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viernes, 6 de julio de 2012

Carmencita vendió un cuadro.


María del Carmen Rosario Soledad Cervera Freifrau von Thyssen-Bornemisza de Kászon et Impérfalva, también conocida como Tita Cervera, ha vendido un cuadro.

Hasta aquí, nadie podría decir nada en contra; ni a favor: si alguien tiene un cuadro que es de su propiedad y lo quiere vender, allá él. Pero, claro, si al cuadro se le sacan casi 28 millones de euros, pues se convierte de inmediato en noticia de interés común; porque la verdad es que no es normal sacar a subasta un cuadro y que alcance estas cifras brutales.
La casa de subastas Christie's se ha quedado un pico, pero a la viuda del Barón von Thyssen le han caído casi 24 milloncejos limpios: cash flow, que le llaman los gilipollas; dinerito contante y sonante, para los castizos.

La familia del difunto Barón está que trina, porque al vender este cuadro de forma independiente, Carmen, Carmencita, ha fastidiado de algún modo la colección en la que dicha obra estaba inserta, desvalorizando así -eso dicen- las demás obras que conforman dicha colección. Total: que Tita, Carmencita, se ha liado la manta a la cabeza y ha vendido La Esclusa, un cuadro que está considerado, según se desprende de la valoración que de él hacen los expertos, una de las obras más importantes de la Pintura inglesa de todos los tiempos. Y todo porque, según Carmencita, tenía problemas de liquidez.

Hay que comprender a Carmencita: una viuda como ella, que es viuda ma non tanto, tiene muchas obligaciones a las que hacer frente: el tren de vida que ha llevado desde que flirteaba con todo lo que se movía en Hollywood hasta que sentó la cabeza sobre el mullido diván tapizado en seda de la aristocracia húngara, conlleva muchos gastos. De modo que hasta la aristocracia tiene que tirar de lo suyo para poder llevarse algo caliente a la boca. Y ya sabemos que Carmencita ha sido siempre mucho de llevarse a la boca algo caliente.

La hija del difunto Barón, Francesca de Habsburgo-Lorena (Dios mío, qué nombres tan hermosos se gastan estos aristócratas!), está que echa chispas por sus nobilísimos ojos; y va por ahí diciendo, a raíz de la venta de este cuadro, que ni España ni los españoles son gente de fiar; que éste no es un país adecuado para seguir albergando una colección de obras de arte como la que legó su padre a la Humanidad.
Y aquí es donde yo siento que se me va la cabeza y la tensión arterial me sube unos puntos; pero, ojo: no porque abomine de los españoles, que eso es ya un deporte entre los centroeuropeos, sino porque la sola idea de que una familia, por mucha pasta que tenga, aglutine y controle un número altísimo de obras de arte a su antojo y voluntad, especialmente sin haber pintado en su vida ni un monigote en un folio, me asombra, me espanta y me revuelve las entrañas. Y aunque Francesca de Habsburgo-Lorena, Baronesa de Thyssen-Bornemisza, probablemente una de las galeristas mejor relacionadas en el estomagante mundo de la especulación artística diga misa en magiar, lo cierto es que no es una artista plástica ni lo ha sido nunca, por más pasta que gane montando bienales e instalaciones.

Y es que, sinceramente, la obra que ha vendido Tita, Carmen, Carmencita, será un hito extraordinario para los entendidos en Arte; puede que en ella se concentren los avances asombrosos que John Constable hizo acerca de cómo la luz se refleja en las nubes, cómo se pueden plasmar los infinitos colores y sombras que el agua es capaz de ofrecer a nuestros ojos: una maravilla del oficio de pintar; pero la noticia de su existencia, para el gran público, ha sido a raíz de haber conseguido Carmencita con su venta 24 millones de euros, billete sobre billete, para sus gastos cotidianos, que sin duda serán ir al súper, echar gasoil, pagar la hipoteca, dejar a los niños en la guarde subvencionada, comprar la crema antiarrugas del Mercadona, etc.

Al grano: lo que me cabrea es imaginar lo bien le habrían venido al pintor, en su momento, algunos de estos euros (libras, porque era inglés) y poder pagar a un médico de los caros para que tratara a su mujer, María Bicknell, que murió de una simple tuberculosis; murió por no poder pagarle un traslado a un balneario de montaña para que cambiara de clima. La pobre María, después de parir siete niños, agarró una tuberculosis de las que sólo Inglaterra es capaz de ofrecer, y, por la falta de recursos económicos domésticos se murió, dejando al pintor, que la amaba con locura, sumido en una depresión que acabó con él en unos pocos años.

