Como ya sabrán ustedes, el 7 de enero de este
2015 ha quedado, para siempre, impreso en una triste cuatricromía: el verde de
los Campos Elíseos; el azul del cielo de París; el blanco de la harina de las
baguettes, y el rojo de la sangre de los humoristas de Charlie Hebdo, derramada
en los pasillos del semanario por los enfermos mentales que destruyen el mundo
en nombre de Alá.
En los corrillos radiofónicos, en las tertulias
televisivas se repite hasta la arcada que estamos ante el enfrentamiento entre
dos Culturas. A mi juicio, no es así. Creo que supone un grave error pensar eso;
o que estamos contemplando una inminente guerra entre religiones. Yo afirmo que
no. Creo que somos espectadores, más bien, de la persecución enloquecida, por
parte de un enorme número de hombres, de un tren que ya salió de la estación;
un tren que ya partió y que jamás podrán coger.
El tren del que hablo es Occidente.
Occidente es un concepto que
todos entendemos. Más que una región; más que una zona geográfica, Occidente es
una Historia común, una forma compleja de entender la realidad. Y también, claro,
Occidente es una zona geográfica; dispersa, sí, pero localizada.
Occidente son los yankees, tataranietos de los puritanos del Mayflower; son los
australianos, bisnietos de los asesinos y ladrones que los ingleses echaron a
alta mar con la vaga esperanza de que se los comieran los tiburones. Occidente
son los británicos y los alemanes, hijos de los bárbaros del Norte; y los
franceses, con su guillotina a cuestas. Occidente es la Italia desorganizada;
la España confusa y el Portugal que duerme. Y los países escandinavos, con todo
su suicidio a cuestas. Y los holandeses y sus bicicletas. Y la franja norte y
vikinga, que huele a grasa frita.
Pero Occidente es también Israel, rodeada del
espanto islámico. Y sobre todo, Occidente es Grecia, la magnífica, por muy
degenerada que esté hoy allí la Política, que ellos inventaron!
Europa, Norteamérica y Australia son Occidente.
Y el Polo Norte. Y el Polo Sur. E Israel. Y me atrevería a afirmar que también
es Occidente Argentina; y Chile. Y hasta Uruguay es Occidente!
Aún muchas parejas se casan por la Iglesia y
bautizan a sus hijos; y seguirán haciéndolo durante décadas. Pero el sistema social,
la superestructura a través de la cual nos movemos, trabajamos, vivimos y
amamos ya no está basada en la Religión, cualesquiera sean sus ritos y
folclore.
Occidente es un tren que partió a mitad del
siglo XX hacia un destino desconocido, pero que con claridad abandonó la
estación en la que estaba desde hacía siglos, y que no era otra que la de la
dependencia moral de la Religión. La Filosofía brutal de un Schopenhauer o un
Niestzche encendió las calderas de la locomotora; el descubrimiento del
Subconsciente como motor de todos nuestros actos convirtió a Freud en un jefe
de estación que, haciendo sonar su silbato, dio la orden de partir.
La creación de internet y la posibilidad de su
uso en completa libertad, a finales del siglo pasado, hizo que el tren de
Occidente comenzara a desplazarse lenta, pesada pero inapelablemente, sobre las
vías de la Historia, abandonando definitivamente la estación en donde las
confesiones religiosas determinaban la actitud y las decisiones personales de
cada individuo.
Este tren no va a volver atrás; cada día, cada
año, cada década que pasa, las gentes que pueblan Occidente conceden menos autoridad
a las reglas sociales y morales derivadas del Cristianismo (Catolicismo y
Protestantismo, en todos sus aspectos) y se guían por convicciones nacidas, en
parte, del inmenso territorio ganado en el Mayo del 68, y en parte por el
también enorme terreno conquistado por el Postmodernismo y la casi
mixtificación del concepto Democracia.
Hace décadas que todos mis amigos y familiares
comen carne en viernes; y no por retar a la Iglesia, sino porque nadie tiene en
su código de conducta una costumbre que aún se llevaba a rajatabla cuando yo
era un niño (y eso que mi núcleo familiar era anormalmente laico!).
La mitad de mis amigos se han casado por el
Juzgado, pudiendo haberlo hecho por la Iglesia; y no por ofender o despreciar a
la Fe en la que hemos sido inevitablemente criados, sino por cuestiones
pragmáticas o simple huida del fasto eclesiástico y el entorno ineludiblemente
barroco que ofrece siempre una boda por la Iglesia -al menos, en la barroca
Andalucía.
