: si hay un temporal que se lleva por delante un barrio de Cádiz, ya puede haber muertos que lo convierten en una mera reseña.
Ya tenemos bastante con que se nos obvie meteorológicamente, pese a ser la mayor región española y la más poblada; pero además tener que aguantar en las series el insulto diario...

Yo soy andaluz. Y no soy un macarra, ni un atracador, ni una puta, ni un payaso ni un imbécil! Y aunque lo fuera, no estoy dispuesto a admitir el habla andaluza, la realidad andaluza como la única fuente posible de la que nutrir a estos personajes marginales! O se acaba con la ignominia, o tendré que retar a duelo, tras la iglesia de San Roque, con florete y al amanecer, al Defensor del Pueblo Andaluz, que con seguridad, y después de los 14 años que lleva en el cargo permitiendo este abuso subliminal, se ha convertido -éste, sí- en un personaje sin dignidad: y, para mi vergüenza y la de todos, con un extremado acento de mi tierra.

miércoles, 20 de enero de 2010

Haití no tiene nombre

Lo que conocemos como Italia no es sólo el contorno caprichoso en forma de bota, rodeado de aguas mediterráneas y recortado por unas fronteras al norte con Francia, Suiza, Austria y Eslovenia; ni podemos llamarla Italia porque nos sigan llegando noticias rocambolescas de Berlusconi, ese güisquero cada día más parecido al inolvidable Al Capone de Robert de Niro en Los Intocables de Eliot Ness. Italia, aunque hubiera sido destruida por el terremoto más terrible de la Historia; aunque sus palacios asombrosos, sus iglesias bellísimas, sus ruinas romanas erguidas hubieran sido destrozadas y diseminadas en un marasmo de piedras indefinibles; aunque sus obras de Arte inigualables y sus extraordinarios teatros hubieran desaparecido, aún podría seguir siendo llamada Italia. Sencillamente porque, pese a los cientos de miles de muertos, aún conservaría el concepto de Estado y, cómo no (y pese a perder para los restos esa cúpula de Miguel Ángel), la integridad conceptual de la Iglesia Católica.

Pero si Italia, con toda su Historia a cuestas (que, gracias al Derecho Romano, es nuestra Historia: la de Occidente), y manteniendo sus calles abiertas, sus fuentes barrocas, sus tiendas de moda y su gastronomía, siguiera por esa línea triste por la que marcha desde hace décadas y acabara borrando las lindes del Estado y las sustituyera definitivamente por las leyes de la Maffia y la Camorra; si Italia abandonara su orgullo por acoger dentro de sí al Estado Vaticano -que tanto interés tiene por seguir siendo víscera animada del Lacio-, Italia no tendría derecho a tener nombre propio. Sin Estado, sin Iglesia (es decir: sin contrato social y sin miedos organizados), caería de lleno en la ley de la selva, convirtiéndose, de facto, en un territorio prenominal (de pre-nomos; en el sentido lato del término: anterior a las normas morales o políticas).

Lo primero que me llamó la atención del espantoso terremoto que ha sufrido lo que se conoció como Haití fue, además del horror de la muerte y el espanto de aquéllos que han sobrevivido, que los edificios del Parlamento y la Catedral habían sido destruidos absolutamente. Los haitianos, además de haber sufrido la muerte repentina de entre doscientos y trescientos mil compatriotas; además de haber perdido sus casas y sus pobres enseres; además de encontrar destrozados sus puentes, sus carreteras, su aeropuerto y sus pocos hospitales, se han quedado sin Gobierno y sin Iglesia. No hablo figuradamente; digo que físicamente han perdido su Parlamento y su iglesia Catedral. El Presidente del Gobierno haitiano se ha librado por los pelos; y nada sabemos de sus autoridades eclesiales. Cientos de políticos han desaparecido bajo los escombros, y el Estado haitiano ha sido descabezado por un temblor de tierra brutal. No hay autoridades políticas; no hay gobierno provisional. Sólo hay espanto, sed, saqueos y cadáveres en descomposición.

España, con su relajadísima política colonial, permitió que en las calas de La Española se instalaran bucaneros, filibusteros y piratas de todo jaez, principalmente franceses. Luego, Francia exigió que esas poblaciones de habla francesa (todas ellas dependientes de la piratería y el contrabando) tenían derecho a declararse ciudadanos franceses. España cedió a Francia el territorio en un tratado. Luego, los esclavistas franceses llenaron la isla de africanos, y los machacaron como sólo lo saben hacer los franceses; y, claro, los esclavos acabaron rebelándose. Finalmente, hace doscientos años, tras una guerra sangrienta, los esclavos proclamaron su independencia de Francia y crearon el Estado de Haití, que ha sido paradigma de desorganización, crueldad entre ellos mismos y espantos dictatoriales hasta antesdeayer.

