Ahora
está empezando a oler el pan recién hecho en mi panificadora. Huele toda la
planta baja de mi casa a pan. Ya puedo coger la copa que me he servido con vermú de Jerez, y sentarme, por fin, ante el ordenador para escribir algo que quiero escribir desde
hace ya al menos tres días.
Dios
mío, qué vermú! De Jerez, claro! Construido magistralmente por Jesús, un hombre con
una bodega viejísima que guardan dos perros aterrorizados: un vermú con cincuenta y dos
plantas y flores y yerbas; un vermú de Jerez que ilumina, a base de sombras de
ajenjo, todos los recuerdos. Y ese olor a pan… Ese pan que nace y se incorpora
al mundo, como si fuera un ser vivo: cada pan, un hijo de Cronos; cada dos
días, un pan nuevo; cada nuevo pan, un nuevo sacrificio. De manera que el pan y el vino se concitan? Por fin puedo escribir sobre Paco!
Cuando
cumplí catorce años, me regalaron un cassette: un aparato que ocupaba el espacio de dos turrones de Alicante, uno sobre otro y sin desembalar. Pero, ojo: no un radiocassette; aquello no tenía radio ni nada; era sólo un reproductor de cintas de cassette, amén de una primitiva grabadora. Tenía unas teclas gordas que servían para que sonara, para que fuera hacia atrás y hacia delante, y para que grabara. Yo escuchaba cada noche, mientras me dormía, cualquier cosa que hubiera grabado durante el día. En una gloriosa ocasión, a finales del año 79 (año en que murió mi padre), anunciaron en la tele que iban a poner un concierto maravilloso (así lo anunciaban) con tres guitarristas magistrales: Larry Coryell, John McLaughlin y Paco de Lucía. Yo no tenía ni idea de quiénes eran los tales McLaughlin y Coryell, pero como Paco era tan famoso, decidí grabar el concierto de la tele directamente a mi cassette: a pelo; sin filtros. Cuando la cinta llegó a su primera media hora final, paré el cacharro y le di la vuelta a la cinta para seguir grabando: un prodigio de la técnica!
Estuve
un año escuchando aquel concierto. Un año. A diario. A todas horas. Intentando
sacar los punteos del tal Larry Coryell; incluso grandes parrafadas de
John McLaughlin. Pero cuando llegaba el momento de Paco… Eso ya era otro cantar!
Otro cantar, literalmente: el Cantar de los Cantares! Y no sólo por
cuestiones técnicas inabordables para un adolescente de 17 años, sino porque el
discurso de Paco de Lucía era de una dirección arrojada, no como el
deambular (ahora lo veo así) del tal Coryell, que daba verdaderos paseos sin
rumbo fijo. McLaughlin era mejor guitarrista que el de los pelos: sus frases
tenían una dirección clara, como las de Paco, aunque sin llegar a destapar la
caja de Pandora, como hacía el de Algeciras cada vez que intervenía. La madre
que parió a Paco! Ponía al público en pie en casi cada intervención!
Aquel
año de 1980 estudié guitarra como nunca lo hice antes ni después con ningún
otro instrumento. Ni siquiera cuando acabé -veinte años después- la carrera de Violoncello,
a la que dediqué en su último año casi ocho horas diarias durante meses,
estudié tanto como con aquel extraordinario concierto! Porque en aquella época postadolescente yo no era consciente de estar estudiando. Para mí era una devoción, un
acto de amor, un encuentro conmigo mismo.
Las
frases de Paco eran inimitables, complejas, de una dificultad técnica
inusitada, de un riesgo sin comparación; no se ajustaban a patrones cómodos; no
permitía el genio que dominara en ellas el idiomatismo de la guitarra,
como se hacía evidente en Coryell e inevitable en McLaughlin. No: los discursos
de Paco de Lucía, después de un año de estudio diario de mi vieja cinta de
cassette, quedaban, salvo frases sueltas y algunos giros y piruetas, fuera de
mi alcance. Pero aprendí a tocar la guitarra mucho más allá de lo que se
hubiera esperado de un jovencito de 18 años: me llamaban para tocar en los
pubs, en los bares de copas; me invitaban a tocar algunos músicos mucho mayores que yo; músicos de jazz,
de rithm&blue!
La absenta que servían en la Taberna Pilatos, en Sevilla,
llegó a ser mi compañera de concierto diario: conciertos de pub compartidos con
los que luego fueron los músicos de Silvio; otros días, con dos maravillosos
armonicistas; a veces, en La Carbonería, con el pobre Rafael Amador, de Pata
Negra, aún lúcido y en el mundo; en La Carbonería, la absenta era sustituida por
una botella infinita de Johnnie Walker etiqueta negra, suficiente para volar
escalas arriba y escalas abajo durante horas.
Empecé a comprarme discos de Paco de Lucía. LP’s, que se decían antes:
discos pequeños y discos grandes y negros; de vinilo… hasta que llegó a mis
manos Sólo quiero caminar… El Disco!