Aún se bautiza a los niños; pero hay muchas
parejas que deciden ya no hacerlo. Dentro de 30 años se bautizará menos aún. Y
así, poco a poco e imperceptiblemente, y pese a que sigan existiendo
comunidades religiosas empecinadas en actuar conforme a unas reglas de conducta
de imposición externa, Occidente acabará despojándose de la Moral
Judeocristiana por completo, convirtiendo a aquéllos que continúen basando su
vida en el Cristianismo o el Judaísmo (o cualquier otra confesión) en grupos
exóticos como puedan serlo hoy los Amigos de la Capa o los Rosacruces.
El tren de Occidente ha partido de esa estación
oscura y llena de papeles grasientos que guardaban bocadillos de tortilla. No
sabemos muy bien hacia dónde vamos, pero lo que está claro es que ya no
volveremos a esa estación.
Occidente ha decidido volver a la agricultura
sin pesticidas, proteger a sus animales, cuidar de sus niños educándolos en el
amor y el respeto a la Naturaleza. Todo ello, muy poco a poco; pero cada vez
somos más los que contemplamos el consumo moderado como algo beneficioso, los
que nos levantamos por la mañana con el espíritu crítico hacia nuestras
Instituciones bien despierto, los que protestamos ante los abusos. Y no porque
así nos lo dicte nuestra confesión religiosa, sino porque es de lógica simple.
Ya no se nos hace imprescindible actuar a
través de un código de conducta milenario que trufe de costumbres
anacrónicas absurdas los comportamientos beneficiosos. Hemos comprendido que el
Infierno es un estado de enfermedad grave del espíritu que lleva la destrucción
a los demás; que el Purgatorio es la depresión, y que el Cielo es la armonía
entre lo que decimos y lo que hacemos. Algunos, pensamos que la Vida Eterna no
es otra cosa que procurar que el planeta en el que vivimos pueda seguir
albergando con ciertas garantías de calidad de vida a nuestros hijos, y a los
hijos de nuestros hijos; que el cuerpo es una carcasa compleja y caprichosa con
fecha de caducidad que contiene un tesoro irrepetible: los códigos G, T, A, C.
Algunos, hemos comprendido que nosotros moriremos, pero que otros estarán aquí
para recordarnos durante un tiempo: no mucho, en la mayoría de los casos;
siglos, en contadas excepciones.
Muchos ciudadanos, en Occidente, pensamos que
el Bien existe al margen del Corán, de la Torá y de la Biblia; y que no es otra
cosa que la capacidad de construir y de dejar que otros construyan. Y que el
Mal existe también, y que no es más que el resultado de una pésima infancia y
una muy mala educación. Que el mundo no es la lucha entre buenos y malos, sino
entre gente constructiva y gente destructiva; y, en medio, la inmensa mayoría
de los tibios de corazón, cuya actitud eufemísticamente llamada neutral no es más que una carta blanca
entregada a los malos para que éstos
lo destruyan todo sin encontrar resistencia.
En definitiva: Occidente es un tren cuyo
maquinista es laico, aunque muchos de sus pasajeros aún estén ligados de alguna
manera a sus ritos religiosos. Y en este tren no caben fanatismos ni religiones
extremistas. Y mucho menos, pretensiones de guerras santas (puede haber alguna
guerra que merezca ese apelativo?). Aquéllos que pretenden imponer su fe, su
credo y sus ritos, bien sea como los misioneros antiguos o por la actual fuerza
del miedo, están fuera de este tren; se han quedado en la estación, blandiendo
sus espadas curvas y sus AK-47.
Estos enfermos de religión nos han visto
partir; han escuchado el silbato del jefe de estación y ni siquiera tenían
hecho su equipaje. No habían reservado billete; y, aunque había sitio para
ellos, no lo había para sus bártulos: la ira; la muerte; la venganza; la
inhumana represión de las mujeres; la mutilación genital; la lapidación; la
muerte a los homosexuales; el silencio del propio Yo; la Oscuridad y el Miedo,
con mayúsculas.
No hay sitio en el tren de Occidente para este
equipaje cruel que rezuma sangre entre las costuras. Ya estuvimos mucho tiempo
estacionados en otra parada del camino; una estación en la que se ajusticiaba
por cuestiones religiosas; en la que se marchaban a Tierra Santa los hombres
para intentar imponer nuestra Fe a otros en sus propias casas. Esa época
terrible pasó y nadie quiere volverla a vivir.
Pero éstos han perdido el tren. Y, como no lo
pueden soportar, han decidido apostarse, en avanzadillas, a lo largo del camino
para sabotear nuestro viaje. La destrucción del World Trade Center en directo y
ante los ojos incrédulos del mundo, ha sido una de las acciones de sabotaje al
tren de Occidente más dañinas y espectaculares; pero no la primera. Ni la
única. Los doscientos muertos de Atocha, que cambiaron el signo del Gobierno
español en cuatro días, representando el primer golpe de Estado inducido que el
fanatismo yihadista ha conseguido dar en el mundo occidental, ha sido otro de
los golpes más duros a Occidente. Como el atentado de Londres y otros muchos.