En los últimos 60 años, los haitianos han acabado con la casi totalidad de sus bosques, dejando el territorio prácticamente desertificado; las lluvias terroríficas de hace pocos años han sido una consecuencia de esta deforestación inusitada. Y la debilidad del terreno, a costa de este desastre natural, ha multiplicado las consecuencias del terremoto. En definitiva: una cadena de catástrofes que podían haberse minimizado de haber tenido un plan de vida, una organización política mínima.

Pero no ha sido así. Ahora, hay trescientos mil cadáveres sin nombre, cuya memoria desaparecerá cuando mueran aquellos que los recuerdan, pues no hay un Estado que organice un censo. No hay siquiera una Iglesia que escriba sobre pequeñas cruces de madera los afrancesados nombres de los muertos; ni siquiera hay madera para hacer cruces. Los haitianos que han muerto no podrán ser recordados por sus nombres; ni siquiera podrán estar oficialmente muertos, pues no hay un organismo que pueda dar fe de la propia desgracia; no existe ya un órgano administrativo que pueda asegurar que ya no están entre los vivos.

Haití creó el concepto de zombi, con esa práctica cruel que consistía en hacer pasar por muerto a quien tan sólo está envenenado, con el fin de desenterrarlo la misma noche de su entierro y volverlo a la vida: a la vida física, claro, pues las funciones cerebrales quedaban destrozadas para los restos. Estos pobres desgraciados, estos zombis auténticos, eran utilizados como mulas de carga en las plantaciones, anulada su voluntad y alejados de sus familias. A veces, alguno escapaba involuntariamente y se descubría la artimaña. Ahora, los supervivientes a la catástrofe, vagan como zombis entre los escombros, en estado de shock y sin saber hacia dónde dirigir sus pasos, pues no hay un lugar que pueda mejorar su condición; ni siquiera la muerte, porque morir –allí, hoy- no garantiza la propia desaparición, ya que para morir de verdad hace falta tener un Estado; o, al menos, una religión organizada.

Los Estados Unidos han enviado tropas, pese a Francia y sus paños calientes. Ojalá, cuando comiencen las reuniones al más alto nivel para decidir qué hay que hacer en la parte occidental de la isla destrozada (no me atrevo a llamarla Haití), además de enviar medicinas, alimentos, mantas, y luego arquitectos, ingenieros, médicos y organizadores sociales, decidan dotar a los pobres supervivientes de un Estado; la Iglesia sobra, desde mi punto de vista, y no sería un mal experimento que desapareciera institucionalmente; pero el Estado… El Estado es lo único que permite conocer a los territorios por su nombre propio. Haití deberá ser renombrada. Porque Haití, desde el 12 de enero de este año 2010, no tiene Estado; y, por lo tanto, Haití no tiene nombre.


Eduardo Maestre.

lunes, 11 de enero de 2010

Matadme ya, por Alá!

Hace unos pocos años, atravesar el aeropuerto de Heathrow era ya una pesadilla: controles constantes; cámaras que conseguían fotografiarte con aspecto carcelario; cinturones fuera, cinturones dentro; monedas, reloj, móvil para arriba; monedas, reloj, móvil para abajo…

Se recrudeció, sin embargo, hace ahora un año; y en el mismo aeropuerto de San Pablo, el de Sevilla, me echaron para atrás un bote de fijador. Tan tajante fue la comedieta que viví, con una mujer policía como partenaire, que ella misma me recomendó echar un pegote de fijador en una servilleta del bar del aeropuerto y guardar el engrudo, a fin de poder peinarme cuando llegara a mi destino a media mañana. Y allá fui yo, volando sobre la piel de España, con un pegote de Giorgi Extra Fuerte enfangando tres servilletas superpuestas, dentro de mi neceser, amenazando con pringar todo mi equipaje. Por fortuna, y gracias a que la mujer policía se quedó mi bote de fijador nuevo y enterito, el avión se libró de estallar en pleno vuelo.