Qué bien le habrían venido a John Constable y a su mujer no ya 24 millones, sino cinco o seis mil euros (me refiero a su equivalente en libras de la época, claro) para poder llevar a su amada María a un clima seco a respirar el aire puro; por ejemplo, a las montañas suizas. Se habría curado, sin duda, y habría vivido feliz junto a sus siete hijos y a su amante esposo John. Pero no fue así; de hecho, cuando Constable presentó el cuadro en público, la gente no apreció los avances extraordinarios que este paisajista genial había conseguido plasmar en el lienzo, cuyas nubes parecen moverse ante los ojos del espectador, cuyo arroyo parece salpicar los pantalones del que contempla la tela. El cuadro, sin embargo, se vendió como cualquier otro paisaje, y John, agradecido, volvió a su casa a rezar a su Dios anglicano y a suplicar clemencia por la vida de su mujer.

Qué más da que Carmencita haya reventado la colección, separando este cuadro de la misma? Qué me importa a mí que Carmencita, que entiende de Pintura lo que yo de rugby, se embolse ahora veinticuatro millones de euros (que son cuatro mil millones de pesetas de las antiguas, eh?) por la enajenación de un cuadro que ni ella pintó, ni ella compró, ni siquiera ella eligió para que formara parte de una de las colecciones de su difunto barón? Quién narices se cree que es Francesca de Habsburgo-Lorena para dictar las leyes a seguir en materia de Arte? Qué cuadro extraordinario ha pintado la hiperpija heredera de los Bornemisza? Qué mármol ha esculpido magistralmente? Qué efectos de luz, qué claroscuros, qué texturas, qué estudios de anatomía deconstruida ha publicado esta aristócrata hispanófoba con nombre de mantenida italiana para permitirse señalar en qué lugar del planeta debe asentarse una colección de obras de arte?

Qué importa, además? María Bicknell ya se murió, escupiendo sangre en pañuelos de hilo de Stanford. Ya su marido, el pintor enamorado, consiguió morirse de pena unos años después. Qué importa ya que ese cuadro  haya sido separado de otros del mismo autor? En qué nos podría afectar, a los que verdaderamente consideramos que el Arte es producto de la circunstancia y el momento de la vida del autor, que ahora ese lienzo lo haya comprado otro multimillonario para colgarlo en uno de los salones de su mansión con el único objeto de vanagloriarse ante los invitados de haberse gastado 28 millones de euros en un cuadro?

Sí, señores! Me parece muy bien que Carmencita pueda volver a pagarse el cirujano plástico, las copas de Möet & Chandon de cada noche loca, el mantenimiento del yate y los gastos de los mulatos de enorme polla que sin duda le alegrarán los próximos años gracias a la venta de uno de sus bienes, heredados legítimamente tras la muerte de aquel hombre tan serio, tan mayor, tan aristócrata y tan Bornemisza. Por lo menos, y aunque ya sea muy tarde para alargar unos años la vida de María Bicknell, al menos podrá alegrar la de Carmencita Cervera.

Además (y esto debo confesarlo en voz baja), en el fondo de mi corazón hay un orgullo oculto, escondido, agazapado; porque me considero perteneciente a un club indestructible: el de los artistas desconocidos; el de los artistas pobres; el club de aquéllos que pintan, que componen, que escriben sin esperar reconocimiento ni dinero; el club de los parias, de los que ya nada esperan -salvo que les dejen tiempo para pintar, largos ratos para escribir, horas para componer. Es éste un orgullo compartido en silencio, una fe sectaria que sólo se podrá apagar con la propia muerte, una dignidad arcana compartida tácitamente con aquellos otros artistas, también desconocidos, que del mismo modo perdieron toda esperanza de reconocimiento y, pese a todo, siguen inventando fruslerías.
Y es éste el orgullo que revienta de alegría en mi corazón cuando sé que, aunque hoy día mi propia obra no sea tenida en cuenta, quién sabe si en el futuro un cuadro humilde, una sonata inédita o un poema autógrafo servirán para sacar de un apuro momentáneo a una viuda alegre, a una cortesana de lujo: a una nueva Carmencita!


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Gracias, lector o lectora.




3 comentarios:

  1. Estimado Paisano, desde que vi el primer capítulo de "que caiga un meteorito ya" me he enganchado al resto y a tu blog. Te felicito y te doy la razón en todo lo que dices.
    Sigue así .

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