Lo que ha ocurrido recientemente en París, con
el resultado de 12 muertos, entre dibujantes, periodistas y policías vinculados
a la revista satírica Charlie Hebdo, sin ser cuantitativamente un exterminio,
ha impactado de lleno en nuestra conciencia occidental, porque ha llegado en el
momento justo en el que Europa se plantea qué
estamos haciendo con nuestros propios derechos civiles ante el paso atrás
que supone permitir el velo, el matrimonio de niñas impúberes, etc. en nuestro
propio territorio europeo.
Hasta qué punto una Civilización garantista de
los derechos individuales debe proteger y alentar actitudes y costumbres cuya
finalidad última es, precisamente, la
aniquilación de ese conjunto de derechos adquiridos con tanto sufrimiento y
durante tantos siglos de dolor? De un modo similar a la actitud buenista de los
sucesivos Gobiernos en España, que han permitido, alentado y apoyado sin
reservas los nacionalismos, y ahora los españoles nos vemos a un tris de
contemplar estupefactos la desaparición de nuestro propio Estado, gracias precisamente a estos nacionalismos, así
Occidente comienza a ver las graves consecuencias del mal llamado multiculturalismo, que no es más que la
esnobista permisividad que en Europa ha habido con culturas cuasi medievales
para que nadie pudiera tildarnos de autoritarios. Esta permisividad es el
resultado de los complejos que arrastramos, entre unos y otros, por los
acontecimientos de mitad del siglo XX en Alemania, España, Austria, Italia,
Francia y otros países.
Ya basta de complejos! El tren ha partido y
debemos asegurarnos de que el viaje pueda transcurrir con cierta tranquilidad;
bastantes problemas tenemos ya dentro del
tren con nuestros propios fundamentalistas (nacionalistas, extrema
izquierda, extrema derecha) y la destructiva ingeniería financiera como para
estar, además, pendientes de la panda de locos rabiosos que se agazapan en las
márgenes de la vía para poner bombas en nuestro incierto camino!
Hay que organizarse, porque estamos en guerra.
Los gobernantes y sus íntimos amigos los financieros, llenos de complejos hasta
las trancas, deben apartarse a un lado y dejar paso a aquéllos que se han
especializado en la guerra (los ejércitos, a los que mantenemos con nuestros
impuestos para algo desde hace
décadas) y permitirles hablar,
proponer, dar ideas de acción. Quizás puedan aportar soluciones; o, al menos,
sugerir unas pautas a los políticos occidentales -especialmente a los europeos-
para que se bajen del unicornio en el que parecen viajar felices, supervisando
nubes.
El tren de Occidente partió hace tiempo, y
desde el vagón de cola se ve alejarse la última estación, en la que queda, para
su desgracia, el mundo islámico. Algunos de ellos han logrado subirse a tiempo
y se han adaptado al traqueteo del tren, al paisaje que se contempla desde sus
ventanillas, al café y los emparedados que se sirven en la cafetería; otros,
como los que han atentado contra Charlie Hebdo, y pese a haber nacido en el
corazón del tren, no se han sabido adaptar al viaje de Occidente y han conseguido
parar la locomotora por unos días.
Pero los verdaderamente peligrosos son los que
quieren detener el tren para siempre, y éstos están a las puertas de Europa:
entrenan con procedimientos paramilitares a muchos jóvenes que de la misma
Europa emigran, buscando un sentido a su triste vida; cortan cabezas a
occidentales y lo graban con cámaras de vídeo que han fabricado occidentales
para luego subirlas a la red a través de internet, que también creó Occidente.
Asesinan a mujeres y niños en cantidades espeluznantes; entierran vivas a sus
víctimas si se niegan a abrazar el Islam (que, por cierto, significa “sumisión”);
violan sin piedad a las mujeres; exterminan a los cristianos y a los judíos, y
van dejando, por allí por donde pasan, un rastro de desolación sin precedentes.
Vienen a por nosotros; vienen por Occidente.
Porque representamos todo aquello que ellos temen: la libertad de Culto; la
libre circulación de las Ideas; la gloriosa exhibición del cuerpo de la Mujer;
el imperio del sentido del Humor; la desacralización de los Dogmas; la libre
aplicación de la Crítica; el desarrollo de la Ciencia; el camino expedito al
Escepticismo; la sanísima actitud retadora del Arte…
No permitamos que destruyan el tren de
Occidente! Hagamos frente al Horror! Somos Europa! Somos los Estados Unidos de
América! Los tenemos a las puertas del Estrecho de Gibraltar. Es urgente que
nos organicemos!
Porque, no lo duden: vienen a por nosotros.