Ahora, gracias al enfermo mental que intentaba meterse fuego en las babuchas para destruir el mundo, ese grandísimo hijo de puta cuyo inquietante nombre es Tarik Raja, las cosas se han puesto de un color caoba insufrible. Ya se frotan las manos los fabricantes de escáneres con Rayos X, y hay que limpiarles la baba que anega las mesas de sus despachos, pues ven venir mugiendo las vacas gordas desde Sri Lanka. Nos van a desnudar sin quitarnos la ropa; vamos a mostrar las mollas para nuestra vergüenza; y además, habrá que renunciar a llevar vinos, botes de perfume, el indispensable fijador para los que tenemos el pelo de los cinco Jackson Five juntos; hay que decir adiós a las cremas de queso o a cualquier producto líquido o untuoso. Ítem más: habrá igualmente que deshacerse por unos momentos de las monedas, el móvil, las llaves, las gafas, el riñón artificial, la prótesis de cadera y, si uno forma parte del equipo directivo de la Delegación Cultura de la Junta de Andalucía, el alargador de pene.

Merece la pena este calvario? Porque lo que está claro es que Occidente no se va a convertir al Islam de hoy para mañana, pese a la política sacrificial de Zapatero (ahora, para nuestro bochorno, Presidente de la Unión Europea: Dios mío, qué vergüenza; ahora sí que vamos a ser la rechifla de Europa!), dispuesto sin arrepentimiento alguno a convertirnos en corderos silenciosos que estiren el gaznate sin poner pegas para celebrar un Ramadán sin límites.

No: no nos vamos a convertir al Islam. Cómo vamos a hacer algo así? Si no somos ni para ir a misa los domingos! Si la Misa del Gallo es ya una cosa de catequistas! Si estamos iniciando el camino a la libertad interior, por fin: cómo vamos a convertirnos al Islam? Porque no debemos olvidar que el objetivo de los fundamentalistas no es otro que ése: o nos convierten, o nos aniquilan. No lo digo yo, sino Alcaeda (disculpen que lo escriba en castellano: la q, seguida de a, no me acaba de cuadrar; especialmente viviendo cerca de Alcalá, habiendo ahorrado de pequeño en una alcancía y pudiendo comprar alcachofas en el mercado de abastos o en la misma Alcaicería).

Y si es evidente que no nos vamos a convertir al Islam, y cada viaje en avión (y pronto en tren; y luego en barco: ya lo verán) va a suponer un suplicio, un retraso de tres horas, un temor constante a ser descubiertos sin tener nada que ocultar; si cada embarque va a suponer decir adiós a mis afeites, a mis vinos, a mis quesos de pasta blanda; si además de convertirme en un nuevo Houdini (quítate el cinturón sin soltar el abrigo, póntelo, vuélvetelo a quitar, pon ahí tus objetos, corre, que se va la bandeja, dónde cojones están mis gafas), tengo que acabar enseñando mis vergüenzas a tres funcionarios uniformados, pues qué quieren que les diga: prefiero correr el riesgo de estallar por los aires.

Aunque, viendo el derrotero que está tomando esta guerra mundial encubierta; y sabiendo –como sé- que todo es susceptible de empeorar, me imagino un futuro inminente en el que subirse a los autubuses urbanos supondrá un suplicio parecido, lleno de pantalones cayéndose y mollas a la vista de todos; coger el Metro (aunque sea el de Sevilla, que es como el de los clicks de Famóbil) para ir desde Mairena del Aljarafe hasta Plaza de Cuba supondrá un calvario de tres horas como sospechoso habitual y trece minutos de recorrido real. Las empresas de seguridad fomentarán la construcción de mezquitas, y desplazarse será un martirio que ríase usted del de San Sebastián; empezarán a crearse movimientos sociales que decidan ir desnudos para tardar menos en sus desplazamientos, y empresas que alquilarán capotes grandes que los usuarios más pudibundos dejarán a pie de autobús; las farmacéuticas desarrollarán unos medicamentos que nos harán más resistentes a los nocivos efectos de los Rayos X, y las muertes producidas por los terroristas islámicos se aceptarán como se aceptan hoy los accidentes de tráfico.

No quiero vivir así, de rodillas, enseñando mis partes nobles, abandonando mi fijador y mis botellas de rioja a la rapiña de los funcionarios de los aeropuertos; no quiero vivir con tanto miedo a estos enfermos mentales que ocultan el cuerpo y castran la espontaneidad de sus mujeres. Prefiero, hasta que estallen las próximas babuchas conectadas a un explosivo, vivir en libertad. Y si en pleno corazón de Occidente ya no se puede aspirar a eso, desde este momento les grito a estos desgraciados que acaben ya conmigo.

Matadme ya, por Alá!


Eduardo Maestre.