Yo
no sé qué me cruzó la mente cuando escuché esta obra maestra de la Música en
general y, creo yo, pilar central del nuevo Flamenco. No sé qué especie de
embrujo me envolvió, que no podía parar de escucharlo: a todas horas; de día y
de noche; durante semanas. Sólo quiero
caminar, el disco, supuso –en mi opinión- un antes y un después en la
Historia del Flamenco. No sólo porque en él se le diera otra vuelta de tuerca a
la técnica guitarrística, que con Paco ya había abandonado ese sonido a lata de
las falsetas antiguas, sino porque
esta maravilla de registro da pasos de gigante en la Armonía, en los recursos,
en la tímbrica, en la estructura misma de las piezas! Sólo con escuchar la
extraordinaria Monasterio de sal, al alimón con el maravilloso
Carles Benavent al bajo, se comprende lo que significa estar en presencia de una Obra Maestra. Puedo
afirmar que yo me di cuenta, allá por el 1981 (que se dice pronto! Hace 33
años!!!), de que estaba siendo testigo del avance insospechado de un hombre
decidido a conquistar un territorio inexplorado, unas extensiones expresivas
ignoradas, un continente virgen que ya siempre tendría su sello indeleble.
Paco
no sólo revolucionó la técnica de la guitarra flamenca, sino que extendió la estructura interpretativa del Flamenco a la Música de Cámara, invistiendo a la
flauta travesera, al bajo eléctrico, al saxo y a la percusión (y por ende, al
resto de instrumentos tradicionales) con los ropajes del Flamenco más
indiscutible. Paco dotó de estructura
camerística al Flamenco, permitiendo que ya cualquier instrumento pudiera intervenir
sin ser rechazado como un cuerpo extraño.
Paco
extendió los desarrollos en las falsetas;
amplió los horizontes armónicos hasta más allá de lo que podría nadie haber
soñado antes. El de Algeciras, además, abrió las puertas del Flamenco a los más
grandes artistas del Jazz, sirviendo de medium
artístico entre los diferentes universos musicales, tan cerrados hasta entonces.
Hizo del Flamenco -que ya daba síntomas de asfixiarse en su endogamia- un Ars
Universalis, un todo orgánico en el que ya tendría cabida casi cualquier género
expresivo.
Estos
días han estado saliendo en la tele, en la radio y en los periódicos digitales
un montón de guitarristas, cantaores, bailaoras, artistas, productores,
músicos, ventrílocuos, hombres-bala, periodistas, busconas, frailes y demás
fenómenos de la farándula lamentando la muerte de Paco de Lucía: el más grande,
el mejor guitarrista de todos los tiempos, el genio del Flamenco, el
irrepetible, el número uno, el mayor artista de los últimos siglos… Pero nadie
ha dicho por qué. Nadie ha explicado cuáles han sido los logros asombrosos de
este mejicano de adopción (porque, que nadie se engañe: hacía muchos años que
ya no vivía en España, sino en Cancún, comiendo pescado recién capturado por él
mismo!).
Nadie
se ha molestado aún en explicar a los españoles, casi una semana después de su
repentina muerte mientras jugaba al fútbol en la playa y con sus hijos
pequeños, por qué Paco ha sido el más grande artista español que ha habido y
probablemente vuelva a haber en siglos. Y es que, por lo visto, sólo hay tiempo para
titulares, pero no para un mínimo análisis.
Los
genios se calibran
cuando mueren, cuando por fin se están quietos. Aunque hay excepciones:
algunos, como es el caso de Paco, ya se vislumbran desde mucho antes de que
abandonen este mundo.
Cuando
un verdadero genio muere, hay que comparar el Mapa del Arte antes y después de la intervención del artista en cuestión. Esto ya lo he dejado por escrito en algún artículo. Se observa,
generalmente, que el terreno queda como destrozado: se levantan cordilleras
donde antes sólo había un valle; ríos que antes regaban candorosas aldeas han
sido contenidos todos en una presa gigantesca que ahora sirve para dar luz
eléctrica a vastísimas regiones; aparecen túneles que atraviesan montañas; y
abismos donde antes pastaban alegremente las vacas.
Beethoven lo hizo!
Beethoven reventó las estructuras sinfónicas, cuartetísticas, corales…
Beethoven se llevó por delante el concepto de expresión e interpretación.
Destrozó el piano para ampliarlo físicamente; así como la música de cámara y la
sonata. Beethoven rompió incluso el concepto de compositor, haciendo que fuera
la peripecia personal del creador la
que ocupara el centro de la obra misma! Beethoven fue un cataclismo de
proporciones colosales que se llevó por delante la Música tal y como se conocía
hasta entonces.
Bien;
pues esto es lo que ha hecho Paco con el Flamenco, con la guitarra, con la
música española y con las estructuras sonoras en general: ha reventado todos
los mapas; se ha llevado a los dinosaurios al abismo; ha creado otra
vegetación, otra fauna y otra línea del horizonte.
Y
ahora, desde hace ya tres décadas, vivimos en ese
Nuevo Mundo. No lo habían notado ustedes?
Precioso, como todo lo que tu haces... dep Paco de Lucía.
ResponderEliminarPues en mi fb...a trocitos...en varios posts he intentado transmitir los que tu has expuesto de tan concisa y bella forma. Me ha encantado. Un abrazo de quien aún habiendo sido "moderno" reconoce la belleza y el vanguardismo que es paradigma de la modernidad bien entendida de un genio por muchas razones que fue, es y será Paco de Lucía.
ResponderEliminarEduardo. Un gran artículo que no he conseguido leer en ningún sitio estos días. Solo alguna radio ha entendido la verdad de su (r)evolución.
ResponderEliminarGracias por seguir escribiendo cosas lúcidas (cositas buenas, jejeje)
Por si no me reconoces, soy Ricado Texidó. Salud!
ResponderEliminarQué arte tienes¡¡ Qué bien lo has explicado¡¡ Soberbio¡¡¡ Hasta un ignorante de todo signo podría entenderlo. Gracias por enseñarnos, maestro.
ResponderEliminarUn placer leerte...gracias por tus palabras. Rebesos.
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