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jueves, 24 de febrero de 2011

Atentos.



No es que esté orgulloso de España y los españoles; de hecho, estoy pasando por una extrañísima -por lo inesperada- crisis identitaria nacional; un a modo de lejanía repentina respecto al sentimiento de lo español como valor inherente a mi organismo. Yo, que antes era un español convencido de su españolidad (confuso concepto en el que aglutinaba, de manera subconsciente, a Cervantes, Miguel Servet, Bécquer, Ortega y Gasset, Teresa de Ávila, Falla... Todos ésos, y muchos más, en un batiburrillo intemporal, sobreviviendo -mal que bien- negro sobre blanco); yo, que hasta hace un año era un bastión español en mí mismo, vago ahora por un espacio interior callado e inmenso; y tan vacío como sólo podría estarlo un concejal de Cultura andaluz.

Lo español me resulta ajeno, confuso, borroso, indefinido. Las gentes que ahora pueblan mi país se me presentan sin capacidad para el heroísmo, sin fuego interior alguno, inaccesibles a las quimeras. Ya no creo posibles las luminarias, ni los autos de fe de las propias convicciones, con sus altas hogueras -necesarias para poder resurgir renovados de la propia españolidad. No veo más que liendres, trapos y cabezas gachas. Por donde quiera que mire, el lugarcomunismo se adhiere a mis pantalones como una baba ghostbuster obstinada y cansina.

No estoy pasando, desde luego, mis más felices horas para con mi nación; pero, pese a ello, aún me quedan auroras boreales con las que soñar cuando observo, preocupado y casi con espanto, lo que está ocurriendo en los países de la órbita árabe/musulmana. Aún España ofrece al que la puebla la posibilidad de ganarse el apelativo de hombre, galardón que de ninguna manera pueden obtener los pueblos musulmanes si se obstinan en seguir ocultando el rostro de sus mujeres, impidiéndoles manifestar sus sensaciones, sepultándolas en vida.

Lamento autocitarme, pues no tengo ni entidad literaria ni recursos historiográficos mínimos con los que permitirme hacerlo, pero debo remitirme a un anterior artículo mío, publicado en este mismo blog, y que ustedes pueden consultar.
En este artículo, escrito en junio de 2009 (enfatizo: junio de 2009!!!) y titulado Una guerra civil pendiente, afirmo que los países árabes tienen que dirimir sus profundas diferencias, abolir sus feudales estamentos, quebrar sus terribles desigualdades, liberar a sus mujeres y asumir la Democracia como cura de humildad a través de la cual construir algo que merezca ser llamado Civilización; ganarse, por fin, el complejo y difícil apelativo humano.

El problema es que no tengo claro quién está detrás de toda esta explosión aparentemente revolucionaria. No sé si son los servicios secretos norteamericanos, al alimón con los israelíes, o los Hermanos Musulmanes encubiertos y vestidos de feisbuqueros. Ignoro si detrás de estas revoluciones sucesivas está verdaderamente el Pueblo árabe, cansado, hastiado y reventado de trabajar para cuatro mangantes (sí: mangantes; no magnates), hartos de mirar de lejos el horizonte de Occidente a través de internet, y, como Tántalo, verse morir de sed a pocos milímetros de alcanzar la jarra de leche y miel que día a día colgamos en la red para solaz de todos.

No sé si será casualidad que los primeros regímenes en empezar a caer, o al menos puestos en jaque (hasta el momento), sean aquéllos que no están gobernados por los fundamentalistas: Egipto, Argelia, Yemen, Libia, Bahrein... Puestos a sospechar, parece enteramente una magistral jugada urdida por los chicos de Bin Laden, que volvieran a utilizar las armas de futuro que Occidente les ha proporcionado (como ya hicieron con los aviones, otra conquista occidental), internet y la telefonía móvil, para derrocar de un plumazo certero aquellos países en donde la miseria personal de sus gobernantes ha impedido a éstos de la barba hirsuta, de momento, tomar el Poder y vestir a las pobres mujeres con el sudario vitalicio mientras queman banderas norteamericanas como quien asiste a la tomatina en Buñol.

Es todo muy extraño: escucho la radio a diario; me trago los telediarios y los reportajes especiales que se están haciendo; leo los artículos periodísticos de última hornada en internet y no alcanzo a comprender por qué no hay un análisis profundo de la situación. Tan sólo he escuchado un par de opiniones (por descontado, de dos extranjeros: un político israelí y una profesora universitaria alemana) que me han acercado cinco mil kilómetros, repentinamente, al foco del conflicto. Dos opiniones extremadamente preocupantes que hablan de la posibilidad del final de la Era del Petróleo, del bloqueo general de Occidente; en definitiva: del Caos.

Quizás no haya que alarmarse tanto, pero no deja de espantarme que tuviéramos que acojonarnos en masa con la gilipollez de la gripe A; o que anatematizáramos sin posibilidad de redención a las terneras en la crisis de las vacas locas, y con un asunto de este calibre (nada menos que la posible desintegración de la Cultura árabe tal como la conocemos) no estén las pantallas atestadas de analistas políticos, de sociólogos, de especialistas en el mercado petrolífero.

Qué hace la OPEP? Qué dicen los saudíes de todo esto? Qué se cuece en Irán? Qué previsión tiene el Gobierno israelí ante un eventual crescendo fundamentalista? Dónde están, que no se les ve, los de la barba hirsuta? Qué papel tienen los Estados islamistas en este histórico revuelo? Qué está negociando EE.UU. en estos días con los sucesores de Mubarak? Qué ha pactado el grasiento rey de Marruecos con los norteamericanos? Cómo afectaría una posible invasión de las fuerzas de la OTAN en Libia? Qué respuesta daría la Cumbre de Estados árabes? Estarían coordinadas las acciones de Rusia, Europa y EE.UU. ante un eventual bloqueo en el suministro del petróleo libio?

Y ya, en un nivel micropolítico: para qué cojones pago yo la cantidad bestial de impuestos que pago? Para que mis representantes en el Congreso ni siquiera mencionen el tema, ahora que se hace insoslayable hablar de todo esto? Dónde están los políticos de altura? Dónde los hombres de Estado? Deberíamos exigir información, pues en esta vorágine desencadenada -aún no se sabe muy bien por quiénes- nos va desde la gasolina hasta los envases de plástico, desde ducharnos con agua caliente a viajar en un autobús de línea. Y si me apuran, en esta extraña y desinformada revolución puede que a la postre nos vaya un recorte de libertades extremo como consecuencia de una posible intervención definitiva de internet.

Ojo con lanzar las campanas al vuelo: no sabemos quiénes están detrás de esta movida covulsa. Pese al descontento que sobrevuela mi espíritu en relación a España y los españoles, aún prefiero ser un andaluz anhelante por dignificar mi entorno que un árabe reprimido y temeroso de la imaginación y la dulzura de mi propia mujer. Atentos al más que probable recorte de libertades que pueda resultar de todo esto. Ya nos ocurrió con los aeropuertos.